domingo, 15 de julio de 2018

LISTO


ABRAZO CON PARTÍO


Sepa usted que me quedo su abrazo,

estimado amigo bribón.



Abrazo amplio, generoso, indubitado.

Y con las suyas finas y valiosas palabras me he de tejer una bufanda. Muy de Pastor.

Como sé que le gusta.



La llevaré en mi zurrón, junto a las viandas que a pie de hoguera y bajo el manto fiel de estrellas gustamos los pastores disfrutar.

Nótese cómo me he anotado el noble oficio para ingresar en la Orden.



Acaecido ya el día, quizás a contratiempo de ese tiempo no vivido que asoma a la vuelta de la esquina, y si afirman los sabios que lo mejor está por venir, aguardaremos con ansia otro amanecer no fuera a ser que fuera cierto.



Cuando aúllen los lobos de este invierno, you know: winter is coming,

he de rescatar esa bufanda para que calor no me falte.



Cuando ululen los fantasmas del otro largo invierno que a la vuelta de pocos tiempos nos acecha, he de conservar esa bufanda por si palabras para conversar me faltaran.

Y así,

lleno de incógnitas y benditas palabras de entre los puntos de algodón sacadas y como su abrazo bien apretadas,

a la sombra del Almendro nos direteremos.



Por los tiempos

De los tiempos.

Y sepa que cuando digo tiempo

digo infinito.



Ponga usted el amén, si la previsión le place,

aunque debe advertir que este suyo abrazo-bufanda se comparte,

pero no se devuelve.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

FUCKING SUCCESS


FUCKING SUCCESS 


Tienes razón,

amor,

cuando afirmas con total rotundidad

que vamos prosperando.

Que hemos ganado experiencia con los lustros y son más sabias nuestras decisiones.



Y como ejemplo citas los años mudos en que hacíamos cola en el banco

de alimentos.



Sí, aquellos no fueron buenos tiempos:

los amigos nos torcieron la mirada desde la acera de enfrente.

Y nunca más la volvieron a enderezar.



No sé si ocurrió ahí que un caritativo deslizó El Manifiesto Comunista entre las patatas y el arroz.

Nos comimos a Marx a falta de pan. Demasiado insípido, cubrimos de sal aquel producto intragrable.



En un raro giro del destino yo encontré un trabajo de pinchaglobos en una empresa de fiestas infantiles.

Tú de soplaburbujas ganabas algo más, por aquello del efecto del jabón en los ojos era un trabajo de alto riesgo.



Juntando limosnas y propinas ya podíamos comprar la ropa,

de cama,

en tiendas de segunda mano.

Sábanas y mantas para cada semana del mes:

un lujo olvidado desde nuestros años de infancia.

No es que la abuela tuviese más dinero, es que su algodón era eterno.

Adiós a los cartones en cajeros automáticos.



Dejé los globos por el olvidado oficio de deshollinador:

había exceso de malos humos entre los inversores deshonestos.

Sobraba el trabajo, por tanto.



Tú viste la oportunidad de llenar esas pompas de jabón con sueños de futuro.

No había futuro en ellos y rápidamente desviaste la atención hacia las pompas fúnebres.



En grupos de diez se tiraban por las ventanas mis inversores cuando pinchó la burbuja de la bolsa.

Otra pompa.

Tú no eras capaz de atender semejante demanda de entierros rápidos, silenciosos:

nadie alardea del fracaso como nosotros,

será por costumbre.



En otra demostración de espíritu emprendedor, pasé del hollín a los atascos.

Escasean cañerías que traguen toda la mierda que nos rodea y me reconvertí en desatascador.

A ti se te ocurrió la idea de que también podríamos intervenir en los atascos de tráfico.



El alcalde te creyó y nos dio trabajo para dos años.



Con horas extras acumuladas por días de fiesta, nos alcanza para comprar la ropa,

de trabajo,

en bazares chinos.



Sí, amor,

vamos prosperando.



Ya casi soñamos con visitar Zara en unos años.



Será cuando nos permitan pasar de la puerta.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

FRUTA MADURA


FRUTA MADURA 


Él dejó los estudios por unas partidas de mus con amigos, cervezas y chocolate.

Aceitoso y bien liado. A compartir hasta matar.



Ella, porque para ser estheticien pensó que sólo necesitaba unas buenas manos.

Llenas de arcillas y untuosos varios más que de letras y números infinitos.



Él dejó el mus por la portería:

de la discoteca donde trabajó seis años y un mes.

Ella se mancha las manos de barro cada día.

Limpiando el barro de los zapatos de los demás donde pasa escoba y fregona cada tarde de cada semana del año.

Y alguna más: son esas horas que se hacen y nunca se pagan por el que paga.



El mundo de la belleza y los cuidados exquisitos ha quedado para las compañeras que trabajan en oficinas y compiten por cuál entalla la mejor cintura y calza las tetas más altas.



Ella las observa y medita acerca de los arreglos que podría hacerles por poco dinero.



Él la observa a ella desde su carretilla para trasladar palets por toda la fábrica.



Se conocieron en el turno de noche:

él hacía otra vez de portero en la oscuridad y ella daba lustre al suelo; para quitarle esa otra oscuridad.



Esto fue hace veintisiete años y veintiocho semanas. Viven juntos desde entonces en una buhardilla de cuarenta y nueve metros redondos.



Sin hijos. Sin padres ni perros ni amigos ni gatos.

Dos peces de colores en un tanque de cristal les observan cada noche como si fuera la única, mientras ellos comen palomitas fieles a su cita con Netflix.



Una vieja manta para los cuerpos, gruesos calcetines para los pies y el mando del televisor como el cuenco de las palomitas,

compartido en el centro, son todo su tesoro y su patrimonio.



Amor mutuo y enorme cuando el control remoto no tiene un único propietario.



Piso de alquiler muebles de baja gama ropa de mercadillo comida del Lidl caprichos del Cash Converters sueños…

Los sueños los regalaron a otros más necesitados. Ellos nunca les iban a sacar partido:

renunciaron a todos tras su primer despido.



Hoy hablan poco pero se dicen mucho.

Se miran mucho y se desean siempre.

No tienen nada porque les sobra aquello que no puedan darse

el uno al otro.



Quizás por esto

y un poco de lo otro

hoy son felices

como ninguno.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

FLIES


FLIES



Si los enemigos te sobrevuelan como lo hacen las moscas

No pienses que por ello eres una mierda.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

EPÉNTESIS EVISCERAL


EPÉNTESIS EVISCERAL 


No saques tu cabeza de chorlita por la ventana del baño.

Asoma a un patio años 40, angosto, gris y saturado de cacofonías chismosas que te reventatán los oídos como una lata de cerveza.



No es agradable que pongas todo perdido con tus sesos.

De chorlita.



Si la duda es sobre qué balcón elegir para tirarte, no lo pienses:

el palo corto siempre es la opción más sensata;

mejor cuanto más cerca más fuerza en la pegada.



Evita los coches de la calle y los toldos de las cafeterías: amortiguan los golpes y puedes quedar imposibilitada;

imposibilitada en tu intento de suicidio épico y memorable.

Serás recordada por el fracaso.

Otro más que sumar a tu larga lista de fiascos y decepciones.



Tras una taza de café amarga como tu presente y dos cigarrillos negros como tu futuro,

concluyes con la sabiduría del pájaro carpintero,

ya no chorlito,

que hoy será otro día epentético.



Que soplarás con desgana la misma vela de siempre.

Ese trapo viejo que no lleva a ninguna parte.

¡Si al menos esta vela fuera un cirio para quemarlo todo!



Sólo das vueltas en tu oscuro rellano de escalera,

con la fregona de borrar pecados en una mano

y el exprimidor de los minutos lánguidos para cocinar tu habitual compota del aburrimiento,

en la otra.



Tras una mañana y media tarde de reflexión al calor de un rancio sol y sombra,

concluyes que tu vida entera es poco más que una epéntesis

estorbando en la dictadura diaria de existir.



Si por fortuna quedara algo de tinta en el tintero,

pondrías hoy el manchurrón grueso de un rotundo e imborrable punto y aparte

a este teatro absurdo e inútil que llamas vida

por no decirle muerte.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ENTRE PROFESIONALES

ENTRE PROFESIONALES 


Él pidió un Gin-Tonic tonificante mientras esperaba en el punto de encuentro acordado.

Otra reunión para despejar incógnitas en derivadas que tal vez aporte algún dato significativo a la efímera existencia del vendedor de basura ajena.



La camarera, muy profesional, sirvió la copa:

de la sombrilla que adornaba el vaso colgó una etiqueta donde decía “Beber alcohol derrite el hígado y siembra tumores en el esófago que arraigan como la mala hierba“.



Roelius III pensó que no había mejor hierba que la maría, así que guardó el consejo en el paquete de tabaco, justo al lado de Fumar Mata para tener una frase que poner en su epitafio, y sorbió media copa como si fuera agua desmineralizada.

Sabía que su destino estaba echado. En realidad arrodillado, que viene a ser mucho peor:

humilla más. Mueren así los inocentes y él siempre quiso ser culpable.



Nunca tuvo fortuna con los negocios y sin embargo la vida no le regaló amores para compensarlo.

Era un tipo con un solo signo de suerte y la cara chunga de la moneda cayendo arriba por muchas vueltas mortales que le diera.



La cita no llegaba y en la juke box otro nostálgico de las emociones perdidas seleccionó “Same Old Scene “, de Roxy Music.

A Roelius III le pareció apropiado pues creía llevar ahí todas sus vidas.

Esperando su oportunidad o la de algún otro para comprar o robar la suya, pero siempre esperando.



Del taburete de al lado un tipo grueso como un barril de cerveza y borracho como otro barril de cerveza cayó al suelo cual redondo era.

Sonó a cucaracha reventada cuando se estalló la cabeza contra el reposapies de la barra.

La camarera, muy profesional, chasqueó los dedos y el par de gorilas de la puerta arrojaron al tipo al callejón trasero.

Entre cajas de basura y cubos de metal repletos de botellas vacías terminó de desangrarse hasta morir.

Nadie le echó de menos. Mujer no tenía las hijas le odiaban los vecinos le ignoraban el jefe lo despidió esa tarde.



La camarera, muy profesional, sirvió otra ronda a cuenta de la casa para que los clientes olvidaran rápido el incidente.

Tampoco hubiera sido necesario, todos eran de memoria frágil para estos y otros asuntos sociales.



Al tercer Gin-Tonic Roelius III ya tenía dudas de haber quedado con alguien para algo concreto. Extrajo su agenda del portafolios y en la fecha del día encontró una nota que decía:



Reunión en el Forget con Olvido para cancelar el proyecto. Renunciar a seguir intentándolo.

Abandonar cualquier intento de desarrollo personal y volver a la casilla de salida.

Todo está perdido.



La camarera, muy profesional, percibió el desaliento en el rostro de Roelius III y sirvió otra copa. Esta vez con dos sombrillas. Con el susurro de los amantes fugitivos, a su oído musitó:



- Ahora tienes tres opciones. Beber hasta reventar. Llorar hasta morir. Esperar hasta que acabe mi turno y quemamos la ciudad.

- Me quedo con el fuego. Pero entretanto llena esta barra de copas que voy a llorar y reventar.



En la juke box el aficionado a los temas desgarrados invirtió una moneda en “More Than This” y todos los solitarios aplaudieron.

Roxy trasladó sus conciencias a ese empíreo donde quienes merecen algo más se hace posible.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

EGO, ERGO EXISTO

EGO, ERGO EXISTO 


El ego es la mortaja que protege de la evaporación a los hombres pequeños.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CONCATENACIÓN

CONCATENACIÓN 



El desinterés genera desencanto.



La indiferencia, frustración.



El desprecio, amargura.



La amargura deviene en distancia.

Ésta en soledad.



La soledad alimenta el desapego.



Éste culmina en desinterés.

Quién sabe si perpetuo.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

BOOKS MODE


BOOKS MODE


Desde que entré en modo bookstore,

la esfera del globo se ha reducido a las dimensiones del largo por ancho

en una infinita hoja de papel con usos múltiples.



Extraño e irreconocible es este mundo pendiente de ser rediseñado como un mal exprimidor.

-Sobran malas ideas y propuestas repetidas en el arte de diseñar soluciones necesarias. -



Las tramas tienen un nuevo significado y las composiciones ya no son diabluras de mal pensantes o manipuladores.

Aunque abstracto

hay un mensaje en estas tareas diarias en la construcción del nuevo hombre

en busca de sentido.

De su propio y único sentido.



Ya no regalo mi tiempo a los habituales mediocres e interesados que me rodeaban:

siempre un paso al frente en la primera fila de los abrazos. Por delante un beso por detrás otra traición.

“Tú que sabes… ¿Por qué no me haces esto? Cariño.” -Si es que eso -.



Es ahora que algunos bien intencionados,

algo faltos de entusiasmo y convicción pero plenos de esa frustración de la mediana edad,

entregan su diaria dosis de energía en mi solo beneficio.

-Nunca demasiada pero tampoco yo demandaba gran cosa;

siempre acostumbrado a lo contrario es lo que tiene.-



Beneficio que será personal, único, quién sabe si a explotar o explorar,

en esta tardía tal vez inútil,

forma de rearmar el muñeco que guarda mis alientos.



Desde que me autoexilié de mi estúpida y banal forma de ser y estar en la sociedad de los yoístas,

me he desprendido del enjambre que sólo se acercaba al jardín de mis ideas cada vez que alguna buena les faltaba.

Y esto era mucho y muchas veces.

Tantas que se llevaron buena parte de mi vida.

Olvidado era por razones de afecto, recordado sólo para casos de urgente e interesada necesidad.

Egoístas mentecatos ineptos torpes o definitivamente estúpidos, sabían de mí cuando algo en su minúsculo y pobre mundo se quebraba.

Y esto era mucho, y muchas veces.



Ya no más.



Ya lo ves cariño,

desde que hui de ese ser imbécil y perdido que conociste por los quebrantos de los años vacíos,

sólo tengo tiempo para mí.

Tampoco para ti, qué te creías.



No verás cuánto lo siento.



No, no lo verás. Y yo tampoco.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ESTACIÓN


ESTACIÓN


La tonta del móvil redacta los esemeeses moviendo los labios.

Como si la oyera alguien en alguna parte,

incomunicada como está con la distancia corta

y enganchada en la lejana.

Son los nuevos tiempos:

Me despego de ti porque estás cerca

Me pego al que tengo lejos para sentirlo cerca.



La del flequillo negro tazón mira hastiada los paneles.

Si tarda un poco más el autobús se va a liar a hostias.

Una pena, porque es mona y apunta maneras de buena amante.

Aunque parezca nula conversadora.

Pero quién quiere hablar según qué ratos.



El chófer se marcha resoplando porque está hasta los cojones.

La azafata resopla de tanto oírle resoplar.

Y entre tanto resoplar no queda aire limpio que respirar.

También es el signo de los tiempos:

la prisa y la impaciencia.



El segurata se asegura de que todo esté seguro:

aunque para ello tenga que dejar a todos inseguros,

desnudos, bocabajo. En el suelo de la calle.

La autoridad y la necedad siempre hicieron mala pareja:

porque desparejan todo lo que encuentran a su paso.



El hombre de la corbata me mira cansado y con barba de dos días.

Se le nota que tiene ganas de marchar.

Más si es para no volver.



Para eso estamos aquí todos:

para marchar.

Mejor que sea para no volver.

Nadie vale la pena en este lugar.

Tampoco yo.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 26 de febrero de 2018

A MATAR, QUE SON DOS DÍAS



A MATAR, QUE SON DOS DÍAS 



Dice mi profesor de matemática aplicada a la ciencia del desengaño,

que va a dar una rueda de conferencias.

Conociendo al personaje, éstas quedarán cuadradas y los públicos dirán amén Jesús santo

y seña.



Ávido que estoy de dar un poco de lustre a mi popular mediocridad,

con telegrama lento he respondido vía telepática para hacerme un hueco en su calendario.

Quiero participar como telonero -he exigido como si algún derecho tuviera.

Mi ponencia irá sobre "Democracia y Libertad de Prensa: algunas tendencias

sobrevaloradas".



Nadie puede negar que el título tiene pegada:

4 hostias bien dadas, para ser concreto. Dos por temario, siendo cicatero.



Confío en que al término de mi exaltada disertación

algún tirano sin cargo se ponga en contacto conmigo para montar una dictadura en el primer

país que se presente.



Y a matar, que son dos días.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

A PARTES INJUSTAS


A PARTES INJUSTAS

La equidistancia es el discurso fácil de los hipócritas
y el refugio antipánico de los cobardes.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

A VER CÓMO


A VER CÓMO



A ver cómo lo arreglamos,

cariño tuyo,

este chandrío que en la cocina montamos

cada vez que nos da por sincerarnos

y contarnos esas medias mentirosas verdades

para acabar fingiendo que nos queremos a ratos.



A ver cómo salimos de esta, no siendo más fácil que de la otra,

para escabullirnos el otro del uno,

sin que nos duela ni mi corazón de piedra lo sienta o el tuyo de cartón se rompa.



A ver cómo contamos a quien escucharnos parezca, que no queda más brasa en esta hoguera ni besos ocultos en la cartera ni un solo abrazo salvo los rotos.

Que ya no somos nada el tú sin el yo. Pero el yo con el tú,

un estorbo.



A ver cómo hacemos para repartir las sobras de este hundimiento ejemplar, si vernos ya no podemos a riesgo de que nos ardan los ojos y se nos perforen las entrañas.



Yo propongo tú propones ellos dicen. Todos saben más que nadie pero aquí nadie escucha a nadie:

hablar ya no sirve, no te engañes. Ilusiones ya tuvimos bastantes.

Desaparecer es la única opción antes de que estalle otra guerra, te lluevan mis mordiscos y me desollen tus arañazos



A ver, a ver, a ver si esto de jugar a perros y gatos lo vamos dejando para los cachorros, que nosotros estamos mayores y nos vendrá bien un descanso.



No te parece que si yo te troceo mis huesos y tú traes acá tus ratones, ¿podríamos envejecer más despacio?

Yo aullando, tú maullando, gata mía. Juntos bajo una luna que todo lo ve y nada cuenta.

Ronronea, ronronea que este perro se queda.



Para gruñirte suave y lamerte entretanto.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ERASED



ERASED



Comencé por tachar de mi lista de contactos a las personas que no me aportaban nada.



Cuando tras el último borrado sólo quedé yo, también me eliminé.



Concluí que nada interesante tenía que decirme.



Ha llegado la hora de desaparecer

por el bien de todos los que queden.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

FRUTA MADURA



FRUTA MADURA 



Él dejó los estudios por unas partidas de mus con amigos, cervezas y chocolate.

Aceitoso y bien liado. A compartir hasta matar.



Ella, porque para ser estheticien pensó que sólo necesitaba unas buenas manos.

Llenas de arcillas y untuosos varios más que de letras y números infinitos.



Él dejó el mus por la portería:

de la discoteca donde trabajó seis años y un mes.

Ella se mancha las manos de barro cada día.

Limpiando el barro de los zapatos de los demás donde pasa escoba y fregona cada tarde de cada semana del año.

Y alguna más: son esas horas que se hacen y nunca se pagan por el que paga.



El mundo de la belleza y los cuidados exquisitos ha quedado para las compañeras que trabajan en oficinas y compiten por cuál entalla la mejor cintura y calza las tetas más altas.



Ella las observa y medita acerca de los arreglos que podría hacerles por poco dinero.



Él la observa a ella desde su carretilla para trasladar palets por toda la fábrica.



Se conocieron en el turno de noche:

él hacía otra vez de portero en la oscuridad y ella daba lustre al suelo; para quitarle esa otra oscuridad.



Esto fue hace veintisiete años y veintiocho semanas. Viven juntos desde entonces en una buhardilla de cuarenta y nueve metros redondos.



Sin hijos. Sin padres ni perros ni amigos ni gatos.

Dos peces de colores en un tanque de cristal les observan cada noche como si fuera la única, mientras ellos comen palomitas fieles a su cita con Netflix.



Una vieja manta para los cuerpos, gruesos calcetines para los pies y el mando del televisor como el cuenco de las palomitas,

compartido en el centro, son todo su tesoro y su patrimonio.



Amor mutuo y enorme cuando el control remoto no tiene un único propietario.



Piso de alquiler muebles de baja gama ropa de mercadillo comida del Lidl caprichos del Cash Converters sueños…

Los sueños los regalaron a otros más necesitados. Ellos nunca les iban a sacar partido:

renunciaron a todos tras su primer despido.



Hoy hablan poco pero se dicen mucho.

Se miran mucho y se desean siempre.

No tienen nada porque les sobra aquello que no puedan darse

el uno al otro.



Quizás por esto

y un poco de lo otro

hoy son felices

como ninguno.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

JUSTICE



JUSTICE 



Hagamos un esfuerzo por entendernos.

Pues aunque sé que no podemos, disimulemos.



No diré que tú empezaste. Arrojándome el lápiz rojo pasión de tu caja de colores.



No diré cómo te respondí. Haciéndote tragar la goma para tinta azul Milan.

Apenas dos arcadas después y la goma ya estaba fuera:

a los pies de un profesor imbécil y mediocre enamorado de sí mismo.



Nos encerró a ambos en el cuarto de pensar.

Otro armario ropero con olor a naftalina y orines de alumnos asustados.



En la oscuridad carcelaria que transforma un guardarropa en mazmorra,

y al sujeto con migajas de autoridad en tirano con aspiraciones de borrar a los demás en el mapa de su mundo, hicimos un principio de pacto:

nunca dejar crimen sin castigo.



Juntando nuestro cumpleaños número 12 en un solo festejo de primaria, preparamos una merienda de chuches, mortadela y coca cola.

Ésta y los chuches para los profes, la mortadela para nosotros

que aún estamos en edad de crecer sin hacernos de mayores otros gilipollas de provecho.



En la coca, cantarella. A nuestra tierna edad podemos olvidarnos de lo light.

En los chuches, ricina. Enseñanzas puestas en práctica, como pedía nuestra inocente profesora de química aplicada a la vida irreal.



Pocas horas duró el pavo en la mesa de trinchar. Se diluyó en vómitos y diarreas como un azucarillo en la saliva de un asno.



Los inteligentes servicios de investigación policiales presto acusaron al mayordomo:

otro bedel sin formación que no supo defenderse y cubrió rápidamente la plaza libre del culpable.



No obstante, quedan cabos sueltos que debemos corregir:

las fotografías colgadas en el vestíbulo del colegio con los caretos de todos los profesores muertos.

Nuevo insulto a la sabiduría de los niños.



Tan sólo tres semanas para las vacaciones de verano, pongámonos de acuerdo: resolvamos.



A mi padre aún le queda gasolina en la garrafa de su motosierra.

Al tuyo, bengalas de su bote de pesca.



¿Qué esperamos?



Hagamos un esfuerzo por entendernos. Pues aunque sé que no podemos, ha llegado la hora de hacernos justicia.



Para siempre.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

SOPORTADOS



SOPORTADOS



Si todo proyecto ha de tener un soporte intelectual





¿quién soporta después al intelectual?


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PLANEADORES



PLANEADORES





Cortan una lámina de agua en sus planeadoras de mínimo contacto con motores de máxima potencia.




Fardos de hachís como sacos de ropa vieja en el fondo de la lancha.

Paquetes de heroína envueltos como harina refinada entre las capas de poliéster.




El hachís para los no iniciados pobres jipis o románticos.

La heroína para expertos en consumo derrotados perdedores o simplemente traicionados.




Bajo precintos de papel plata en popa a buen recaudo, cocaína fina fina filipina. Otro manjar de las islas para videntes clarividentes o,

no tan simplemente,

pudientes.




Planeadores en definitiva del resto de competidores por similares demandas.




Cada usuario tiene su estilo cada clase su producto cada bolsillo su acceso.

Cada planeador su cliente.




Aseguran los incautos que vendrá la policía a detenerlos a todos.




Un juzgado bien traído al mal caso, imputará a unos cuántos.

Un juez bien instruido,

por aquellos planeadores con cargo,

hará un trabajo ejemplar condenando a unos pocos con singulares sentencias:

no más que cortinas de humo para cerrar el teatro.




El periodista con aspiraciones a prócer hará un mal reportaje que se venderá con gran entusiasmo.

La población respira aliviada con voluntad de querer ser nuevamente engañada.




Los planeadores,

sabiendo que todo vuelve a empezar, saborean con humo habano el natural entreacto



pues qué era el proceso sino un merecido descanso.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 23 de febrero de 2018

IRPF GLOBAL



IRPF GLOBAL




Retenciones:

De turistas

De líquidos

De emociones

De personas

De caudales

De acreedores

De cursos fluviales

De ilusiones




La morcilla, de Burgos, los perros de la cuneta el frío de marzo el tiempo perdido la envidia del teniente los amigos enterrados en el páramo del olvido la chica de gruesas caderas las averías del coche las aceras sin limpiar los huesos de pollo en el capot la feminista en el río el queso, de Burgos, la desesperanza los ladrones del barrio el futuro quebrándose el autoengaño de cada mañana el triple seco sin hielo el piso del portero los porros con Ballentine's la mochila llena de piedras el corazón de balas la cárcel de gente el ejército de presos la sumisión permanente los gatos reventados el tráfico pesado la catedral, de Burgos, los delitos de odio los muertos de pena los fusilados de amor los incendios por higiene las angustias colgando de las ramas el sexo seguro el cariño prepago los recuerdos corregidos al alza la realidad a la baja el amor que te tuve el que nunca tuve el que sólo retuve las yemas, de Burgos, los funerales por los vivos los muertos de aburrimiento los rematados a impuestos los jueces jugando a los dados los curas comiendo cecina las cenobias en Las Huelgas, de Burgos, haciendo buñuelos los muchachos jugando a pillar las muchachas jugando a insultar los poderes extraños del radiofonista exaltado el Diario, de Burgos, con desinformación detallada las vacaciones efímeras la vida entera en espera las emociones en suspenso la tristeza en cada mañana la soledad de la tarde la desolación cada noche la ignorancia feliz el sufrimiento de saber el seppuku de la reflexión la sal en la sopa la berza con patatas el puré de alubias con sueños el miedo a morir sin haber existido creerse que todo tiene un sentido cuando lo que tiene es un costo.

Todo en una Olla Podrida, de Burgos.




No hay justiprecio en el trato de vivir.

Sí mucha plusvalía por cada mísero logro.

Los recaudadores de felicidadades ajenas

siempre llevándose todo.










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE








martes, 20 de febrero de 2018

A COCES



A COCES


Sobre tu barriga mi mano posaste

por si sentir quería

la imprevista consecuencia de un rato en los lavabos

que ya nos daba pataditas.




El brillo de aquel episodio en el gimnasio

volvió a tus ojos de rabia:

a mi barriga lanzaste tu mejor patada.




En justa compensación

la misma te devolví yo con idéntica proporcionalidad.




El niño dejó de latir

Tú de llorar

Yo de esperar.

Estalló la bomba

de nuestro núcleo familiar.




Hasta las últimas consecuencias encarnamos la familia nuclear.











© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 13 de febrero de 2018

A VER CÓMO



A VER CÓMO



A ver cómo lo arreglamos,

cariño tuyo,

este chandrío que en la cocina montamos

cada vez que nos da por sincerarnos

y contarnos esas medias mentirosas verdades

para acabar fingiendo que nos queremos a ratos.



A ver cómo salimos de esta, no siendo más fácil que de la otra,

para escabullirnos el otro del uno,

sin que nos duela ni mi corazón de piedra lo sienta o el tuyo de cartón se rompa.



A ver cómo contamos a quien escucharnos parezca, que no queda más brasa en esta hoguera ni besos ocultos en la cartera ni un solo abrazo salvo los rotos.

Que ya no somos nada el tú sin el yo. Pero el yo con el tú,

un estorbo.



A ver cómo hacemos para repartir las sobras de este hundimiento ejemplar, si vernos ya no podemos a riesgo de que nos ardan los ojos y se nos perforen las entrañas.



Yo propongo tú propones ellos dicen. Todos saben más que nadie pero aquí nadie escucha a nadie:

hablar ya no sirve, no te engañes. Ilusiones ya tuvimos bastantes.

Desaparecer es la única opción antes de que estalle otra guerra, te lluevan mis mordiscos y me desollen tus arañazos



A ver, a ver, a ver si esto de jugar a perros y gatos lo vamos dejando para los cachorros, que nosotros estamos mayores y nos vendrá bien un descanso.



No te parece que si yo te troceo mis huesos y tú traes acá tus ratones, ¿podríamos envejecer más despacio?

Yo aullando, tú maullando, gata mía. Juntos bajo una luna que todo lo ve y nada cuenta.

Ronronea, ronronea que este perro se queda.



Para gruñirte suave y lamerte entretanto.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

POWER TO SOME PEOPLE



POWER TO SOME PEOPLE



Hay quien tiene poder

-usualmente arrebatado al pueblo desgraciado o regalado por el votante malnacido –.



Hay quien tiene poderío.

Para esto, hay que nacer.



No se otorga no se compra no se encuentra rebuscando entre museos o basura.

Para mostrarse a los demás con poderío

Hay que valer.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

NOWHERE



NOWHERE


- ¿Dónde estabas ayer, cuando aquí te necesitamos? - dijo la burra al asno en otro generoso acto de contrición animal



- ¿Qué tú crees? Dando coces en una manifestación antisoviética. Hay que poner freno a otra invasión de chucrut y pescado seco.



- Razón tienes, estimado pollino ramplón. El país está descomponiéndose con tanto taquígrafo jubilado y madre afásica en busca de emociones fuertes.



- Son tiempos de héroes anónimos como nosotros. De guerreros voluntarios para un nuevo apocalipsis que nos devuelva al origen racionalista del ser vivo.



- ¿Sin pasión?



- Nada de pasión. Las emociones nos llevan al seguidismo y éste al caos. El holocausto se nutre de fanáticos leales inspirados por un necio impulso.



- Sabias palabras para venir de un giranorias.



- Últimamente he estudiado a los clásicos, y ya no soy el mismo.



- Hermosa contradicción. Pero el conocimiento no te hará libre, sino infeliz. Siempre fuiste un rucio tan... idealista.



- Cierto. He pensado en lobotomizarme para abandonar esta insensatez del clarividente.



- Pídeme cita. Salgamos a todo galope de este mundo animal y hostil.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 9 de septiembre de 2017

THE TRAP



THE TRAP


Venir verlo quisiera,

estimado hermano bribón,

y en guardia posicionarme ante las hostias que por izquierda y derecha nos caen como si fuéramos culpables.


Y desde una azotea

al débil resplandor de las chinchetas que tiemblan como trémulas estrellas

vigilar por el día el ancho campo que del enemigo nos protege.

Al caer el escalofrío de la noche, encender el sol como si fuera una antorcha hasta prender el cielo todo.

Ser el pirómano del firmamento.


Invertir el tiempo cósmico y sus leyes de justicia para tener una posibilidad en este páramo con falsas oportunidades y promesas trampa.

Hacerle un truco al destino hasta que sepa que yo también estoy aquí.

A veces muerto de sueño,

otras de aburrimiento rabia asco o ganas de venganza.

Pero siempre muerto.


Con los huesos que la picadora del olvido no me rompa,

pienso formar un ejército de fantasmas.

De exánimes con ambición y sin aspiraciones. Condenados a su suerte

qué poco importa luchar si no es por una guerra legendaria

donde enterremos a todos los que sin ser

están.


Mis siempremuertos harán justicia

y con todos los demonios arderán los cuerpos que nos roban el aire el espacio el tiempo la ilusión.

La corta vida que nos queda. Hermano bribón.


Cuando la ofensiva arrase y no queden manos que se alcen, volveremos al refugio gris del que partimos.

Sempiterno tormento de inquietudes sin sentencia.

Laberinto infinito de preguntas sin solución.

Agujero de los mayores deseos y cueva de los peores monstruos

donde cocimos esta marmita para envenenar a nuestros siete niños:


Afán

Confianza

Deseo

Esperanza

Felicidad

Optimismo

Pasión.


No habrá legado que nos recuerde.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE 










jueves, 7 de septiembre de 2017

CARROS


CARROS 





“Déjame” -dijo él mientras ella le vomitaba desde la acera un “No quiero verte” con tanta repugnancia que hasta los pájaros huyeron de la zona de protección.



Cerró la puerta del taxi con la rabia suficiente como para que el chófer le torciera la mirada.



- Lléveme donde le plazca - bufó Roger al taxista con un suspiro de renuncia.



El conductor deslizó la palanca del cambio automático hacia la posición Reverse y el coche emprendió la marcha. Atrás.



- ¿Pero qué hace? - preguntó asustado el pasajero.

- Necesita volver a algún punto de partida. Ya me dirá cuándo paro.



Roger comprendió la propuesta: era la mejor que había oído en años. Necesitaba resetear toda su existencia para darse una sexta oportunidad. Ya había desperdiciado cinco con sus falsas expectativas.



El Toyota Camry color rojo tomate maduro comenzó a recorrer la décima avenida. Para sorpresa de Roger, nadie prestó atención al hecho de que fuesen marcha atrás. Bien podía ser porque esto ya no era una novedad, se contaban por cientos los que arrepentidos demandaban el camino; bien porque estaban demasiado absortos en sus propios demonios interiores. No queda energía para tantas batallas paralelas.



El coche se cruzó con un carrito de helados en el que su propietario acumulaba libros de Stendhal y Proust. De éste último utilizaba para mejorar sus ventas con los adultos la siguiente frase: “¿Dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas? “

Y vendía helados de chocolate de tres en tres como si no hubiera un mañana.



Roger descartó esa parada como posible: demasiado densa para su frágil momento existencial.



Dos manzanas más atrás, o adelante en este proceso inverso del tiempo perdido, un carro de heno cruzó la ancha calle y colapsó el tráfico.

El taxista advirtió:



- Este no se lo recomiendo. Con frecuencia veo pasar carros de heno que vuelven como carros de combate y terminan siendo carros de fuego.

- Tiene razón. Mala opción. Acelere y sáqueme esta amenaza bélica de la vista. Estoy cansado de combatir por causas inútiles.

- Con el tiempo todas lo son. No desespere.



Pintores callejeros hacían grafitis en los escaparates de joyería tachándoles de ostentación obscena contra la clase media.

La policía se desentendía del conflicto a instancias del alcalde, cuyos orígenes latinos le concedían un plus de comprensión hacia esa realidad inocultable.



Un cantautor de metro desentrañaba piruetas con su guitarra clásica española para captar la atención de viandantes. Abandonó los pasillos subterráneos por estrés pretraumático: vaticinaba un gran accidente de tren en corto plazo y esto no le dejaba vivir.



La fila tras las ruedas de un carro de café helado rodeaba la siguiente manzana. Clientes todos a los que la reciente subida de impuestos abrasó en el crematorio del gobierno para villanos y plebe. Necesitaban apagar de algún modo las llamas de la ira.



Poco después, o adelante, un carro rebosante de mentiras aguardaba el cambio del semáforo. Pensaba cruzar con la luz roja y atropellar a todos los crédulos gritando: “Esto os pasa por confiados. Despertad. ¡Despertad!”



- ¿Quiere verlo? Preguntó el chófer a Roger.

- No, gracias. De estos ya me han atropellado unos cuántos. Prodiga.

- Querrá decir prosiga.

- Perdón, prosiga. Prosiga.



Al llegar a la catedral de San Juan el motor se detuvo sin motivo aparente.



- Vaya. Es usted ateo, ¿verdad?

- Cómo lo sabe - preguntó Roger con extrañeza.

- Ya me ha pasado otras veces. Cuando traslado a algún ateo indomable el coche se para frente a esta fachada.

- Intrigante. ¿Y qué hace?

- Entro a la catedral y me acerco al carro de las velas. Una vez ahí, enciendo un par, dejo veinte dólares en el cepillo y se solucionó la avería. Qué le parece.

- Que ya le doy yo cuarenta pavos pues mi ateísmo tiene una poderosa fe que lo sustenta. Va a necesitar muchas más velas para compensar este pecado.



Deshecho por el método habitual el entuerto de la avería fantasma, el Toyota Camry alcanzó la zona del distrito financiero.

Un carro de carbón empujado por un homeless con años de oficio les embiste por detrás. O por delante.



- Vaya. Otro expulsado del sistema tras la última reconversión.

- ¿Adónde va con ese carro? ¿Lo sabe?

- Sí, claro. Suelen colocarse frente a las puertas de algún gran banco y les tiran esas piedras negras.

- Ah. Interesante.

- No. Pero sí justo.



Pocos metros más adelante un carro de supermercado les adelantaba por la derecha rebosante de lejía y bebidas azucaradas.



- Sorprendente combinación - exclamó el pasajero.

- No se crea. A estos los llaman cócteles Sucarov. Son más letales porque llegan a más gente y matan lento. ¿Quiere probar uno? Le noto con ganas de darlo todo.

- Mejor en otra ocasión. Prodiga.

- Prosigo.

- Eso.



El carro de un lavavajillas cruzó la calle sin mirar a derecha e izquierda como aconsejan las madres a sus niños. La conclusión es que un autobús en edad escolar lo arrolló sin contemplaciones.

Vasos platos copas fuentes se hicieron añicos frente a los ojos atónitos de Roger.



- Es su oportunidad para descalzarse y dejarse la piel. Sería un mártir ante los ojos inexpertos.

- O un faquir aficionado. Mejor para otra ocasión. Hoy no tengo el cuerpo para más sangre.

- Sabia respuesta. Hay desollamientos que no valen la pena. Menos aún si la piel es propia.



Al llegar al City College un carro de linotipia con sus matrices todavía humeantes se detuvo junto al espejo retrovisor. El operador miró a Roger y en esperanto preguntó si tenía intenciones de cursar alguna carrera. La oferta era amplia y las tasas suficientemente elevadas como para resultar eficazmente disuasorias. Roger añadió que necesitaba algo más de tiempo para definirse. No veía claro cómo insertar en esos precios tan elevados el discurso de igualdad de oportunidades.



El taxista sacudió la cabeza con desaprobación, pero no pronunció palabra. Él tampoco supo a tiempo qué quería ser de mayor. Por ello lleva un book secreto en la guantera con todos sus proyectos sin desarrollar.



Algo incómodo consigo mismo dio un corto acelerón sin pensar. Por los aires lanzó un carro de bebé que cruzaba solitario la avenida. De su interior, volando entre toquillas y minisábanas de encaje, un teléfono rojo de sobremesa años cincuenta salía despedido hasta estrellarse contra la dura acera. Por ella corría la madre desesperada al rescate de los trozos y dejándose los tacones en la acera.

A falta de hijos de carne había adoptado un teléfono porque pensó que éste nunca le negaría la palabra como hacen los adolescentes intratables.

El teléfono, abandonado en el rastro desde los dos años de edad, dio timbrazos de alegría cuando oyó que esa mujer le dijo a su dueño Sí Quiero.



- Parece que me trae usted mala suerte - protestó el chófer al pasajero. Vaya pensando un destino no puedo seguir así media vida. Bastante tengo con no perder el mío.

- ¡Allí! ¡Allí! - gritó excitado Roger.

- ¿Dónde? Hay tantos allís como aquís. Defina.

- ¡Aquel carro con ruedas y perros tirando!

- ¿El musher de color blanco?

- Ese, ¡ese! ¡Lléveme con él!



Sin terminar la frase el taxista hizo dos requiebros de volante y se dirigió marcha atrás hacia el objetivo. O marcha adelante.

Sobre el musher una pequeña mujer forrada de pieles aguardaba con las correas tensas de sus perros en una mano.



- ¿Está seguro? Es una Inuit en su ruta hacia Alaska. Esta avenida es una antigua cañada real, y en ocasiones bajan al sur a pastar a sus renos.

- No me importa. Quiero marcharme bien lejos.



Excitados ambos por encontrar al fin un objetivo digno de ser perseguido, aparcó el taxista su coche apenas unos metros adelantado al carro.

La mujer hizo una señal de negación con la mano izquierda que ninguno supo descifrar. Roger pensó que era un inocente saludo al que correspondió amablemente. George, el chófer del tomate rojo maduro, interpretó el gesto como una ofensa de conductor urbano y también respondió adecuadamente:

mostrando groseramente su dedo corazón.



Pero las indicaciones de la Inuit eran otra cosa.



Un aviso de peligro porque dos segundos después un tranvía arrollaba al taxi despedazando coche y ocupantes.

El azar, en su infinita y oportuna sabiduría, puso fin a tanta incertidumbre. Y la ciudad siguió su pulso con el desinterés habitual.



Al día siguiente, en un periódico local, a pie de página izquierda central apenas una reseña en la crónica de sucesos:



Otro conductor ebrio desobedece las señales de advertencia y muere junto a su pasajero en un paso a nivel para carros.










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

DE TODAS SUS MEDIDAS


DE TODAS SUS MEDIDAS 






Amante oficial de letras y ciencias por igual

(y de los amigos que no se atrevió a tocar y desconocidos que ni osó mirar),

sin edicto previo ni carta de recomendación

se dejó una mañana crecer el pelo gris como sus días y largo como los años vacíos.



Antes ya había abandonado obligaciones sociales y a gritos despachado tanto a jefes como mediocres cargos intermedios.

Sentía que su talento estaba siempre al margen de consideraciones especiales o demandas inteligentes.

Optó por negar el conocimiento a todos esos lerdos que de soslayo la miraban. Para pedirle consejos a cambio de nada.



Agotada con esa colección de fracasos personales y miserias ajenas, apagó el mundo plano 2D con su control remoto y se tiró a la calle sin pensar qué tractor cruzaría en ese momento por la avenida Roma.



Hubo suerte,

al volante una cabra que había renunciado echarse al monte pues hacía años que el cuerpo le pedía playa.

Entendió gracias a una revista del corazón hipertrofiado que pulgas y garrapatas no apreciaban el agua salada.



Sin pensarlo subió a su cabina de un salto.



- Hola. Pasas en mi momento apropiado. ¿Acaso posees el don de la oportunidad?

- Hola. Lo sé. Sí. Yo soy Cabra. ¿Y tú?

- Yo no, pero lo intento. Gracias por preguntar. ¿Vas a alguna parte?

- Quisiera. Pero si no llego tampoco me va a importar. Es mejor morir en el empeño que seguir rumiando.

- ¿La hierba?

- No, los sueños.

- Razón tienes, Cabra. Acelera. Quisiera conocer ese mundo que debe estar en alguna parte.

- Vas sin equipaje.

- No quiero lastres. Lo que pretendo exige compromiso total y fe ciega.

- ¿En el más allá?

- No. En mí misma. Demasiados moscardones alrededor sorbiéndome la energía.

- Creí que las pulgas sólo eran cosa nuestra.

- Hay parásitos en todas partes. Pero no hablemos más y acelera. Tengo una urgencia.

- ¿Necesitas un retrete?

- No de ese tipo. Lo que tenía que evacuar ya lo hice en medio de la plaza. A la vista de todos, no quería dejar nadie afuera y ser acusada de clasista. Mi urgencia es más vital.

- Te entiendo. ¿Te gusta conducir?

- Sólo si es un beemeuve,pero perdí el carnet por exceso de puntos. Era demasiado buena para la policía de carreteras. Les estaba dejando sin trabajo.

- Perfecto. Nos turnaremos sin parar. Cuidado no te tragues la lengua en la próxima curva.

- Me he vuelto una deslenguada. No tengas miedo con eso.



Aquel pueblo olvidado de pendejos y calamidades estuvo haciendo batidas de búsqueda durante dos meses. Cuando se inició el curso escolar contrataron a una monja como profesora suplente y cada cual volvió a sus aburridas tareas diarias. La médium que decía saber dónde estaba el pozo de los deseos donde la desaparecida se había sumergido fue despedida sin sueldo. La policía municipal siguió persiguiendo coches mal aparcados y el alcalde volvió a decorar su despacho para impulsar la economía local.

El médico rural compró un nuevo burro para sus desplazamientos urgentes, el panadero otro molino de río para aguas más tranquilas, el veterinario se aplicó una vacuna experimental y le crecieron cuernos pero nadie notó la diferencia, su mujer le abandonó definitivamente ahora que sus aventuras se habían hecho vox populi, el amante de la mujer abandonó a ésta por falta de motivación, el cura excomulgó a los tres como forma de recuperar su autoridad, el carbonero bajó de la montaña con una oferta que pocos pudieron rechazar: a partir de ese día sólo haría carbón dulce para adultos con problemas de entusiasmo, el parque de bomberos se reconvirtió en un parque infantil por falta de incendios, los chinos del supermercado renunciaron a los precios bajos e introdujeron producto local, la pescadera abrió una perfumería junto a una pediatra sin título y ambas lograron desprenderse del mal olor, la poetisa autonombrada psicoterapeuta precisó asistencia psiquiátrica para corregir su adicción al intrusismo profesional, el músico callejero cambió ésta por el coro de la iglesia y las propinas mejoraron gracias a su habilidad para generar compromiso social, el periódico regional concentró su interés en las buenas noticias y las malas desaparecieron, el turismo regresó para limpiarlo todo y el ministro de medio ambiente y energía limpia concedió la medalla de buenas prácticas al municipio y sus animales.



Millones de curvas, miles de kilómetros, cientos de noches al raso, docenas de pinchazos, varios amantes de carretera, pocos momentos aburridos y sólo un par de excesos de velocidad más tarde, la cabra y la fugada disfrutaban con entusiasmo de su primera aurora boreal. Habían llegado a Cabo Norte por equivocación: creyó la cabra leer Cabro Norte y la ilusión de un nuevo amor ciego le condujo hasta ahí.



No se arrepienten, ciegas de entusiasmo y repletas de felicidad cruzan las patas y piden dos deseos: uno por cabeza que es el mismo sin que ellas lo sepan.





No volver. No volver. No volver. No volver no volver no volver no volver no vol… no… n...












© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ALGUNOS CAMBIOS NECESARIOS


ALGUNOS CAMBIOS NECESARIOS 





De tanto que revisé los cajones con los buenos propósitos

y rebusqué entre los baúles de los dulces recuerdos,

se han extraviado los más necesarios.

Aquellos que en realidad no eran míos que eran recuerdos robados.



Por ser de otras vidas eran mejor que los propios, límpidos fantásticos de cuanto pesar soportaron;

quedeme con el lado amable de biografías adversas:

no estaba yo para más contratiempos incómodos.



Superado el disgusto de ver que aquellas novelas

no más podían ser leídas como mías auténticas,

he optado por imaginar nuevos capítulos,

a fin de terminar una historia que en los ambientes propicios

pueda narrarse gloriosa, envidiable.

Permítaseme la contradicción: inenarrable.

Quién sabe si épica.



Inventaré si fuera necesario alguna gesta o episodio lejano; conviene marcar distancia para que no pueda ser comprobado.



Diré que hice grandes cosas y conocí personas y visité lugares y descubrí naturales tesoros en inexplorados parajes.

Afirmaré que inventé artilugios que diseñé tinglados que postulé hipótesis a su tiempo adelantadas que investigué sobre asuntos poco conocidos y rocé el éxito en la mayoría de ellos.



Que destaqué igual en la cátedra que en el deporte. Que corrí riesgos innecesarios y superé marcas por siglos imbatidas.

Que no hubo sombra que se me acercara ni episodio en el que no destacara.



Que fui un surrealista de las ideas un impresionista de los hechos un cubista de las reformas.

Que el psicoanálisis no hubiera sido posible sin mi ensayo sobre la sinrazón. Que hice el primer autotransplante de corazón partío.

La única ligadura de trompas de Eustaquio hasta la fecha y el mejor descalcificador de huesos para adolescentes tardías.



Afirmaré y nadie lo podrá negar que viajé en una sola noche de Venus a Plutón impulsado con las alas extraviadas de Ícaro.

Que en la fosa de Las Marianas abrí una escuela para peces fantasma y se me llenó de medusas autista. Que rescaté a un lobo marino poco antes de meterse en el cuento del lobo feroz. Y no hubo un solo niño que no me lo agradeció.



Que sané con psicotrópicos made in home dolencias de amor en gueisas y meretrices. Que rehíce vidas desdichadas con mi especial licor de azúcar maternal. Que dibujé rostros felices en espejos para aquejados de depresión permanente y los vendí por millones.



Que calculé con la simple ayuda de un lápiz de carpintero la fórmula magistral para remediar la falta generalizada de autoestima en pintores y poetas. Que con las cuerdas rotas de una guitarra vieja compuse la mejor canción que sobre los miserables se haya escrito. Que los artistas dejaron de ser perseguidos por originales y fueron escuchados desde iglesias hasta universidades.



Que los sintecho del mundo los sinagua de la tierra y los sindinero de las calles pactaron gracias a mí una nueva declaración de los Pobres Unidos por la que eran condenados al olvido millonarios y defensores de bolsa y mercados.

Que pusieron a gobernar a los siete enanitos y desapareció la miseria.



Que ayudar a los demás nunca más fue una limosna y se convirtió en un derecho que todos quisieron detentar y practicar. Que el amor dejó de ser algo extraordinario y se hizo moneda corriente con curso legal y libre estampación. Que la paz perdió su sentido en el diccionario por carecer de su antagonista la guerra.

Todo gracias a mi inspiración y en esto ya no existe más discusión.





Diré diré diré y cuanto sea necesario mentiré.

Todo sea y será por un presente honroso como pocos y un futuro esperanzador como ninguno.



Diré lo que quiera y tú me creerás porque,

sí lo sabes ya lo creo que lo sabes,

también necesitas que lo anterior sea cierto.







© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

BACK TO THE SCHOOL

BACK TO THE SCHOOL 






Admito que por falta de asesoramiento me hice asesor agresivo fiscal.

Vi en el título una oportunidad de investigar las vidas de los otros y cobrar por el descaro.



Luego de muchos embargos varios desahucios y algún suicidio no consultado,

opté por salir por la puerta de atrás:

se clavaban en mí como alfileres ardiendo los ojos de los condenados.

No me quedaba ya sangre para tanto arruinado y precisé una transfusión de ideas y valores.

Éstos, porque creí haberme vuelto inesperadamente un cobarde.



Medité con la ayuda de un jedi albino acerca del próximo paso. Sus consejos eran ambiguos y los razonamientos inconclusos, lo despedí por falta de concentración y ausencia de profundidad.



Precisamente por ésto, por la anhelada profundidad, busqué ayuda salada en los discursos fosforescentes de un místico marino.

No funcionó:

ardió como el fósforo a la primera pregunta difícil.



Desencantado y perdido, volví a la superficie. Había oído que en una remota isla del sur un grupo de alcatraces daba clases de terapia cognitiva por imitación.

El truco estaba en una solución salina de dudosa procedencia.

Marché de allí volando:

al menos esto sí lo aprendí.



Allende las montañas más escarpadas de las más remotas tierras de los parajes más desolados, se comentaba en íntimos círculos concéntricos que un príncipe topillo conseguía engordar la autoestima a anoréxicos purgativos grado IV como yo.

Arrastrándome sin fuerzas por el lodo y desollándome los antebrazos contra los cantos vivos de roca basáltica,

llegué dos meses más tarde estando ya al borde mismo de la muerte por catastrofismo sufista voluntario.



La corrosiva prensa local dijo que sólo era un surfista en busca de emociones débiles; mal informado por estas lenguas de sátrapas el topillo me repudió antes de conocerme.

En verdad no le culpo: basta con verme para saber que lo recomendable es evitarme.



Veintiséis millones de latidos después, tomaba clases de relajación físico-temporal con un revolucionario sistema inventado por un funcionario de aduanas.

Decía que lo había aprendido cacheando a desgraciados sin papeles. Uno de ellos, tras sufrir dos infartos vestido en calzoncillos con una porra de cuero bajo la lengua, fue su inspiración.



El muchacho falleció por sobredosis de hemoglobina pero no antes de que él captara la idea y así evitó pagarle royalties por coautoría involuntaria.



Tras éstos y otras docenas de intentos frustrados por ser otra persona,

no mejor pues eso es irrelevante sino distinta que sí es lo importante,

he vuelto al parvulario para reaprender un nuevo código de comunicación y conducta.

Iba por mal camino con ese lenguaje y lo más probable es que acabara con mis aspiraciones en una vía agónica. No diré muerta puesto que los muertos desaparecen y la vía aún seguía allí tan muda como en su última década.



He adquirido la colección completa de cuadernillos de Rubio. Formalmente revisada para desorientados volátiles como yo. Y tú.

Vuelvo a unir las letras cual si fuera una cadena con sentido de la melodía; a formar palabras con vocación de contexto; a elaborar frases para lanzarlas al viento; a construir párrafos modelo arquitecto en su peor delirio.

No quiero imaginar qué surgirá cuando aparezcan los números con sus signos exclamativos. Dice el profesor que algunos son explosivos.



No te vi ayer en clase.

Qué pasa que haces novillos tan pronto.

¿Te da miedo regresar al colegio? ¿O perdiste la necesidad de aprender algo nuevo?











© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

LOW TIDE

LOW TIDE 






Podíamos oír cómo crujían las rocas del suelo de la isla al chocar con otras rocas del fondo del océano.



Cansados de luchar contra tifones y mareas,

soltamos las amarras de aquellos treinta kilómetros cuadrados de soledad y angustia sobre fina arena negra, siguiendo las pisadas de langostas por la playa, bajo la sombra azul de las palmeras, persiguiendo rodantes cocos ladera arriba, pescando corazones de náufragos entre la espuma de la marea alta, diciendo adiós a todo y hola a nada.



Siete jornadas más tarde, un grupo de ballenas jorobadas daban saltos de alegría a nuestro paso. Dada la condición de isleños a la deriva, esta vulnerabilidad era evidente y poco podíamos hacer para evitarlo.

No suponíamos una amenaza salvo para nosotros mismos.

Tan solo, estábamos derivados. Y aún quedarían muchas millas antes de sabernos integrados.



Poco más tarde, habíamos matado tanto el tiempo que la isla estaba sembrada de cadáveres.

La situación se hizo insostenible y el hambre insoportable: comenzamos a alimentarnos de esa carroña temporal como si fuera infinita.



Al mes, ya no teníamos un minuto que llevarnos a la boca. Y las ballenas seguían escupiéndonos agua salada como duchas frías de una mañana de resaca.



Fue la otra resaca, la marina, la que nos arrastró hasta la proa aplastada de un petrolero enjaulado en su máquina del tiempo oceánico.

Y en el reloj de agua las gotas caían perezosas y lánguidas una tras otra.



- ¡Aún les queda una eternidad para llegar al continente! - dijo el capitán desde su castillo de mando con un caracol como megáfono.

- ¡Lo sabemos! - respondió el más dicharachero de nosotros con su natural altanería -. Tampoco hay prisa. Lo importante es el viaje, ya sabe. Llegar es anecdótico. - Remachó con una de sus habituales greguerías.

- Como quieran. Pero sepan que hacía el este es la ruta más corta. Les interesa ir hacia el sur, entonces. Hay el doble de millas náuticas hasta ver una playa. Aunque no será como la suya.

- Gracias, amable grumete. Lo tendremos en cuenta.



Al capitán del petrolero no le gustó la degradación de su cargo. Con dos timonazos bruscos formó un oleaje que sacudió la isla hasta casi el punto del naufragio.

No estuvo mal, gracias a ello conocimos el significado de una perturbación inesperada en la lámina de agua.

Y nos quedamos a gusto.



Seis mil millas marinas más tarde, arribábamos a un desconocido campo blanco con osos de peluche persiguiendo sueños infantiles en un silencio inmaculado. El cielo era perfecto y cada pocos metros había puestos de algodón de azúcar, blanca.



Habíamos encontrado el lugar donde todo es posible y esto nos hizo tan felices que por primera vez en meses dejamos de jorobar a nuestras vecinas jorobadas.



Pero había un requisito que no todos pudieron superar:

desprenderse de la piel de adultos rancios para renacer en el cuerpo de un niño ilusionado.



Hoy sólo quedamos cuatro supervivientes que siguen creyendo que todo es posible.

Y tan contentos.










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HÍGADOS






HÍGADOS






Veinticinco años de no conocer otra cosa que el estudio

abandonaste los libros para escapar de la pesadilla de los exámenes.



Otros veinticinco más de trabajos forzados sin descanso

has aprendido que la verdadera pesadilla es el trabajo.



Hoy buscas a la quebrada edad de tanto y tantos

un remedio anteromortem a ese inmenso vacío que te ha dejado no ser otra cosa que repetición año tras año.

Como si alguna minucia de lo que en ese tiempo hiciste

reseña mereciese en algún canto de periódico.



Bien rehogados con el aliño agrio de la decepción,

los hígados te fríes hoy en una sartén.

Te iban a reventar de tanta bilis concentrada.



Pero no desesperes, cariño tuyo,

pues aún te quedan muchas vísceras por extraerte.

Por un tiempo, hambre no pasarás.












© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

GANSTA SOUL



GANSTA SOUL






Aquella negra caderuga se comía el micrófono con su boca de cielo y al público con su culo de infierno cada noche en el Oliver’s.



El garito más chic para la gente más cool de todos los snobs que vivían como podían y aparentaban como ricos en el barrio más Up del Uptown más exquisito de todas las ciudades exclusivas del país.

Por el día.



Porque al prenderse las luces por los barrios

el animalario mutaba y los santos que a la mañana compraban pan de alpiste,

a la noche vendían polvo blanco y carne de fulana blanca encomendados a la virgen blanca con la pólvora más negra en el cepillo;

por si hubiera que redimir corazones resentidos o almas lastradas de remordimiento con necesidad de contarlo todo al primero que preguntara.

Policía con ganas de hacer carrera rápida,

o periodista por lo mismo, mayormente.



Pero la negra de boca de miedo cantaba siempre ajena a esta forma de resistir en el mundo y el público inmerso en su batalla diaria lo agradecía:

en la tregua del Oliver’s les daba tiempo a quitarse la sangre de las manos con las blancas servilletas de la cena.



Así había sido durante los últimos seis años,

y la banda de músicos de noche ladrones de día que le acompañaba mejoraba en cada show.

El último, a pleno sol, fue todo un éxito de crítica y público.



La prensa especializada en chismes y diretes elevó su actuación a la categoría de gesta.

El público, al conocer la noticia se entusiasmó y rebosantes de esperanza acudieron esa noche al Oliver’s para disfrutar en directo y persona de sus vengadores.



Cuando la negra de boca espectáculo terminó su canción y quiso presentar a la banda, los espectadores en masa saltaron al escenario como pulgas.

Querían conocer personalmente a sus héroes, darse un apretón de manos un abrazo un restregón incluso.



Para inmediatamente después reclamar su parte del botín del show de la mañana:

el mediático golpe maestro al Banco Del Tesoro.

La banda no dejó un solo lingote ni siquiera la tinta de los bolígrafos o la ceniza de los puros del presidente en la papelera.

Como despedida, clavaron con tres chinchetas de plomo un mensaje en la puerta del edificio:



“Esta noche doble sesión en Oliver’s. Repartiremos bocaditos de pan de oro entre los asistentes y las calles volverán a ser nuestras.”










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CANCIONES DE CUNA



CANCIONES DE CUNA






Corría el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Sembrada de lápidas sin rostro y paganos agujeros en la tierra con anónimos cuerpos enroscados.



Por el día las calles olían a estiércol de caballo, cerdo o vaca según la cuadra más cercana.

Para los pobres ovejas y cabras.

Los últimos miserables que no alcanzaban para una gallina o un conejo disimulaban el hambre con asados de ratas y alimañas.



Los niños jugaban a la guerra con espadas de madera; las madres parían nuevas criaturas para llenar el vacío de los hijos muertos; los padres jugaban a perder la vida con espadas de acero en lejanas o cercanas tierras de reyes codiciosos.



Por la noche, entre sobrecogedores aullidos de lobos e infinitos miedos, los chirridos metálicos de jaulas colgando de los árboles oscilaban con el viento;

susurrando la más siniestra de todas las nanas que jamás haya mecido cuna alguna.



Eran tiempos de dominio y sumisión, de abusos, traiciones, delaciones y venganzas.

Y cuando no amenazaba el noble con un destierro o usurpación de bienes y esposas,

aterraba la iglesia con excomuniones o juicios de pena capital.

Inquisitorios los unos y los otros, culpando de todas sus desdichas al infeliz villano,

mandábanlo matar por carecer de apellido y riquezas que le compraran un asomo de justicia.

Alguien innoble debía pagar por todos los pecados. Mejor aún cuando eran los ajenos.



Con cada nueva sentencia un nuevo encargo al herrero más cercano:

otra jaula donde encerrar y colgar hasta morir de sed calor o frío al condenado.

A medida como un traje de etiqueta y con firma del artista del fuego y yunque.

Los más sádicos, introducían variantes ad hoc para que el usuario soportara el mayor de los tormentos.



Los chirridos metálicos de jaulas que colgando de los árboles oscilaban con el viento,

llenaban las noches de un espanto que se metía por las puertas y ventanas de las casas.



Esta era la canción de cuna de todos esos niños que nacieron miserables

vivieron apestados

se criaron como perros asustados.



Por el día, esos niños descubrían que la nana era cantada por los muertos que en sus jaulas de hierro aguardaban la muerte

y que otros pasado ya este trámite

se pudrían picoteados por ojos de rencor y por los cuervos,

cubiertos de moscas e insultos, devorados por el odio y los gusanos.



Era el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Con mil razones para huir

un negro pasado para escapar

un presente bajo el yugo del miedo al fuego eterno.













© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ASALTO



ASALTO





Asaltamos aquella mansión de asquerosos ricos porque se nos cruzó por la sesera que ese podría ser un buen atajo para brincar al otro lado:

el fino lugar de privilegios y placeres donde la vida parece más fácil y la hierba siempre está más verde.



Teníamos a los residentes maniatados lloriqueando en el suelo como nenazas, al perro muerto de una puñalada en el jardín, a la asistenta con convulsiones de pánico, a los peces con estertores fuera del agua, a los cactus deshidratándose por el estrés y a la caja fuerte reventada en mitad de la pared.

Así que el atraco iba bien.



Hasta que un teléfono sonó en el dormitorio principal.



El cerebro del grupo más inteligente que ninguno,

saltó como una liebre escaleras arriba y encontró el aparato bajo la almohada.



Un mensaje de número emboscado en el anonimato aparecía en la pantalla del Ayfon con un privado.



El cerebro del grupo y jefe dudó unos segundos que fueron horribles. Con ese timbre ridículo sonando por toda la casa y nosotros temiendo como siempre en estos casos lo peor de lo peor.



La esposa y dueña del celular suplicó que no descolgara.

Razón por la cual el genio de la operación tomó la decisión contraria:

imaginaba algún oscuro secreto o tal vez una oportunidad de redondear la operación con un chantaje o por qué no otro secuestro.



La voz de una teleoperadora empalagosa con acento extranjero y espesa dicción

preguntó desde el otro extremo con insistencia de comisión si habían pensado ya en su oferta de cambiar de compañía energética.



El jefe faro de civilizaciones explotó con un rotundo y estruendoso no que rebotó por toda la casa y nos heló la patata de estremecimiento.



Después se tiró por la ventana.



El impacto contra la acera quebró su cráneo como un coco bajo una prensa.

El ruido del impacto dejó a todos impactados y el golpe pasó de ser un buen golpe a otro desastre.



- Se lo advertí - añadió la mujer con un gesto de satisfacción a la par que aflojaba sus ataduras con pasmosa facilidad -. Llevan así toda la semana. Y varias veces al día.



Los compañeros aún no se lo creen cuando repito esta historia a petición popular en el patio de la cárcel.

Por eso, porque me toman por cuentista, siempre saco unas monedas.

Es mi forma fragmentada de hacer rentable aquel fracaso de golpe y creer que después de todo aún sirvo para algo.



Quién sabe, si gestiono bien mis ganancias puede que al final logre yo también pasar al otro lado, al bello lugar donde las vacas dan más leche y las manzanas son más gordas,

y por méritos propios








© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

jueves, 17 de agosto de 2017

I TAKE IT EASY



I TAKE IT EASY




A veces, puede que cada día menos ya ni sé cuándo se dio la última mejor no se repita,




siento un leve impulso poca cosa no sé si llamarlo como tal




de arrancarme y decir a los demás qué pienso cómo pienso por qué lo pienso cuánto tiempo llevo ya pensándolo y si alguna vez volveré yo a pensar así.




Pero en el acto,

tibio flojo descreido irrelevante desanimado mustio

de arrancarme a contar estas y otras mayores verdades como arcadas de catedral,




suele invadirme un nosequé propio de seres más inteligentes que yo

-sí, reconozco que ésto en fin no es tan difícil -




y en el antepenúltimo momento me arrepiento.




Visto el hecho después con la perspectiva del tiempo corto, apenas dos minutos bastan para analizar con frialdad castrense la situación,




me doy cuenta del grave error que cerca estuve de cometer.




Ni ellos querían saber

Ni yo tener que responder.




Los arranques de sinceridad,

aunque breves y esporádicos,

no dejan de ser una práctica malsana que se retroalimenta y como boomerang vuelve,

feliz a partirte la cara.




Mejor evitar este tipo de riegos innecesarios.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


DESCARRILES



DESCARRILES





En este estúpido afán por no dejar pasar posibles oportunidades,

convencido a pleno pulmón de que sólo del no hacer nada nada sale,

tomo con frecuencia cualquier tren que mi camino cruza.




Con los choques y descarrilamientos posteriores

he llegado a la conclusión de que muchos son los trenes que no llevan a ninguna parte.




Cada vez que el caso ahora se repite

tomo el botijo y echo un trago.




Nada como la sabiduría de la arcilla

o la paz de una tarde a la solana

para tomar las decisiones adecuadas.




No todos los trenes llevan a buen término




Mejor dejar pasarlos




Y no perder el tiempo con proyectos falsos.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


CLOSED CLOSET



CLOSED CLOSET




Es habitual que por los armarios me encuentre cosas olvidadas.



Debo concluir, por tanto, que no eran necesarias.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CADENA DE FAVORES




CADENA DE FAVORES





El compromiso del individuo para con sus progenitores

no debería ir más allá de una devolución de los favores prestados

deducido el descuento generacional.




Y no esperen más pues tal vez no lo merezcan.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

GUANTES

GUANTES


Vestidos con chilabas y sandalias estuvimos vendiendo collares de plástico y bolsos falsos durante tres veranos.

El máximo tiempo tolerable hasta que cubiertos de insultos empujones pisotones y escupitajos, la foto de nuestros papeles y la nueva cara tras el proceso eran tan disímiles que la policía nos detuvo por usurpación de identidad a un emigrante por un indigente.

El texto de la denuncia era tan incongruente y la sentencia tan barroca, que la prensa sensacionalista vio negocio en echarnos una mano.
Y antes de echarnos definitivamente a las fieras del show business pagó las ridículas fianzas que pese a todo nos mantenían en aquellas jaulas para leprosos y otros apestados del sistema:
Judicial, mediático, social.
Acusador siempre.

Una oenegé ávida de crecimiento, repercusión y fondos nos echó el primer guante.

Tras un repaso epidemiológico y otro por el sastre, hizo de nosotros los seres respetables que nunca pretendimos.

Aún así, cumplimos el contrato y dimos numerosas ruedas de prensa en favor de nuestros benefactores. Cuando el filón de la compasión se agotó, y sus cuentas se llenaron, nos despidieron por la puerta falsa.
Nadie nos vio desaparecer ni nos echó de menos.

Tras dos raros meses de desorientación, un mediocre funcionario recién ascendido a director de banca por sus amistades en la política nos siguió la pista entre callejones y edificios en ruinas.
Era el Chicago de los ochenta y sobraban espacios abandonados por una ciudad en quiebra, técnica,
fuga,
de capitales,
y huida,
de autoexiliados.

Los altos ejecutivos mutaron a pandilleros sin tattoos y los índices de criminalidad cayeron como libido de desposada.

Reconvertidos en seres de otro planeta,
social,
y pregoneros de una nueva buena nueva,
económica,
proclamamos con natural escepticismo pero sorprendente credulidad entre los fieles que aquí había dinero y riquezas para todos.

Firmamos hipotecas, preferentes y otros cientos de productos preferentemente de riesgo durante más de una década.

Emigrantes sabios y resabiados, al fin y al cabo,
para cuando estalló el fraude legal,
y consentido,
ya teníamos nuestros veleros Latitude en las costas de otro país.
Con dinero en las bodegas y estas pateras de lujo, nadie preguntó ni pensó en echarnos el guante.

Entre piña coladas mujeres neumáticas y palmeras,
hoy gastamos como ricos vivimos como jipis decimos que somos de izquierdas y nadie hace preguntas.

El mayor riesgo es que un coco nos abra la cabeza, cosas de la gravedad y las alturas.
Estamos pensando en montar una aseguradora para hacer frente al respecto.

Y otro buen dinero como conclusión,
pues bien sabemos que de nada servirá todo esto.

Tenemos experiencia en hacer del humo un valor en alza.
Saldrá bien.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


FALSE



FALSE




Pasamos la velada hablando de nuestros barcos y demás juguetes de pijos.
Que si el mío tenía diez metros que si el tuyo catorce.
Al final todo se redujo a ver quién lo tenía más largo.



Yo llevé un vino de varias medallas doce años cuatrocientos euros y miles de comentarios idiotas.
El que presentó mi compañero de silla me ganó apenas por un par de reseñas en la revista más chic del momento.
Una ofensa que he de vengar con el tiempo.



Para el segundo plato de ostras ya teníamos claro que aquella iba a ser otra cena de superficiales lisonjeros con aspiraciones a gente importante.
No en vano, estábamos en el club de gilipollas más exclusivo del momento
y esto nos hacía parecer seres de bien con opciones a únicos.



Habíamos hecho del dinero el único valor verdadero. Baremo sine qua non el portón del portal de nuestra cueva insignia
estaba cerrado al extranjero.


Yo gané mi primer millón fabricando tornillos defectuosos.
Sin más valor que la chatarra fina
el margen comercial era de quinientos por uno.


Mi compañero y en otro tiempo amigo
se dedicó con éxito durante años a salvar mi empresa de sucesivas demandas.

Interpuestas por clientes quisquillosos, su insatisfacción por el producto mal hecho sacaba de ellos su lado más furioso y aún no sé por qué.

Tampoco me importa,
y esto sí lo sé.



Cuando llegaron los postres ya teníamos en el cuerpo varias botellas de blanco y otro buen puñado de tintos.
Todos con carta de recomendación y calidad percibida en el precio.



Fue en ese momento único que nos explotó el champán.
Y tras varios rebotes del corcho por el local los ánimos subieron varios tonos a todos.
Culpándonos unos a otros por semejante desaguisado.



Las verdades de nuestras rencillas expusieron una buena colección de miserias que habíamos ocultado como tesoros.
O vergüenzas.



Nunca unos dulces fueron cosa tan amarga:

por una vez, y primera, supimos lo que de nosotros mismos pensábamos.

Y aquella asociación se deshizo como hielo al sol que más calienta.




Hoy somos los viejos que en verdad éramos:

pellejos solitarios, banales y envidiosos de una posición social que nunca tuvimos y el reconocimiento que no merecimos.

Nuestro club sólo era el único camino posible para proyectarnos al mundo como miembros de la élite que decidía los destinos, también los bruscos cambios de rumbo,

de una sociedad sin oportunidades.

Atrapada a creer que el futuro venía condicionado por su propia mediocridad.

Nada más lejos de la realidad, pero este fue nuestro mayor y mejor guardado secreto.




Hoy todavía me pregunto,

qué hicimos tan bien para que sin haber aportado nada distinto a este mundo

ni ser especiales en nada, inventáramos un discurso que nos permitiera vivir como ninguno.




Tal vez fuera el arte de saber vender mierda como oro y humo como bonos del estado.




Ya pagarán los demás,

nosotros quedamos exentos de toda responsabilidad.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE