martes, 31 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXVII (novela corta, de momento)



-Ah… Ahora entiendo por qué no estabas asustada durante la tormenta.

-Claro. Ya las he vivido de pequeña. El día que la drogadicta vendió el barco lloré sin consuelo toda la noche.

-¿Y que decía tu madrastra?

-¡¿Eso!? ¡Que a ver para qué queríamos la balsa de madera! Estúpida ignorante. Un velero maravilloso al que subió sólo una vez en el atraque. Decía que le mareaba… El opio era lo que la tenía tonta, idiota por completo. Bueno, más de lo habitual. Pero ella se estaba metiendo todos mis recuerdos por la vena.

-Lo que no entiendo… Es igual, pregunto demasiado.

-No, no pregunta. No me importa. Dice que hablar cura, pero no termino yo de creerlo…

-Pues no entiendo que siendo tú su hija no heredases nada.

-Al final resultó que la estúpida no lo era tanto. Engañó a mi padre para rehacer el testamento a su favor. Yo me quedaba como usufructuaria de la mansión principal, pero ya se encargó bien ella de hacerme la vida imposible. Así que me largué. O el próximo día que me la encontrara tirada en el suelo en su charco de chute lo mismo era capaz de estrangularla.

-¿Lo harías?

-¿El qué?

-¡Ahogarla!

-No sé… Creo que sí. ¡La odiaba tanto! Hubiera sido para mí una liberación.


A Fausto se le iluminó el rostro. Y un gran peso que no le dejaba respirar se le quitó de encima: asesinato por salvación. Eso es lo que le había ocurrido a él. No tuvo opción como no la habría tenido ella de seguir en esa casa. ¡Su casa! Asesinato por salvación: nadie quedaba libre de perpetrar uno si aparecía la necesidad. Al final, el asesinato como tantos otros crímenes sólo era una cuestión de oportunidad.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 2 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXVI (novela corta, de momento)



Fausto se miró las botas como si fuera la primera vez que las veía. Con ellas había recorrido largos paseos, y esperaba hacerlo en el futuro. Por ellas quizás salvó la vida en su fracaso de suicidio. Pero lo que no esperaba era que gracias a ellas tuviera compañía en aquel viaje de huída hacia el nuevo mundo que presumía en solitario.

-¡Pero tú no las llevas!

-No. Ya te he dicho que mi padre vendió la fábrica por culpa de la estúpida drogadicta. No son recuerdos agradables, pero… en otra persona… Es distinto.

-Ya entiendo.


Se hizo otra pausa reflexiva. Charlotte meditando sus recuerdos, Fausto construyendo la historia narrada. Encontró una laguna.


-Lo que no me ha quedado claro es por qué te vas.

-Simple. No soportaba ver cómo mi madrastra convertía en opio todo lo que mi padre había conseguido con el trabajo de su vida. Porque primero fueron las empresas, pero después las casas, el barco, los coches…

-¿También tenías un barco?

-Sí. Un velero precioso de doce metros que él regaló a mi madre por mi nacimiento. Por lo visto a ella le gustaban mucho. Hicimos largas travesías mi padre y yo, recordando los lugares en que ambos fondearon cuando yo era una niña.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXV (novela corta, de momento)



Fausto medita un momento la confesión. Luego pregunta:

-Y tu padre, ¿por qué no la despachó de casa? Hubiera sido lo mejor para todos.

-Menos para ella. Mi padre sabía que moriría en la calle si lo hacía. No tuvo valor para darle la espalda. Decía que para una vez que se la dio a mi madre la mataron. No soportaba ser culpable de otra muerte. Esto lo mataría a él.

-Vaya castigo.

-Sí, así fue. Un castigo. Con la estúpida mi padre encontró la penitencia que buscaba por la muerte de su primera esposa. Y se dejó arrastrar por la segunda. Humillar con la vergüenza de sus escándalos. Poco a poco se fueron acabando las fiestas, los actos sociales. Mi padre, que tantos amigos tuvo a todos los fue perdiendo. Nadie quería ver cómo la estúpida drogada le insultaba públicamente, diciéndole las mayores barbaridades. Al servicio también le insultaba, decía que se les notaba que habían nacido para obedecer; que no valían para otra cosa. Estos se fueron despidiendo uno tras otro. Mi padre los indemnizó generosamente, más por las vejaciones que por los derechos laborales. Daños psicológicos inaceptables, razonaba él sin que nadie le contrariase. Aprovecharon el momento y su debilidad para sacarle dinero.

Después descuidó sus negocios. Tanto que tuvo que vender la fábrica de calzado para pagar las deudas de sus otras empresas. Como la producción de tulipanes, que pasó de ser la segunda más rentable a la quiebra en menos de seis meses. Pero el rubí de su joyero siempre fue la empresa de calzado. Fuertes y robustas botas de monte. “Expertos en la protección de sus pies”, decía la publicidad.

-Pero…

-Sí. Bodysaver. Del tipo que usas. ¿O crees que no me he dado cuenta? Las identifiqué nada más verlas. ¡Cómo evitarlo si las he usado desde niña! En realidad, te perseguí desde la escala del barco por esas botas. No me pude resistir. Y al comprobar que viajabas solo me dije: ceci est mon partenaire. El destino lo ha puesto en mi camino por alguna razón.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXIV (novela corta, de momento)



-Un insulto.

-Sí, eso fue. Un grave insulto a sus convicciones. Aquel día, de la iglesia no fuimos a pasear ni al restaurante donde comíamos los domingos, sino a casa, todos castigados. Directamente y sin dirigirse la palabra. Yo los espiaba desde el asiento trasero del coche y mi padre me miraba por el retrovisor. A veces, creo que quiso pedirme perdón por hacerme vivir todo aquello pero… No sé. Las cosas son siempre complicadas. Lo cierto es que luego tuvieron una bronca monumental. De las que no se olvidan aunque se quiera. Esa fue la primera vez que el personal de servicio le oyó gritar. A él, tan discreto y reservado. Que siempre trataba a sus trabajadores con respeto y educación… Ninguno sabía dónde esconderse, la falta de costumbre supongo, pobrecitos. La cocinera me preparó algo y cada uno pasó la tarde en su habitación. Mi padre en la biblioteca, su rincón para pensar. Rodeado de libros, en una mecedora, con una pipa de coral en los labios. Apagada. Así era él, manso pero de firmes convicciones. Tolerante pero enérgico en la defensa de lo que creía correcto. La estúpida en su cuarto gimoteando, para que la oyeran todos. Yo en mi cama enterrada con mi aburrimiento y mi soledad. Y los criados a sus oficios. A lo largo de esa tarde sólo hubo ruido de puertas, hasta que llegó la noche. Creo que mi padre comprendió aquel día la magnitud de su error: que se había casado con una drogadicta. Que su sueño de resucitar a mi madre por el parecido físico de aquella histérica había sido la equivocación de su vida; pues a partir de entonces se fueron distanciando. Ella doblemente, ya que cuando no estaba colocada no sabía cómo comportarse. Así que para resolver la situación se volvía a colocar, pero un día tuvo un cuelgue brutal. Mi padre llamó al médico pensando que se moría. Creo que ese fue el primer día que ella dio el salto al opio, que el láudano ya no era suficiente. Y se pasó de dosis. Estuvo una semana sin poderse levantar. Incluso tuvieron que lavarle los vómitos con ella tumbada, sobre las sábanas llenas de orines y porquería. No se me olvida aquella imagen: la rubia preciosa rebozada en su propia merde…



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

domingo, 1 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXIII (novela corta, de momento)


-¿Y cómo fue que tu madrastra se enganchó?

-Porque era una estúpida. Bueno, era y es, que todavía vive.

-¿Oh sí? No sé por qué he creído que había muerto.

-¡No no! ¡La muy zorra! Sobrevivió a mi padre.

-¿También ha muerto tu padre?

-Oui. Hace poco más de un año. Y como pasa en estos casos, ella se convirtió en heredera universal.

-¿La herencia fue para ella?

-¡Toda! Cuando la última palada de tierra cubrió la tumba de mi padre, la miré a los ojos y supe que también era mi entierro. ¡Aquella zorra no soltó una lágrima! ¿Te lo puedes creer? Con la vida que le dio al pobre. Bueno, y a mí también por estar cerca.

-¿Pero cómo se enganchó al opio? Además de por estúpida, digo. El mundo está lleno de estúpidos que no se convierten en drogadictos, por desgracia. Los estúpidos sería mejor tenerlos embobados todo el día, para que no actuaran, y nadie los echaría en falta. 

-Tienes razón. En realidad, ella traía en el paquete sus vicios. Cuando mi padre la conoció ya tomaba láudano como si fuera té.

-¿Láudano? No sé qué es.

-Una bebida que lleva opio.

-Oh.

-A mi padre aquello no le gustaba nada. ¡Pero estaba tan loco por ella! Pobre. Todo se lo consentía. La primera vez que la vi colocarse con la bebida fue en la iglesia.

-¿En la iglesia? Pero…

-Sí, sí. Lo que oyes. Mi padre era muy religioso. Nos llevaba todos los domingos y fiestas de guardar. Ese discurso, ya sabes. Pero ella y yo nos aburríamos enormemente. Así que un buen día, para matar el tiempo, sacó su petaca del bolso y se la metió entera. De un trago como si fuera agua. Agua de té. Claro que su láudano no era un láudano cualquiera, del que hay en farmacias. Un amigo sospechoso se lo conseguía en el mercado negro. Adulterado y más potente. Por lo menos estábamos en la última fila, y sólo mi padre y yo nos enteramos. Pero él se enfadó muchísimo por aquella falta de respeto.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXII (novela corta, de momento)



-¿Has visto?

-¡Sí! ¿Qué son? ¿Delfines?

-No lo sé. Puede… A los delfines los distingue todo el mundo, así que eso serán.


Entretanto, la tripulación seguía amarrando y ajustando y reparando los desperfectos provocados por la tormenta. Reapilados los toneles, apenas quedó media docena de los diecinueve iniciales. A pesar del sensible contenido, no parecían mostrar mayor inquietud por la pérdida que un obvia preocupación ante el desastre. Al menos, el resto de las cajas seguía intacto, salvo donde un tonel había impactado. Por el boquete se podía registrar el cargamento: granadas de mano embaladas entre paja, ahora mojada. Un operario lo reparó claveteando unas tablas sobre aquel. Disimulando con su avistamiento de delfines, Charlotte y Fausto fueron testigos de todo el proceso.


-¿Tú crees que vamos en un barco cargado con droga?

-No tengo ni idea. Pero podría. Sería mucha casualidad habernos tropezado con los únicos restos.

-Mucha, sí. Por los trozos de madera que hay amontonados creo que está en los barriles.

-Sí, podría ser. Sacrebleu!

-¿Qué?

-Nada. Maldita droga. Pero creo que tienes razón, la única torre que se ha venido abajo ha sido esa que dices. Alguien se va a enfadar mucho cuando se entere.

-El mar se ha tragado su dinero. Y los peces se han colocado.

-Una fortuna, probablemente. 

Se dejan cautivar por la vista clara y luminosa de un mar en siesta cubierto con la sábana del sol. Al rato, Fausto interrumpe la paz del momento con una pregunta incómoda. Carraspea, es su forma de advertir la transición.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 29 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXI (novela corta, de momento)



-Oh, tuvo que ser terrible.

-Y tanto. Por lo visto no la levantaron del suelo, la barrieron. Quedó tan hecha pedazos que recogieron su cuerpo con una pala. Se la llevaron en una bolsa como despojos de carnicería.

-Brutal.

-Gracias por tu sinceridad. Es la primera vez que alguien no me acompaña a un sentimiento que no tengo. Lo describo como fue: brutal, sí.

-Y tu padre conoció a la yonqui.

-Sí. Años más tarde, cuando pudo salir de su depresión post traumática. Aunque nunca más volvió a Zúrich. A la estúpida la conoció en París. Yo tendría once años. Y también estábamos de visita, ya ves qué casualidades tiene esto. Caminábamos por la acera cuando una rubia exuberante metida en el tubo de una falda trabó un tacón entre dos baldosas y se fue al suelo. Justo delante de nuestras narices. Mi padre se apresuró a socorrerla y… Creo que se enamoró de ella en ese instante. Pobre… Lo cierto es que la mujer se parecía un poco a mi madre, y no sé si fue por eso o porque el accidente le recordó al suceso del tranvía, donde a mi padre le fue imposible rescatar a su esposa, que él tal vez en su subconsciente estaba reparando aquel episodio tan trágico. Esta mujer cayó delante, mi madre murió detrás de nosotros, como si le hubiéramos dado la espalda… Creo que mi padre sentía una gran culpabilidad. Sin relacionarse con otras mujeres hasta que apareció la rubia del tacón roto. He pensado muchas veces en aquel encuentro, a mi padre se le iluminaron los ojos como farolas. Pobrecito… Si hubiera sabido lo que le venía encima… Habríamos dado la vuelta y echado a correr en el mismo momento, porque desde que la conoció… Merde!, nuestra vida se fue por el desagüe. Y ya no salimos.



Ella se queda pensativa, observando las siluetas saltarinas de grandes peces que repentinamente surgieron a media distancia.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CLINIC



CLINIC


¡Reparamos dientes!

Para una amplia sonrisa que te despreocupe del mundo.


¡Reconstruimos muelas!

Para triturar sin esfuerzo tropezones inesperados varios.


¡Arreglamos colmillos!

Recortamos los largos enderezamos los que hay retorcidos:

preocupaciones tropezones todo lo que donde no debía aparece.


¡Recomponemos rostros!

Ven si te han partido la cara que nosotros te la pegamos.

Si está lívida de un susto acartonada por los años dividida por los desengaños.

Descompuesta con los accidentes; por estar donde no hay que estar.

Qué es vivir sino un gran choque frontal.

Contra todo, todos y demás elementos. Ya se sabe:

¡hay cada elemento!


En la mesa de acero y blanco y verde, abrimos costillas como se abren regalos:

exponiendo lo mejor de su interior qué va a ser sino el corazón.

Late late en mi mano hazme llorar de emoción.

No temas nos colamos dentro de ti y lo mismo que entramos salimos.

Sin dejar ningún rastro, no vas a notar el cambio. Si acaso,

será la transformación a mejor.


¿Hemos llegado a tu corazón? Déjanos ver tu alma.

En la cabina contigua diagnosticamos por radio cuánto, en ella,

te queda de blanco.

Qué está,

por las preocupaciones los tropezones inesperados varios los elementos,

manchado de negro.


Si quieres un blanqueo total,

de dientes como de cuerpo y mente,

basta con preguntarlo: en consecuencia actuamos prestos.

Ahora, sí notarás el cambio.


Y no olvides a la salida abonarlo, que aquí estamos trabajando.

Gente profesional, seria y competente. ¡Qué tú crees!


Toma del recibidor una tarjeta,

y no dudes en contarlo.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

OMISIONES RAZONABLES

OMISIONES RAZONABLES





Lamentan los amigos ir perdiendo la memoria:

lagunas mares océanos de olvido

que los succionan a un fondo de oscuridad y extravío.



Duele no recordar lo vivido:

los años que pasaron juntos solos o en compañía de nadie.

Heridas que todavía sangran dolores que no pasan ilusiones que no se alcanzan.



Pesadilla y decepción. Pocas veces, alguna grata emoción.



Se quejan de lo que han perdido yo justo por lo contrario:

¿Llegará ese día en que pueda ganar olvido?



Para lo que se ha de recordar, mejor es darlo por visto.



Y oído.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 23 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXX (novela corta, de momento)



-Sí. Uhm… Charles no es tu verdadero nombre. Supongo.

-Por supuesto que no. Tan falso como todo lo que aparento. Me llamo Charlotte.

-Charlotte… Me gusta… En realidad… Es porque tuve una novia que se llamaba así.

-¿Tuviste? ¿Qué pasó, se acabó el amor?

-Lo inesperado. Se suicidó.

-Ah, lo siento.

-No, no. No pasa nada. Ya está casi olvidado. Has sido tú, que al llamarte igual… Me la has recordado. Nada importante…

-Lo siento igualmente.

-Oye, dime una cosa… ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Inténtalo.

-El asunto es… ¿Cómo estabas tan segura de que era opio?

-Preferiría que te dirigieras a mí como a un hombre.

-Ah, perdón. Es que me resulta muy difícil sabiendo que debajo de esas ropas anchas hay una mujer.

-Claro, pero… Compréndelo…

-Sí, sí. Tienes razón.

-Gracias. Por la novia de mi padre.

-¿Cómo?

-El opio. Esa zorra estúpida se enganchó.

-La novia no sería tu madre, supongo.

-No, no. A mi madre no la recuerdo. Murió siendo yo una niña.

-Oh.

-Sí, cosas que pasan. Aunque lo que pasó fue un tranvía por encima. En Zúrich, estábamos de visita según contaba mi padre. Y esos malditos trenes silenciosos… No se les oye acercarse. Acabábamos de salir de una tienda, ella olvidó el paraguas y al volverse repentinamente para recogerlo… El maquinista no pudo evitarla. Yo creo que ni la vio. Tan rápido…



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIX (novela corta, de momento)



-¿Para qué protegen el grano? ¿De la humedad?

-¡Ja, ja! Mon dieu, no me hagas reír! ¿Humedad? ¿El trigo? Estos granos tan sólo son el vehículo. Lo transportado es polvo de opio.

-¿Cómo que opio? ¿Pero qué dices? ¿Por qué lo sabes? ¿No te estarás equivocando?


-Ε, εσείς! Τι κάνετε εκεί;

Gritos de un marinero griego les advierten de que su presencia no es bienvenida.

-Ya ves que no. Vámonos de aquí, a ese no le gustamos.

Abandonan el escenario de pruebas, paseando se acercan a los candeleros. Ocho metros por debajo un apacible e inmenso azul se extiende plano como una tabla hasta donde alcanza la vista. Apenas roto por la punta Trawler del barco que deja a ambos lados una tímida estela, progresivamente absorbida por el mar según aumenta la distancia.


-Nadie diría que esto anoche era un infierno, ¿verdad?

-Nadie.

-¿Qué tal tu pie? No te veo cojear.

-Mejor. Con todo seco…




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVIII (novela corta, de momento)



-Eso, camarotes. El primero es del capitán…

-¿Cómo lo sabes?

-Míralo. Está escrito en la puerta.

-Ah, mon dieu, no entiendo bien ese idioma.

-Si él duerme solo y hay dos personas por camarote, son trece individuos. Ayer cuando subimos al barco había por aquí cinco, así que me falta por identificar a otros cuatro.

-Mon dieu! Eres un detective.

-La cámara, que te entrena para observar.

-Ya lo veo. ¿Y si salimos a que nos dé el aire? Tengo que quitarme este olor a vómito.

-Bien. Vamos por atrás. Quiero seguir investigando.

En el exterior del castillo, justo al lado de los peldaños que descendían al plano de carga donde se amontonaba la mercancía, restos del contenido que el tonel empotrado había vertido: granos de trigo recubiertos de una sustancia marrón. A Charles le llamaron la atención y recogiendo algunos se los llevó a la boca.

-¿Qué haces? ¿Te puedes envenenar?

-Eurêka! Lo sospechaba.

-¿Sospechar, el qué?

-Envenenarme podría ser, depende de con qué merde hayan mezclado esto, pero antes agarraría un buen défonce.

-¿Qué?

-Droga. Este polvillo… mira. Es opio.


Charles deshizo unos granos en la palma de Fausto y una harina ocre humedecida le impregnó la piel. Efectivamente, lo contenido bajo la cubierta artificial era trigo.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVII (novela corta, de momento)



Claro que sólo con la observación era difícil calibrar las verdaderas intenciones de cada viajero. Sus motivaciones para embarcar en una nave tan incómoda en un viaje tan largo con tan poco que hacer salvo vigilar cómo vigilan los demás: posibles enemigos en la adversidad y seguros competidores en la escasez. Terminado el desayuno del proletariado ambos abandonaron la cantina antes que nadie, aunque seguidos muy de cerca por la mayoría pues excepto tres griegos que se anclaron a la barra con su botella de Ouzo todos huyeron para no soportar el amargo llanto de un niño al que la madre no parecía encontrar la clave para su consuelo. A la salida, el espacio diáfano anterior al puente de mando ocupado ahora por cuatro tripulantes recordó a Fausto el lugar donde se produjo el avistamiento: la misteriosa niña de la pasada noche. Ningún objeto o equipo del barco había que pudiera semejarse remotamente al cuerpo de una pequeña.


-Estaba aquí.

-¿Lo qué?

-La niña de esta noche. No tengo dudas, era aquí.

-¿Y ya sabes quién es?

-Pues ese es el problema. Hay tres chicos, dos chicas y un bebé. Las chicas son más pequeñas y el chico de su tamaño usa gafas gruesas. Con el pelo rapado al cero no se parece en nada.

-Por los piojos.

-Seguramente, pero no ha podido ser él. La niña que yo vi tenía dos coletas y nada de gafas. Vestía con una bata, parecida a las de colegio, y unas botas de campo. Con caña larga como las mías. Creo que le quedaban grandes.

-Quizás fuera la hija de algún marinero.

-Puede. Es lo que me falta por averiguar. A cuatro los tenemos ahí, con el timón. También hay varios por la zona de carga. No sé… Son siete dormitorios.


-Camarotes.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXVI (novela corta, de momento)



El banco se quedara con la casa la familia con los niños y ellos con la emigración forzosa. Tal vez ocurrió así y fueran dignos de lástima y compasión. O simplemente eran un par de gañanes sin cerebro que por su mala cabeza la cagaron de tal forma que ahora estaban obligados a escapar de los acreedores.

Como los cinco amigos italianos, idóneos ejemplares de sospechosos habituales. Barba de varios días ropa ligera calzado para salir corriendo conversación a media voz manos en los bolsillos en todos una navaja vista de águila con dominio de la situación oído de murciélago para saber qué se cuenta por ahí: soplos de apuestas combates amañados barcos con contrabando de güisqui y tabaco bancos con directores poco valientes más una familia que perder. Y el trío de ases que todo gánster debe guardar en la bocamanga: policías sobornables jueces con vicios caros políticos de aficiones prohibidas; con ellos comiendo del mismo cajón no habrá actividad ilícita que se doblegue. Unidos ahora los amigos por el vínculo del lenguaje y un pasado en las trincheras defendiendo a un eje demasiado delgado para no quebrarse con los violentos giros del mundo.

Párrafo aparte merecían dos españolas a medio camino entre madre e hija o lesbiana macho con su lesbiana hembra celosas de una tercera que superada la fase acomodación se gritaban como locas y trataban como fieras. La madre o lesbiana macho iba rapada al dos. La hija o lesbiana hembra morena y despeinada como un pollo mojado. Competidoras ambas en la obesidad ganaba por medio cuerpo la madre lesbiana macho. Elefantes marinos, elefantas para este caso y nunca más procedente el ejemplo pues se las podía abandonar en cualquier colonia con estos animales que nadie notaría la intromisión. Salvo algún elefante marino macho auténtico que al olfatearlas concluyera que aquellas cosas no valía la pena hincarles el colmillo; menos aún una pelea. Para esto ya se bastaban ellas: que si pásame el pan que no me da la gana so gorda que te tiro el café con leche por contestona y yo a ti la mantequilla para que te cubras las arrugas de vieja. Aficionada probablemente a las cortezas de cerdo el pan con manteca la nata de leche hervida, prometían entretenimiento y vergüenza ajena por igual.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXV (novela corta, de momento)



Él se queda pensando en aquella revelación. Mirándola a los ojos con disimulo. Desentrañando qué había ocurrido en su vida para que estuviera metida en su misma situación. Tendría que revisar sus conceptos acerca de esa flautista que le acompañaba: la imagen de una mendicante en la calle sin otro porvenir que la indigencia se desvanecía. No se veían muchos pianistas tocando en las aceras a cambio de la voluntad. Si su amiga había superado la infinita y tediosa carrera de piano significaba varias cosas: había comenzado muy joven, tal vez con cinco o seis años. Era una persona tenaz, constante. Trabajadora. Y seguramente culta, pues nunca conoció a un pianista ignorante. De estas reflexiones a su vez surgían nuevas preguntas. ¿Quién o quienes le inculcaron el interés por la música a una edad en que los niños no quieren otra cosa que jugar? Había ahí unos autores responsables. Entregados a la educación humanística de sus hijos. Charles era una compañía intrigante: mujer disfrazada de hombre, pianista con apariencia de pidelimosnas. ¿Qué otras sorpresas escondían esas ropas de carbonero sin trabajo?



Por lo demás, poco que destacar. Acaso la persistente mirada del niño de una familia de checos, y la rudeza con que una polaca trataba a quien debía ser su marido porque, ¿quién si no iba a soportar humillaciones semejantes? Aparentaba unos escasos cincuenta, pero vete a saber la edad real pues era claro que ambos habían trabajado duro. En el campo tal vez, con unas manos toscas como patatas y las uñas a ras de unos dedos amorcillados. Extremos de unos brazos recios que han soportado la fatiga de la azada o cargar pacas de heno a la carreta. Tal vez se hubieran reventado en una granja para sacar adelante a sus seis hijos vivos, los gemelos murieron con pocos meses de una extraña enfermedad mejor para todos dos vidas menos para sufrir dos bocas menos que alimentar, y una mala cosecha por culpa de la persistente lluvia que pudrió las raíces de las plantas les dejara en la ruina.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIV (novela corta, de momento)



El desayuno fue modesto: pan mantequilla aguado café con leche. Sin grano de azúcar, el precio del azúcar se había disparado a causa de los especuladores. Nada nuevo salvo el derivado elegido. También en el café había más achicoria que café pero en alta mar cualquier producto que no fuera agua salada ya era un lujo. Además, no se podía esperar grandes derroches dado el reducido precio del billete.

-Extraña selección musical.

-La Cabalgata de las Valkirias. A mí me gusta. Es tan épica. Y con ese fondo musical te dan ganas de conquistar el mundo.

-Visto así… parece apropiada. Quizás un homenaje del camarero a los viajeros. Une especie de A La Carga, o similar.

-Podría ser. Lo preocupante hubiera sido una marcha fúnebre de Chopin, por ejemplo. Yo diría que es malayo. ¿No crees?

-¿El camarero? No sé… si nosotros somos variopintos la tripulación nos supera. Aquí viajamos todas las razas y un buen puñado de nacionalidades. En caso de emergencia podría resultar un problema, no nos vamos a entender.

-Tienes razón. Escucha, escucha. Ahora entra mi parte favorita.

-Salvo excepciones, como ésta, a mí la clásica no me emociona. Peor aún: me aburre. Pero se ve que tú entiendes.

-Hice la carrera de piano. Eso forma bastante, sí.


A Fausto casi se le atraganta la rebanada.


-¿Piano? ¿Pero no tocabas la flauta?

-Claro. Como instrumento de consolación. Imaginarás que un piano no cabe en la maleta.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 15 de noviembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXIII (novela corta, de momento)


-¿Me enseñarás?

Se gana el afecto de Charles, quien enroscando los brazos en torno al cuerpo de Fausto responde con dulzura: 


-Me encantaría. 

Y le besó el cuello al abrigo de la oscuridad en aquella noche terrible. 
Al amanecer, una campana en fa mayor seccionó como una navaja de afeitar la cortina del sueño en todo el pasaje. O como un martillo pilón machaca una nuez, según los casos y el despertar del durmiente. Pasada la tormenta vino lo que suele: calma. Una calma flácida y amodorrante que junto al ronroneo del motor y el suave mecer del barco, durmió a unos viajeros asustados y agotados de tanto luchar contra la inercia. Empeñada como ocurre en estos casos en estamparlos contra las paredes igual que sellos. De hecho, más de uno se rindió a la evidencia de que es inútil pelear contra gigante semejante. Siendo más cabal recostarse en el suelo e intentar rodar lo menos posible. Pero terminada aquella inaugural y aciaga noche, dolores de cabeza malestar vómitos aparte, cada cual se recompuso con la mayor dignidad posible. 

A plena luz, Fausto y Charles casi no reconocían la cantina donde apenas unas horas antes reinaba el caos. El camarero, o quien fuese, había hecho un gran trabajo de limpieza y recogida. No hay que decir que ambos guardaron en secreto su aventura nocturna, no fueran aquellos bárbaros a agradecérselo despellejándolos. Y descuartizados servirlos con doble ración de patatas para la cena.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXII (novela corta, de momento)



Si bien, tenía muy presente que a las conocidas le seguía una octava no declarada pero más importante: el arte de hacer dinero con cualquiera de las otras siete. Salvo ésta, que se le antojaba la más abstracta e ingobernable, estaba dispuesto a probarlas todas.

-Yo hago música.
-¿Haces? ¿En serio? Eso sí que no lo esperaba. Creí que la música se tocaba. O componía. 
-¡Ya me has entendido! 
Responde molesta por esa mezcla de sarcasmo e incredulidad. Él capta el mensaje, trata de arreglarlo apretándola contra su pecho. 
-¿Qué instrumento?
Luego de una pausa con un par de grandes olas responde: 
-Toco la flauta. 
-Ahhh, qué interesante…

Fingió. La primera imagen que le vino a la cabeza era la de un músico callejero, flautista por resignación cuyo único legado vivo de la escuela habían sido esas inútiles prácticas de flauta y que tras una adolescencia revolucionaria había caído en el infierno de los excluidos sociales. Acompañándose de un perro para mejor llevar su irreversible soledad, suplicando unas monedas a cambio de un par de melodías mal entonadas. Pero con frecuencia recibiendo el desprecio de los transeúntes, cuando no los insultos de nuevos jóvenes revolucionarios pro fascismo, o las hostias de la policía pro sistema: otra forma de fascismo represivo y excluyente. Sintió lástima por ella, era la constatación de que siempre hay alguien peor que uno mismo. En ocasiones, mucho peor. Volvió a apretarla contra su pecho:





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXI (novela corta, de momento)



-Te sangran las manos, ¿qué te ha pasado?

-Un accidente doméstico. Soy un torpe, nada importante.

-Seguro que te has cortado abriendo una lata. Típico de hombre que se mete en cocina. –Sin pretenderlo, ella le proporciona la mejor explicación a sus cortes con las conchas de mejillón y la roca.
-Tienes razón. Era una lata de mejillones. 
Ambos se quedaron pensativos largo tiempo. Escuchando los aullidos de la tormenta, los rugidos del mar hecho una fiera rabiosa y desbocada. Pero también agrias conversaciones de otros pasajeros. Protestando seguramente por las duras condiciones del carguero, no preparado para largos viajes con personas y este había comenzado de la peor forma imaginable. Al rato, en una tregua no de calma sino de menor zozobra, ella preguntó: 

-¿Por qué has grabado antes? ¿Haces películas? ¿Vives del cine?

-Me voy defendiendo.
Esta fue la respuesta más ambigua que encontró. No podía contarle la verdad: que vivía de los muertos, del dinero obtenido por las muertes en su familia. Que no sabiendo cómo salir adelante intentó algunos proyectos pero no funcionaron. Y que eso del cine no sabía si podía ser una profesión o una evasión. Tal vez ambos, a veces lo único que diferencia una profesión del mero entretenimiento es que alguien pague por ello. Y que es entonces cuando ese mero pasatiempo deja de serlo ante los ojos de los demás para convertirse en una actividad propia de adultos responsables, lejos de la chiquillería de artista: inmaduro, vago y desorientado por definición. No podía decirle que pretendía vivir del arte casi en cualquiera de sus siete manifestaciones, y no de un trabajo decente.



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miércoles, 23 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXX (novela corta, de momento)



Quedándose enclavado entre los barrotes donde estaban amarrados doce chalecos salvavidas; para este caso salvagolpes. Ni siquiera alcanzaban a toda la tripulación, por lo que si se daba la necesidad habría que pelear por hacerse con uno: matarse para acabar en el mar, donde seguramente morir de frío o ahogado. Cosas.

El resto de toneles, unos acabaron en el mar, otro milagrosamente atrapado entre los pasillos de la carga, donde contra una de las cajas un fuerte golpe lo había encarcelado. Pero la mayoría se hizo pedazos, esparciendo su contenido por cubierta que rápidamente se llevó la espuma de mar. Un misterioso granulado cuya cobertura blanquecina se disolvía fácilmente en el agua salada. Debajo de esa envoltura lechosa, efectivamente el duro grano era de trigo.

Charles se frotó el nuevo chichón de la cabeza.

-¿Te has hecho daño? 
-¡Sí! Merde! Cést plus trop!
-¿Qué? No te entiendo. 
-¡Nada, que vaya mierda de noche!
-Debes agarrarte fuerte, ¡como yo!
-¡Ya lo hago! Pero me canso. ¡Sujétame, tú pareces estar más fuerte! ¿No te duelen los brazos?
-Sí, pero me aguanto. ¡No quiero salir volando! ¡Tengo una idea! Déjame probar. 

Trabó su bota Bodysaver en un amarre de la pared y apoyó la espalda contra un asidero. Con la mano derecha aferrada a otro y la izquierda libre, le dijo a Charles:


-Ven. Recuéstate aquí, conmigo.


Ella accedió, refugiándose en su pecho caliente. Percibiendo su olor, notando en el rostro el corazón agitado. La compostura era más la de dos enamorados que de un par de jóvenes solitarios, lo que levantó las suspicacias y murmuraciones de los inmediatos compañeros de posición. A los ojos del resto no eran sino dos jodidos y descarados maricones más. A los suyos, un hombre y una mujer desconocidos obligados por las circunstancias a apoyarse y empujados por la necesidad a socorrerse. Aquella era la unión en la fragilidad.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIX (novela corta, de momento)



-Entonces… ¿Tú por qué razón estás aquí? Quiero decir, ¿por qué sola?
-Mon dieu, ¿y tú? ¿También vas solo, no? He estado observándote desde que subíamos la pasarela, iba un poco más atrás. Y no te vi hablar con nadie ni despedirte. Nadie en su vida, pensé. Así que me dije, otro fugitivo. 
-¿Fugitivo, por qué? –temió ser descubierto. En realidad, sí lo era.
-Aquí somos todos unos huidos. Algunos vamos solos y otros cargan con toda la familia. Esto es un éxodo organizado previo pago del billete. 
-Tienes razón. –Los temores de que alguien conociera la verdadera razón de su viaje se disiparon.- Parece que todos estuviéramos escapando. No hay más que ver las ropas, los petates que lleva la gente. Equipo de refugiados. 
-Así es. Al asalto del primer barco que abandone el país. 
-¡Y el continente!
-Cierto. Mejor cuanto más lejos. ¡Ay!
Un golpe brusco de mar embistió el carguero por estribor, escorándolo peligrosamente en sentido contrario. Algunas mujeres del pasaje gritaban, junto a los niños y también hombres. En cubierta, el amarre de los toneles cedió y éstos comenzaron a rodar como bolas de billar, impactando y rebotando con el resto de la carga que malamente resistía el castigo de las olas, y ahora el de los diecinueve toneles descontrolados. Impulsado por el agua uno fue a empotrarse contra la pared exterior del refugio, lado de popa.


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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVIII (novela corta, de momento)



Charles terminó la mudanza entre vaivenes y algún coscorrón. Fausto recogió todo en silencio, cediéndole su rincón sin dejar de pensar en la compañía, en su nueva compañía. Ésta, limpió el pie herido con los calcetines húmedos y lo dejó secar al aire, para que cesara de sangrar. Fausto aprovechaba los momentos fugaces de luz para estudiar a su compañero. Los pies, las manos, el cabello cubriéndole parcialmente el rostro, la voz… La extraña aguda voz, incómoda en un hombre dulce en una mujer; ahora todo tenía sentido, y se tornó hermosa. El patito feo vestido de haragán era un cisne que guardaba celosamente su identidad.


-Pero… Tú…
-Mon dieu! ¡Pues claro! Estando tan cerca… ¡Creí que ya te habías dado cuenta!
Fausto se sintió como un imbécil: ¡Cómo no se había dado cuenta, por supuesto que tenía razón! ¡Tan cerca y tan ciego!
-¿Y por qué vas vestido, bueno, vestida, de hombre? 
-Shh, mejor déjalo en vestido. No quiero que ninguno de estos imbéciles se fije en mí o de que viajo solo. O no me dejarán en paz. 
-Ya entiendo... Mejor así. 
-Pues claro. Cuanto menos sepan más tranquilo estaré. 
Sabiendo ya que era una mujer, a Fausto le resultaba contradictorio que se dirigiera a sí misma como hombre. Incluso a él ya no le encajaba en su estructura mental seguir dándole tratamiento de hombre. Un desajuste en pugna con su deseo. Una mujer, con diferentes grados, podría ser un estímulo sexual incuestionable. En sentido contrario, un hombre sólo despertaba repugnancia, sexualmente un rechazo insuperable. Y aquella nueva persona, la mujer de rasgos agradables cuerpo delgado pechos pequeños voz de muchacha, podía llegar a interesarle. Esos mismos rasgos cuerpo pechos y voz en el hombre que fingía ser, chirriaban en su lógica mental de una forma que podría llegar a odiarle.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVII (novela corta, de momento)



Comenzó por descalzarse. El calcetín izquierdo empapado en agua y algo de sangre. Un pequeño corte de apenas un centímetro de largo por medio de profundidad en una carne reblandecida y arrugada por la humedad sangraba lentamente. Helado de frío, era más urgente quitar esas ropas mojadas y dejar las reparaciones para más tarde. Pantalones, chaqueta; ropas gruesas y excesivamente holgadas para su complexión: no era un muchacho fuerte pero Fausto creyó que quería pasar por ello. O que las ropas eran prestadas, tal vez de origen humilde, por su hermano mayor. Todo le quedaba grande o muy grande.

De la maleta extrajo otro pantalón de corte similar. Sentado en el suelo se coló por él cual conejo en madriguera: escurridizo y veloz. Fausto se preguntaba a qué obedecía tanto recato, después de todo los pasajeros bastante tenían con su propia integridad física y él no le estaba espiando precisamente. No eran los hombres objeto de su interés, además, entre relámpagos casi no veía ni la punta de su mano. Pero cuando el muchacho se guitó la gorra, una melena lisa de color oscuro cayó cubriéndole los hombros. Ahora, su imagen cambió completamente a los ojos de Fausto, y la silueta reapareció en la de otra persona. Comprendió qué ocurría.
Al desprenderse de la camisa, un destello inoportuno iluminó el barco por un segundo. Un segundo traidor inesperado delator. Un segundo que reveló un secreto que Fausto acababa de descubrir: Charles tenía pechos. Puede que la luz no fuera suficiente para casi nada, pero a él le bastó para identificar claramente que aquellos bultos con forma de manzana tamaño pequeño, no eran fruta. Eran dos tetas con sus pezones erizados de frío y también arrugados de humedad. <<¡Dos tetas!>> -se dijo sorprendido. Suerte que el relámpago fue breve, porque si Charles le hubiera visto su cara de asombro, Fausto habría sentido más vergüenza que aquel siendo descubierto. 

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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXVI (novela corta, de momento)



Tanto se había acurrucado el muchacho contra Fausto que éste sentía la humedad de su ropa.
-Deberías cambiarte. Vas a agarrar una pulmonía. ¿Qué tal ese pie, ya no te duele?
-¡Claro que me duele! Merde! Pero si me suelto voy a rodar por el suelo, y no me apetece. 
-Yo te sujeto, no te preocupes. Pero has de cambiarte.


Charles se hace el remolón.


-¿Qué ocurre, no me dirás que te da vergüenza? ¡Con esta oscuridad casi no te veo ni yo!
-Pues por eso, tú me vas a ver…
-¿Y?... Mira, ya sé. Tengo este abrigo. Cúbrete con él ya está. 
-Ahh, qué frío… 
-Enfermarás si no me haces caso. Y aquí estos salvajes son capaces de arrojarte al mar. No creo que haya medicinas para nosotros. Y mucho menos un médico. 
-Tienes razón. Déjame tu sitio, tú aquí afuera haz con el abrigo una cortina y yo me escondo contra la pared. Ahhh, qué frío.

Seguí el carguero vibrando como gelatina y en el pasaje, flasheado por la luz de los relámpagos, se podían ver las caras de susto y preocupación. De miedo. Agarrándose unos a otros, a los bancos, a lo que fuera con tal de no salir despedidos contra la celosía del albergue y acabar en cubierta, o en el mar. La situación era grave para los no acostumbrados a viajes transoceánicos. Sólo algún niño, y algún adulto con experiencia o embriaguez, podía dormir. Fausto formó un cambiador de circunstancias colocando el abrigo entre las dos paredes del rincón. En apenas un metro cuadrado, el muchacho agazapado tenía algo de intimidad. En ausencia de relámpagos y con la dura noche de tormenta, total. 



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lunes, 21 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXV (relato alargándose)



-¿Tú lo has visto?

-¿El qué?

-Un niño, o niña no sé. Estaba aquí, justo delante de esta puerta.

-Yo no he visto nada, ¿podemos continuar? Me duele el pie y vamos a ir al suelo otra vez si seguimos dando vueltas.

-¡Pero había un niño! ¡Lo he visto! ¿Cómo has podido no darte cuenta?

-Porque igual no había nada. ¡O habrá vuelto con su madre! Mon dieu, me estoy helando de frío y necesito mirarme este pie!

-Pues yo…

-¡Sigue! Nos va a tirar una de estas arremetidas del mar, y entonces sí que vamos a despertar a todo el mundo.

Unos cuantos pisotones alguna protesta en varios idiomas y muchas disculpas después ambos estaban de nuevo en su rincón. Caja metálica y cámara a salvo en su petate, a salvo ellos también de caídas y golpes, recostados entre las dos paredes, agarrándose a unos asideros para los que Fausto en un principio desconocía su función. Ahora estaban siendo sumamente útiles, pues con el balanceo del barco ya hubieran rodado por el suelo al igual que más de un pasajero. El extra de luz ocasional aportado por relámpagos permitía hacerse una idea de la situación: cuerpos agarrados a los bancos, a otros cuerpos, tirados en el suelo; sentados amontonados en grupos en parejas. Todas las combinaciones eran admitidas si con ello dejaban de embestirse unos a otros. Solidaridad impuesta y necesaria producto tan solo de la vulnerabilidad. Probablemente, cuando el drama de la tormenta fuera historia, cada cual retornara a su individualidad e indiferencia. Si bien, esto era sólo una teoría.






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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIV (relato alargándose)



Cuando la enorme ola cruzó el eje transversal del barco, se hundió la proa con la misma fuerza que había ascendido, retirando el agua sobre Charles e impulsándola en sentido contrario. Éste rodó por el suelo como un muñeco hasta las piernas de Fausto, donde cual águila clavó sus garras en las botas Bodysaver.


-¡Esto se está poniendo feo, deberíamos volver!

-Merde! Ayúdame!


La cámara colgando por la correa del cuello; asido a la barra con un brazo del otro tiró de Charles y quedaron ambos en pie. Observando el oleaje interior: de juguete pero problemático, arrastrando de aquí para allá pequeños objetos que golpeaban en todas direcciones como cantos arrastrados por el río; chocando con muebles, paredes, ellos mismos. Uno de esos objetos encalló en los pies de Fausto, contra su impermeable bota Bodysaver empapada de agua. Tan llamativamente brillante a la luz de los relámpagos que sintió curiosidad, rescatándolo de su particular naufragio. Una caja metálica de algo más de un palmo de largo por unos diez dedos de anchura y cinco de alto. Lo cazó bajo la axila y propuso: <> <>

Con un brazo portaba caja y cámara, con el otro se agarraba a las mesas para avanzar sin caerse. Charles, más libre de manos pero cojeando y empapado, le siguió malamente hasta alcanzar la puerta. Al abrirla, parte del agua contenida salió al pasillo, corriendo veloz por el suelo de madera hasta desaparecer en una película imperceptible al ojo humano; aunque resbaladiza al pie. Abandonaron la cantina. Abundantes rayos iluminaban el camino de vuelta. Enfilaron el pasillo y a la altura del camarote seis Fausto creyó ver una silueta cazada por el destello de un relámpago. Una sombra pequeña, quizás un niño del pasaje que se había despertado por la tormenta, salió el albergue. Puede que perdido o asustado. Cuando llegaron al camarote seis allí no había nadie.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXIII (relato alargándose)



Todas las mesas, sillas y cualquier pieza de mobiliario estaban atornilladas al suelo. Agarrándose a ellas cruzaron el comedor. Tras la barra de servir al público, en un rincón el ojo dando golpes. Una pequeña circunferencia de cristal y latón de treinta y cinco centímetros que junto a otra media docena situadas en la parte alta de la pared se abrían para ventilación cuando el clima lo permitía. Alguien debió cerrarla mal, o simplemente olvidó hacerlo. Agua de lluvia y mar había entrado por la oquedad, e iba y venía por el suelo en un ensayo de minioleaje siguiendo la danza del barco. Por debajo de la ventana una mesa anclada a la pared daba servicio al camarero. En el suelo, entre mesa y barra, cristales rotos. De algún vaso o botella, no se distinguía bien. Únicamente el ruido de éstos al pisarlos y quebrarse.


-Ten cuidado.

- Je sais, je sais. Mon dieu, c'est une catastrophe! ¡Ayúdame!


Charles se impulsó en el hombro de Fausto para subir a la mesa de un salto, pero justo cuando otra ola bañó ese costado del barco. Por la ventana entró una buena cantidad de agua que le empapó la ropa. Fausto de un salto sorteó el chapuzón. << Merde! Merde, merde! >> -Exclamó. Cerró el ojo de buey y saltó de la mesa al suelo.


-Ay! Arg!… Qui est trop!

-¿Qué ocurre?

-¡Creo que me he cortado! ¡He pisado un cristal!


El barco, cruzado por una ola de ocho metros, arboló más de treinta grados sobre la horizontal. Lanzando a Charles y Fausto contra la pared quien soltó la cámara para agarrase al mostrador, pero Charles cojeando por el daño del pie se dio de lleno contra la pared escuadra y fue a parar al suelo. El agua de lluvia y mar que bailaba por la estancia se le echó encima: enrabietado aún por los zarandeos no pudo escapar.



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domingo, 20 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXII (relato alargándose)



Siguiendo el ruido guía, Charles giró al final del pasillo a la izquierda, dirección cantina. Frente a ambos, encerrados en el puente, las siluetas de un par de personas parecían tener el control de la situación. Al verlos, Fausto pensó si en las entrañas del barco, bajo sus pies, no habría un puñado de hombres tiznados de negro y sudorosos alimentando como bestias la caldera que impulsaba la nave. A paladas de carbón en agotadores turnos de doce horas hasta reventar. Y si alguno fallecía en el esfuerzo, al fuego y listo con él; problema resuelto y combustible para las llamas. Nada de responsos consternados ni funerales hipócritas. Claro que también esto era producto de su imaginación, pues la gran hélice del carguero era rotada por un largo motor de treinta y ocho cilindros atragantándose de fuel oil.

Un relámpago iluminó el barco como el día, y Fausto identificó con claridad el amarre del ancla. Le costaba creer que una cosa así pudiera retener en su posición semejante masa en flotación. ¿Y si el ancla no tocaba fondo?, porque la cadena no era infinita. ¿Es que acaso el peso en suspensión más el rozamiento con el agua eran suficientes? Charles entró en la cantina, Fausto le siguió y cerró la puerta, apunto casi de caer pues tenía una mano permanentemente ocupada con la cámara.

-¿Qué haces? Ten cuidado. 

-Lo siento. Es este barco que no para de moverse.

-Eres tú que no dejas esa cámara. Te vas a tropezar, y entonces tendremos un problema con los de ahí fuera si nos descubren.



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXI (relato alargándose)



El plano de carga era zona libre. Sólo dos pescantes, escotillas, el anclote, un molinete y demás artilugios de trabajo. Otro par de botes a cada lado, el gallardete al centro y un enjaretado de dos puertas hacia babor; claro que para tener conocimiento de todo esto había que recorrerse el barco, después las bodegas, y que no estuviera la cubierta repleta de cajas de madera de todos los tamaños y formas apiladas en distintos niveles hasta una altura de seis metros. En el centro de la mercancía unos barriles de madera formaban una pirámide de cuatro pisos. Todo bien amarrado contra viento y marea, también literalmente.

En su paseo hacia la fuente del sonido dirección proa bajo la débil luz nocturna del barco, escasa pero suficiente para no tropezar con las paredes, encontraron en un rincón al final del pasillo un buen montón de cadenas y sogas. <>. Donde desaparecerían para siempre hundidos en el fondo y comidos por los peces; sin nadie que preguntara por ellos, probablemente.


Charles observó que a lo largo de las habitaciones de la tripulación cada una tenía un distintivo, aparte del número. Se preguntó si no sería para localizarla más fácilmente cuando tornaran borrachos de la cantina. Hartos de cerveza y ron, y de haberse liado a puñetazos por una mujer o mentar más de una madre. Claro que todo esto sólo era producto de su imaginación. Mientras, Fausto filmaba la oscuridad como podía, pues el creciente oleaje cabeceaba el barco y golpeaba la chapa de acero. Algunas olas saltaban hasta los cristales y cruzaban la manga del carguero por encima de sus cabezas. Recorriendo el techo como una estampida de ratones. La lluvia después lavaba el agua salada y todo volvía nuevamente a su sitio: el mar.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXI (relato alargándose)



El puente y entrepuente conformaban una sola estructura exterior, dividida en distintos compartimentos interiormente. Chapa de acero por fuera como todo el barco, pero a diferencia del resto forrados de madera por dentro. A su vez, el espacio para los pasajeros era algo similar a una sala de espera, o un albergue pobre. Cuatro paredes, literalmente, con la mitad superior construida en una celosía de palos y cristales y la inferior de tablas de abeto. Fausto concluyó que tal vez fuera para ser vigilados constantemente por la tripulación: carente de toda intimidad. Dentro, sucesivas bancadas para ocho personas hombro con hombro; y un par de mesas medianas.

En torno a este albergue, un pasillo longitudinal al barco lo separaba de los camarotes de la tripulación: siete con el número colgado en cada puerta y, excepto el del capitán, en su interior dos camas una mesa un par de sillas un armario y un ojo de buey mirando a estribor. El 1 pertenecía al capitán, y era el más próximo al puente de mando. El último, 7, terminaba en la misma línea estructural que pasillo y albergue. Una puerta central amplia daba acceso al exterior: plano de carga hasta popa rebajado de nivel la altura de tres escalones. En el inicio del pasillo, más a proa, en babor la cantina-comedor y los servicios. En estribor un espacio vacío con una puerta no tan grande por la que también se salía a cubierta. Algo más de dos metros hasta llegar a la barandilla, y después el mar. En el centro y eje del barco, otra puerta de acceso Prohibido-a-toda-persona-ajena-a-la-tripulación, texto en noruego que pocos pudieron comprender pero imaginaron. Delante del puente de mando, la proa del barco a cinco metros. Un bote a cada lado, el ancla con su cabestrante a estribor, un tangón y demás maquinaria para izar colgar o amarrar. Aquí y allá algún armario pequeño. Rodeando el cajón de acero que contiene puente y entrepuente: cubierta despejada y barandilla en babor como estribor.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXX (relato alargándose)



Se levantaron. Charles avanzó en primer lugar, esquivando cuerpos dormidos en el suelo, bancos, bultos, ropa, maletas. Algo que confundió con una mochila se movió y le asustó. Era un niño arrebullado entre abrigos.


-¿Qué pasa?, sigue. –Dijo Fausto en voz baja.

-Nada, nada. Ya voy. Cuidado con eso, es un niño.

-Pues parece un saco de ropa vieja.

-Shish, calla. Nos van a oír.

-Espera un momento, he olvidado algo.

-¿Ahora?

-Vuelvo enseguida. Quédate ahí.


Fausto regresó a su rincón y del petate extrajo la nueva cámara de dieciséis milímetros: una Bell & Howell mejorada para imágenes con poca luz. Tomó un plano general de la escena y retornó junto a Charles.


-¿Qué haces?

-Ya lo ves, filmar.

-¿Y para qué quieres grabar a gente durmiendo? Además, no se ve nada.

-Tú continúa que yo te sigo. Y cerremos esa ventana de una vez que me está poniendo nervioso.

-Très bien, très bien.




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sábado, 19 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIX (relato alargándose)



-Pues confío en que no sea así. Sería bueno que alguien condujera el barco.

-Gobernara.

-Bueno, gobernara. Como quieras.

-Yo también lo creo.


Se echaba encima la tormenta: olas golpeando el barco con fuerza, ocasionalmente alguna mayor salpicando de espuma los cristales en el espacio para pasajeros. La cubierta también era lavada por el agua. Era entonces cuando la escotilla se oía chocar con claridad.

-Habría que cerrar esa ventana, ¿no crees? 

-Tienes razón pero… -Charles se incorporó, sentándose a la par de Fausto. Hombro con hombro. Sin mirarle, añadió:

-Tendremos que hacerlo nosotros.

-¿Nosotros? ¿Por qué? No sabemos dónde está.

-El ruido nos guiará. Sólo hay que encontrarlo.

-Pero está todo tan oscuro… ¿Y si nos perdemos? ¿Y si nos encuentran andando por ahí?

-¿Tienes miedo?

-No, no es eso pero…

-¿Y si entra una ola como tú has dicho? ¿Por dónde va a salir? ¿Y si por culpa de la ola se hunde el barco?


Fausto quedó pensativo, reviviendo su trágico suceso en el mar. No le entusiasmaba la idea de repetirlo.


-De acuerdo, vamos.



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVIII (relato alargándose)


-Me llamo Charles. ¿Y tú?

-¿Qué? –respondió Fausto sorprendido. Aquel muchacho tan poco varonil tenía una voz extrañamente aguda.

-Pregunto que cuál es tu nombre. El mío Charles.

-Yo Fausto.

-¿Fausto? Ah… Como la obra de Goethe.

-Pues no sé, diría que como yo.

-Sí, claro.


Una pausa atascó la conversación. No eran más que dos extraños forzados por las circunstancias que el capricho del destino había arrinconado. Literalmente, pues uno de los vértices de ese cuadrilátero repleto de luchadores, de todos los pesos durmiendo a la espera del gran combate, estaba ocupado por ellos dos. Se oían unos golpes lejanos.

-Parece que alguien se ha dejado una ventana abierta. 

-Yo creo que sí. Aunque aquí se llama ojo de buey.

-Bueno, ojo de buey abierto. Ojo de buey… ¿Por qué ese nombre?

-Es largo de explicar… Viene de los tiempos en que se encañonaban unos a otros, a los artilleros les animaban a disparar a las ventanas haciendo un símil con la caza: disparad al ojo del buey para matarlo con una sola bala. Pues al barco lo mismo: metedle una bala de cañón por la ventana para que reviente todo.

-Vaya… Sí que conoces el tema.

-Algo. Con esta lluvia estará entrando agua.

-Mientras no lo haga una ola…

-Tienes razón, habría que cerrarla…

-¿No habrá nadie de la tripulación por ahí?
-No lo creo. Desde que hemos zarpado apenas los hemos visto. Son esquivos. Estarán todos en sus camarotes, durmiendo supongo.



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVII (relato alargándose)



Jadeando y asustado, se despertó. Soñaba, una pesadilla recuerdo: el suceso de su lucha bajo metros de agua salada en busca de la luz, el aire y la vida. A su lado, en la oscuridad de la noche en altamar, el muchacho y, técnicamente compañero de cama, le miraba con ojos penetrantes. Parecían negros, pero como todo en la noche, que es oscuro. No supo qué decir. Incómodo se le quedó mirando. El resto del pasaje parecía dormir. Unos resoplaban otros roncaban, alguno gruñía. Incluso había quien emitía una especie de silbido al respirar: un niño aquejado tal vez de cierta enfermedad pulmonar que debiera ser tratado en un hospital. Sin atención médica podría no volver a pisar tierra. Pero así era la emigración, un viaje cargado con lo poco que se tiene que no es nada, hacia la inmensa nada de la incertidumbre la inseguridad el aislamiento y el abandono. Abandonados todos a su suerte y su mala suerte, donde un golpe de timón inesperado cambiara definitivamente el rumbo de sus vidas.

Por el momento, los únicos golpes de timón los daba el oleaje: mar brava de tormenta agitaba el carguero como los trozos de madera de un naufragio. Metro arriba metro abajo. De ocho metros eran las olas contra las que el capitán del barco enfilaba la proa a duras penas, cortándolas como un cuchillo caliente se abre paso en la mantequilla. Estaba asustado: la pesadilla, los recuerdos de su ahogamiento, el balanceo del barco, la espesa noche, el ruido de la lluvia contra los cristales, el viento colándose bajo las puertas. Se sentó, apoyando la espalda contra las tablas de la pared y plegando las piernas hacia su pecho. Abrazado a ellas con las manos cruzadas por encima de los tobillos, observaba el cielo nocturno intentando encontrar alguna estrella. Su presencia significaba boquetes en el techo de nubes, y éstos tal vez el fin de la tormenta. No encontró ninguno, se resignó a pasar la noche en blanco. El muchacho también cambió de postura, a decúbito supino.



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viernes, 18 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXVI (relato alargándose)



La nave era conducida lentamente hacia el exterior de la bahía. Ya no había vuelta atrás para los arrepentidos salvo volverse a nado. Comenzaba el largo viaje hacia un destino con vocación de cambio drástico y quizás definitivo. Según fuera la fortuna para hacer fortuna: única razón que impele al emigrante a volver a ese origen que lo expulsó: mostrar al compatriota retenido en el país cuántas aventuras y riquezas por cobarde se perdió. Claro que a los que no superaron los trabajos de tercera con mano de obra regalada la miseria los engulló, y éstos nunca vuelven para confirmar al compatriota que no abandonó el país, cuánta razón tenían al afirmar que en todas partes hay el mismo olor a podrido. Pero si el destino tenía para Fausto reservado un camino u otro, ya se vería.

Por el momento estaba haciendo lo que no logró con el suicidio frustrado: huir. Si aquel intento se convirtió en una aventura traumática con desenlace inesperado, la muerte lograda no fue la suya, éste ya se estaba materializando: para huir con éxito primero se ha de abandonar el maldito país del que se parte. Cansado por tanta tensión acumulada y la prisa para resolver la fuga, sintió que por primera vez en muchos días podía relajarse. Se giró hacia la pared, dando la espalda al muchacho, y necesitando reponer algo de paz interior, arrebujado entre abrigo y petate se quedó dormido.


Despierta, ¡despierta! ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –el muchacho le tiraba con fuerza de la manga de su chaqueta-. ¡Nos hundimos! ¡Despierta! –El agua helada le empapaba la ropa ascendiendo hasta la boca, pero no podía despertarse, ¡se ahogaba! ¡Otra vez!-. ¡No! ¡Ah! ¡Ah, ah! ¡Qué, qué ocurre!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE




jueves, 17 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXV (relato alargándose)



El atemorizado mutismo inicial de la escalerilla fue cediendo ante el alboroto del descontento por la falta de espacio para terminar dando paso a la calma impuesta de la resignación. Cuando no hay nada que se pueda hacer, nada se puede hacer. En apenas una hora cada cual había encontrado, o fabricado, su sitio. Y mirándose con curiosidad y desconfianza unos a otros se aceptó por todos la tregua del no hay otro remedio. A su lado, un muchacho de rasgos afeminados, educado y silencioso encontró acomodo. Con una gorra de paño calada desde la nuca hasta los ojos, ropas holgadas y una sencilla maleta, parecía viajar tan solo como él. No supo si fue casual o deliberado, pero teniendo en cuenta los especímenes de aquel pasaje, pensó que era la mejor compañía que podía esperar. Quizás el muchacho también pensara lo mismo y por ello eligió la proximidad de su rincón, entre Fausto y el largo banco de madera donde encontraron asiento ocho varones tres mujeres un niño y el anciano.

La sospecha general la suspicacia recíproca la preocupación por el viaje o tal vez la pérdida de familia amigos y ambiente consustancial a todo emigrante, llenaron de silencio aquel espacio triste: el entrepuente. Sólo roto cuando un violento tirón balanceó la nave: zarpaba. Dos remolcadores del puerto tensaron las amarras que alejaban al carguero del muelle. A Fausto le extrañó que todo el pasaje rondara por allí, que no hubiera un desfile de pañuelos con lágrimas despidiéndose desde cubierta de otro grupo de pañuelos con lágrimas agitándose en tierra. Extraña esa gente que como él ignoraban la partida, quién sabe si pensando en volver pronto, o tal vez no hacerlo nunca. El repentino bamboleo provocado por el arrastre sí que arrancó algún comentario entre grupos, en idiomas que no entendió y carentes de toda emoción, pero nada más.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIV (relato alargándose)


En la escalerilla del embarque tuvo tiempo de retratar la fauna: alemanes suecos italianos polacos noruegos holandeses algún ruso y dos españolas. Éstas, con diferencia las más chillonas. De todos, más hombres que mujeres y pocos niños. Niños, igual que los viejos, observó: una carga prescindible. Sólo un anciano encontró en el pasaje. Por los orígenes parecía que Europa del norte estaba en retirada. O huída como él. Quién sabe cuántos maleantes o convictos o prófugos iban camuflados de humildes pasajeros en busca de fortuna. Si cuanto dejaban atrás era un hogar y sus seres queridos o la miseria de todos los perseguidos por la escasez y la pobreza. Nadie se marcha cuando las cosas le van bien, reflexionó estudiando al gran número de pasajeros, mayor de lo que esperaba y superior a los asientos disponibles. Que el espacio dedicado a pasajeros fuera reducido no quiere decir que se respetase. Con frecuencia, en el maltrato al desdichado todo está permitido, y no hay insulto u ofensa que se resista para todo aquel que tiene la mínima oportunidad de ejercer un poco de alienante poder. La travesía era larga, y sería complicada con esas carencias de servicios y sobreabundancias de abusos.


Fausto desconocía si los demás eran prófugos, pero él sí era un huido así que evitó problemas. Encontró un rincón discreto, en un mamparo de separación. Abajo madera arriba cristal. La celosía, también de madera, con largueros y travesaños para distribución de la luz, y miradas, en cuadrados de treinta por treinta. Del petate extrajo un chaquetón que extendió en el suelo, también de madera y ennegrecido por el uso. El saco sirvió de almohada y un gorro de pana fina sobre la cara para ocultar la luz. En esa improvisada cama estaba dispuesto a aguantar todo el viaje, con salidas únicamente para comer en la cantina o hacer uso de los lavabos.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXIII (relato alargándose)



Qué fácil resulta abandonarlo todo cuando se está dispuesto a soltar lastre: a Fausto le llevó apenas una semana organizar la partida. Dentro del castillo no había mucho que resolver. Deshacerse de toda la comida arrojándola al campo para los animales, tirar los productos químicos de revelado y limpieza, desconectar aparatos eléctricos, cerrar válvulas de agua, anclar ventanas, asegurar puertas, cubrir sofás butacas y camas, aromatizar armarios con flores antipolilla, condenar el tiro de chimeneas, esparcir veneno para ratones, que esos bichos son capaces de comerse una vivienda desde dentro. Y poco más. Del cerramiento de la finca era inútil preocuparse: siendo tan grande resultaba imposible impedir el paso de animales. O curiosos, que también descubrió alguno en más de una ocasión.

En un petate de soldado comprado en el rastro más insólito de la ciudad, metió lo que consideró necesario para la supervivencia en viaje largo: ropa de abrigo botas de repuesto documentación personal navaja suiza brújula y un pequeño transistor con el que solía conversar de vez en cuando; según le fuera el día. Por último, junto a docenas de rollos en dieciséis milímetros, la cámara que cambió por su viejo tomavistas más una pequeña cantidad a su contacto de la galería. Con todo ello y algo de dinero compró un billete de autobús que le acercó al puerto, donde un carguero que también disponía un pequeño espacio para pasajeros le sacaría del país sin que nadie hiciera preguntas. Nada había oído ni leído en prensa acerca de los viejos, pero por si acaso mejor no confiarse. La policía, ese grupo sospechoso que de todos sospecha podía estar detrás de ese silencio y de sus pasos. Poner tierra de por medio era lo más inteligente; o agua, en este caso. Aquel barco en un viaje sin escalas le dejaría en otro continente.



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viernes, 4 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXII (relato alargándose)



Claro que tampoco tenía por qué terminar así. Quedaba la salida menos violenta donde no destruyera su castillo: huir. Marcharse del país cuando aún estaba a tiempo. Puede que no se hubiesen iniciado las investigaciones, que Adolf y Smitz no tuvieran familia y nadie los echara en falta. Todavía. Y él, con un billete para el primer barco podía estar en la otra parte del mundo en unas semanas. Sí, un viaje largo sin tener un propósito definido, qué más daba. Más difícil de rastrear cuanto más confusa fuera la escapada.

Y la tercera opción: quedarse y esperar. Confiar en que a los viejos nadie los recordara. Parientes lejanos repentinamente nostálgicos de unos lazos de sangre olvidados; vecinos curiosos llamando a la puerta con una enternecedora sonrisa y un bizcocho de tregua; notificaciones estatales entregadas por un cartero con el sentido del deber exacerbado. Cualquier cosa podía fastidiarla con la mejor de las intenciones. También podía ocurrir que el mar arrastrara los cuerpos y la fauna se los comiera antes de que alguna corriente oportunista los escupiera en una playa repleta de bañistas. Que de los ciento cincuenta kilos de carne y huesos no quedara ni rastro y pudiera seguir con su vida como si nada; sin pensar más en ello ni sentir los ojos de algún detective pegados en su nuca. Que no estaba siendo investigado ni sombras perseguían sus pasos: ese pariente lejano nostálgico, y vengativo, acechándole para matarle. Demasiado confiar en el destino. Optó por la segunda opción, además, ya estaba harto del país con todas sus miserias. Y las reservas económicas iban menguando así que tal vez había llegado el momento; decidieron por él las circunstancias: era tiempo de partir.





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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXI (relato alargándose)



Así, debía afrontar un nuevo dilema: cómo liberarse del conflicto. Habiendo pasado una semana entre sudores desconocía si ya se había presentado la policía buscándolo. Primero llaman mostrando una falsa amabilidad, pero esos traidores siempre vuelven para echar la puerta abajo con el buldócer de la orden judicial: el documento dimanante de las tablas de la ley redactadas directamente por dios. E igualmente aplicadas. Otra vez la farsa de la justicia omnipresente y todopoderosa arruinándole la vida. Desconocía si ya iban en camino, si la maquinaria de represión se había activado, si la condena había sido redactada; con ese vocabulario prepotente farragoso enigmático e intimidatorio de dios en su mejor momento.

Pero no estaba dispuesto a ser una presa fácil, no se rendiría con la mansedumbre del que ingenuamente cree que bastará con su inocencia. <>, respondía oyendo comentarios al respecto. Pensó que podía llenar la casa de trampas. Se informaría y con un poco de astucia sabía que su castillo ofrecía múltiples posibilidades para esconder explosivos y armas para una defensa de igual a igual. ¡Qué era eso de que sólo la policía llevara armas! También los ciudadanos honrados debían tener derecho al mismo uso. ¿Quién le defendía a él de la policía? O quizás más derecho que ninguno puesto que alrededor de un ciudadano honrado, por eliminación sólo podía haber malhechores, policía o el sistema acorralando: todos iguales al fin. Si preparaba bien el plan, cuando llegaran podría llevarse a toda la comisaría por delante. Y si después destinaban al ejército, una vez que se viera definitivamente acorralado volarlo todo y liquidar a una compañía entera. Él solito.




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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LX(relato alargándose)



¿Que no se ensañaron con el prisionero, violaron, robaron o simplemente asesinaron a un soldado desarmado? ¿Fueron nobles todos sus actos y en defensa del justo ideal y la verdad? ¿Qué significaba eso exactamente? ¿De qué lado está la justicia y la verdad si cada bando cree tenerla de la mano? ¿Y fuera del combate? ¿Habían actuado siempre con la misma supuesta bizarría? Hombría valentía honestidad… Él lo dudaba. Seguro que los viejos escondían cientos de secretos y de pecados inconfesables. Y que habían vivido tanto no por merecerlo sino por suerte. Simplemente.

Ahora, por otro capricho del destino sus caminos se habían cruzado. Para acabar desafiándole, humillándole y provocándole con la duda. Negando unos hechos que no habían presenciado, únicamente por la conclusión lógica que emanaba de sus conocimientos. Indiscutible reflexión acerca de lo que podía o no ser cierto. Por no creerle le agraviaron doblemente. Por no querer participar en la inútil disputa le pegaron. Y en esta última pelea fueron vencidos. Fin del asunto.

Pero a Fausto le quedaba ahora la difícil tarea de demostrar lo ocurrido. Ante los demás y, peor, un juez. Donde con toda probabilidad un tipo de negro verdugo ya entrado en años simpatizara con los abuelos de su generación y, con el agravante que suponía haber actuado desde la juventud, le condenara a la pena máxima. Que no era la muerte, quizás ésta hubiera sido un premio dadas las circunstancias, sino la perpetua. El perpetuo morir de cada día al despertar tras las rejas y descubrir que no es un sueño. Que esa tortura se va a repetir hasta que llegue la libertad en forma de última exhalación.




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jueves, 3 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LIX(relato alargándose)



El horizonte se suponía tras la gran cortina de agua. A la mente lo primero que le vino fue el trágico suceso con los ancianos. -¡Malditos viejos! –se dijo-. ¿Por qué tuvieron que insultarme así? ¡Que se jodan! Ahora están muertos los dos. ¡Por arrogantes!

No sentía ningún remordimiento después de lo ocurrido. Él sólo quería volver a casa y ellos se entrometieron en su plan. Con la habitual prepotencia de quien cree saberlo todo de la vida, más si es la vida de los jóvenes. Haciendo de la diferencia de edad un duelo generacional y una guerra imposible de ganar, todos pierden. No podía tolerar más que el mero hecho de acumular tiempo en las carnes fuera una garantía para todo: experiencia sabiduría conocimiento reflexión paciencia equidad justicia inteligencia. Nada de esto tenía por qué ser cierto. Conocía a jóvenes que las reunían todas y a viejos que no poseían ninguna. Por los que la vida parecía no haber transcendido, sin enseñarles nada y tan majaderos como el día que los parieron. Si no más, que un bebé siempre es inocente cuando un viejo suele ser culpable de su destino.

A más viejo más hipocresía más obstinación más recelo mas egoísmo más resentimiento. Menos confianza peor carácter. Eso eran para él los dos viejos: otro par de insoportables que afirmaban tener siempre la razón con el débil fundamento de haber superado los setenta. Setenta años perdidos, quizás. O mal empleados llenos de errores calamidades y faltas. Puede que más de un delito porque esos dos se enorgullecían de haber sobrevivido a la guerra pero, ¿de qué forma? ¿Fue su valentía o su cobardía lo que les salvó el pellejo donde otros lo perdieron? ¿Lucharon como el que más o como el que menos?¿A cuántos de esos enemigos mataron? ¿De frente, por la espalda, huyendo? ¿Seguro que no cometieron ningún abuso?



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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVIII (relato alargándose)



Fueron unos minutos de desconcierto, tras los cuales y sin salir del pasmo Fausto se levantó y alejó rápido de allí temiendo ser visto. Aterido de frío desorientado perplejo confuso. Nervioso. En pocas horas había pasado de ser un suicida convencido a un superviviente desesperado, para terminar con un homicidio involuntario y otro asesinato en defensa propia; según el punto de vista: un despiadado ejecutor. Pura pasión y furia. Si vivir es esto, se dijo, esa mañana estaba más vivo que nunca. Aun con dos muertos a las espaldas. Retomó el sendero que le adentraba en el bosque para volver a casa, y recordó su tomavistas. Alegrándose esta vez de no haber grabado nada: si había actos que era mejor ser olvidados, la mitad de lo ocurrido aquel día bien valía ignorarlo.

Una semana pasó en cama. Con fiebres altas sudoraciones frías convulsiones incontrolables y pesadillas insoportables. Soñó que huía que le perseguían que le detenían. Que los familiares de los ancianos le buscaban con una horca. Soñó con interrogatorios con policías brutos con malos tratos de funcionarios con palizas de presos. Con prostitución carcelaria tráfico de drogas colgado de la morfina del pegamento. De una cuerda. Soñó que le extraían la sangre para venderla los órganos vitales para lo mismo. Que le cortaban las manos para comérselas las piernas para los perros los brazos y ojos para los peces. Soñó que subía y bajaba la escalera sin cesar. Condenado Sísifo al tormento de repetir la angustia una y mil veces. 

Al octavo día de convalecencia y décimo de recuperación, dejó de soñar. Eran las quince cincuenta y tres de un medio día lluvioso de un año apático con un gran sobresalto que partió la rutina. Cuando se levantó, cambió las sábanas sucias de sudor y vómito e hizo la cama como de costumbre. En la habitación, con muebles antiguos y algún tapiz raído, tres espejos orientados de tal forma que cualquier leve rayo de sol que entrase por la ventana, rebotando en ellos cruzaba la estancia; espantando la oscuridad como a las moscas. Afuera, un cielo cargado de nubes y lluvia.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE