domingo, 30 de marzo de 2014

VENERACCIÓN

VENERACCIÓN


Ella tiene a su marido en un pedestal.
Un tarugo torpe necio tosco. Como todos los tarugos,
qué esperabas.

Que le dio hijos
¿Hijos?
Bueno, dos hijas y un primer señuelo falso:
son complicados los comienzos para todos.
¿Para todos?

Que le contó mentiras y le untó zalamerías:
otra forma dulce y enmascarada de decir mentiras.
Que le dio algo de gusto, poco, breve, torpe. Tosco.
Y más de un disgusto.

Que le dijo siempre pide por esa boquita
pero siempre hizo esta boca es mía.
Que le prometió la luna y le pidió la vida.
Que a su lado estuvo siempre no protegiendo sino pidiendo.

¡Vida mía!
Sí era suya la vida de ella:
hazme esto tráeme lo otro recuérdame aquello.
Sube baja quita pon muévete estate quieta. Calla.
Vete. O vete y calla.

Ahora que no me haces falta que para esta fiesta estoy mejor solo.
¡Saca la guitarra Juan que yo traigo el acordeón y la armónica!
Me basto como soplagaitas me sobro de muerde armónicas.
Doblo acordeones cuando derrocho talento.

Ella tiene  a su tarugo sobre un pedestal.
En una urna, hecho cenizas.
¡Bien! Dijeron todos cuando ocurrió.
Bien, dijo ella cuando se decidió:
le prendió fuego al sofá con su taruguito dentro.  

Calentito él sólo se dejó hacer.
Pensó que era un braserito arrimado por su amorcito.

Nadie preguntó nadie lloró nadie sufrió.
Tampoco él, que se durmió abrazadito.
A su cojín, en su sofá, al calorcito.

Ella mira a su tarugo del pedestal.
Y siente paz.  




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 24 de marzo de 2014

CON-FORMA



CON-FORMA



No hay cambio ni elección,

confórmate.


Entiéndase conformar como: dar forma, configurarse.

Date forma, pues. Adáptate.

Sé también, como los demás.

No destaques no resaltes no saltes.

Menos aún de alegría: te la robarán.

Escasea como nada.


Confórmate escóndete

entre la gente.

Sé uno más.

Y triunfarás.


Entiéndase triunfo como la negación de todo sufrimiento.

De todo.

De ti.



Confórmate.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PRÓJIMOS LEJANOS



PRÓJIMOS LEJANOS



Espera, espera, espera.

Espera sentado. O mejor tumbado.

Que irán a socorrerte a buscarte a levantarte a…


A algo irán.

¿A por ti quizás?


Espera, o mejor no. No esperes nada.

Nada de nada nada de nadie.


O espera, muy poco,

de la mayoría de la gente.


No hay cambio ni elección,

confórmate.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ILUSIONES



ILUSIONES


Cuando crees que ya está todo perdido

y nada queda que puedas hacer.



Cuando en la última batalla,

de tu larga cadena de derrotas,

descubres que también en esa has sido vencido.



Cuando sobran evidencias

de que no debes esperar más a que llegue el final,

porque hace tiempo que ya estabas en él.



Cuando has agotado tus pocas fuerzas

Quemado todas tus naves

Malgastado tus pobres recursos.



Cuando ya no tienes forma, ni tiempo ni oportunidad,

ni vida,

de volver a empezar.



Descubres, en el último instante del último episodio del último día,

dispuesto a renunciar:



Que sí, que era cierto, que efectivamente,

tenías razón.



Y todo está perdido y no hay nada que puedas hacer y era esta la última batalla.

Otro nuevo y viejo fracaso.



Abandona sí.



Pero abandónalo todo.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

miércoles, 12 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 124 (novela media)



Fausto no se mueve. Los ojos clavados en el escabroso y horripilante contenido. El sobrecogimiento anula su capacidad de reacción. Delante: cuatro anulares, uno aún conserva el anillo ensangrentado. Un sello grande con la talla de un elefante barritando. Pero también dos dedos corazón cinco índices ocho meñiques seis pulgares. Cada uno en distinto estado de conservación: putrefacto, momificado, reseco, pellejo y hueso. Dedos largos cortos rechonchos delgados, todos al final torturados. En una aguja de coser arqueada como una gargantilla y poco más que del tamaño de un cuello adolescente, atravesadas igual que ruedas de chorizo, una decena de orejas. Difícilmente reconocibles salvo por la estructura cartilaginosa, endurecida y seca como corteza de cerdo. De una de ellas cuelga un pendiente, claramente de mujer. El pendiente la oreja ya no se sabe. Con cuatro perlas, una rota, engarzadas con eslabones de oro. Y todo ello bajo la inevitable pátina de sangre y tiempo. De otra un aro de plata, con el pasador doblado quién sabe si por la pelea o la tortura. Podía aquel resto de oreja ser también de mujer, pero lo mismo que de hombre.

Y entre unos y unas… gusanos, larvas en realidad. Larvas pupas y moscas, vivas y muertas. Las vivas salen de la caja como un enjambre contra el rostro de Fausto. A Charlotte los dedos le provocaron asco, las moscas un enorme susto. Las muertas se agrupan por los rincones, buscaron tal vez una escapatoria antes de perecer. Quizás se succionaron unas a otras según menguaba la provisión de carne tierna. Humana.

Fausto retrocede hasta el punto donde Charlotte sigue tirada. Toma una lona vieja, la extiende sobre el rollo de cuerda improvisando una butaca. Muy incómoda pero suficiente para ambos. Ella con su ayuda se levanta, para sentarse a su lado, en silencio y pensativos.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 123 (novela media)



-Pero… Esto…

-Dinero. Mucho, mucho dinero. De todos los colores.

-De varios países, mira este taco… Es nigeriano. Y este otro… No entiendo. Son caracteres chinos.

-O japoneses.

-O coreanos o taiwaneses o… Asiático. Y este, mira: de algún país árabe.

-¿Y la caja de aquí abajo? ¿Qué tendrá?

-Una caja dentro de otra caja… Pues tal vez otra caja.

-No.


Fausto la coloca sobre la mesa y retira la tapa. En realidad es una caja de puros cubana, pero no son puros lo que guarda.


-¡Aggg! ¡¡Pero qué es esto!! ¡¡Qué horror!! ¡¡Quítalo, quítalo de mi vista!!


Charlotte espantada del susto se va contra la pared contraria. Tropieza en una manguera y cae al suelo. O más exactamente sobre una gruesa cadena amontonada.


-¡Ay!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 122 (novela media)



Fausto apuntando a la caja fuerte:


-Así que cualquier idiota puede manejar un arma.

-Oui. Ya te he dicho: cuanto más idiota más interés. Debe ser el poder: con un arma sometes fácilmente a tus enemigos.

-Qué mejor defensa para un idiota... Siempre que el rival no lleve otra.

-En ese caso a matarse.

-Y ya está. Nada que ver con las habilidades del individuo ni el talento. El que mejor puntería o suerte tenga, vencedor.

-Así de simple, aunque también para matar hace falta alguna habilidad. ¿Qué habrá en esta caja?

-¿No has mirado si está abierta?

-No. Tanto desorden… Que lo que más me ha llamado la atención ha sido el revólver. Creo que porque era lo único que estaba en su cajón, supongo.


Fausto baja el arma. Ella se acerca a la enorme caja.


-Debes ser la primera persona que ante una caja fuerte no tiene la tentación de abrirla.

-¿Cómo funciona esto? No sabemos la combinación…

-¡No toques las ruedas! ¡Si está abierta la bloquearás! Déjame.


Efectivamente, la caja fuerte no es tan fuerte: gira la gruesa palanca de apertura y un ruidoso mecanismo acciona ocho grandes cerrojos que rodean la puerta perimetralmente. Ahora, está abierta. Mirando ambos el contenido, quedan pasmados.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 121 (novela media)



-Aquí dentro. Con esta plancha estaba el arma y los cartuchos.

-Vaya. ¿Y eso? ¿Qué es?

-¿El qué?

-Mira, esto. Diría que es una moneda antigua.

-Déjame ver… No... Una medalla, creo. ¿No parece un crucifijo?

-Sí. Es cierto. Una medalla con el enganche roto. Por eso la confundí con una moneda roñosa. ¡Qué montón de basura!

-A veces la basura sólo son cosas desordenadas. Si lo arreglas un poco estamos en un almacén. La tormenta debió poner todo patas arriba.

-Puede. Lo único que estaba en su sitio es lo del cajón: la plancha, una medalla y el arma. Extraña combinación.

-Y la munición.

-Sí, eso también. ¿Nos quedamos el arma?

-¿Sabes usarla?

-No, pero en las películas no parece muy difícil.

-Yo te enseño.

-¿Tú has disparado alguna vez?

-Claro. Mi padre quiso que aprendiera a defenderme en un mundo de hombres.

-Y la mejor defensa es hacerte pasar por uno. Así nadie se fijaría en ti.

-Cést Ça. Mira, esto se llama tambor, por los agujeros introduces los cartuchos, lo deslizas a su alojamiento, y listo.

-¿Y ya está?

-Y ya está. ¿Qué esperabas? ¿Un título universitario? Cógelo. Se llama revólver.

-Una título no, pero algo más de ciencia… Pesa más de lo que parece.

-Aquí la ciencia la pone el que lo inventó. Los usuarios no la necesitan.

-Ya veo. Cualquier descerebrado puede usarlo.

-Más afición cuanto menos seso. Este pesa más porque es de cañón largo. Mejora la puntería.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 11 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 120 (novela media)



El resto de miasmas: carbón chatarra madera grano distintas cargas presentes y pasadas de las bodegas del barco, bichos herrumbre falta de limpieza agua putrefacta salada del drenaje para tormentas ineficiente como la pasada en la primera noche, orines y excrementos humanos, eran otro asunto a investigar.

-¿¡Eh, dónde estás!? ¡Charlotte!
-¡Shhh! ¡Calla!

Ella sale de un cuarto a pocos metros del final de la escalera. Aparece en medio del pasillo con un arma y una caja de munición.

-¡Que no me llames así! Me vas a meter en un lío.
-Perdona, ha sido el nerviosismo. No sabía si te habías vuelto a marear.

Efectivamente, era eso y que su subconsciente rechaza de plano la idea de que ella quiere ser él. Fausto hablaba, seguía y deseaba a la mujer dentro escondida; a su lado. Mirando sorprendido el revólver, pregunta:

-¿De dónde has sacado eso?
-Aquí, entra.

En un gran cuarto donde sobre la puerta hay un cartel con la inscripción dukaanka escrita con tiza, acumuladas mangueras herramientas piezas de repuesto bombas averiadas bombas reparadas maquinaria vieja cadenas sogas cables sirgas cajas vacías cajas llenas de cualquier cosa sacos tornillería. En el suelo, botes latas objetos diversos esparcidos por la tormenta pero más por el desorden. Una caja fuerte tamaño armario alojada en un rincón. A su lado una larga mesa de trabajo contra la pared. En ésta un mapamundi de 1930 con un recorrido por puertos del mundo señalados en rojo y una inscripción: LIBERATIO. Tanto o más enigmática que dukaanka. Sobre la mesa un cajón a ella clavado. Dentro una antigua plancha de hierro, pesada y tosca.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 119 (novela corta alargándose)



-Vaya. Ay, mi espalda.

-Sí, eso no lo he podido evitar. Te solté aquí como pude. Me caía.

-¿Me has traído tú? No sé… No recuerdo nada.

-Sí. Te recogí de ahí abajo. Te dio un mareo.

-No sé… Uff… Pues vaya susto que te habrás dado.

-Bastante, sí. Pero ya pasó. ¿Nos vamos?

-¿Qué? ¿Cómo que nos vamos?

-Claro. ¡Después de lo ocurrido no querrás volver!

-¡Mon dieu! ¡Por supuesto! ¿Cuántas oportunidades más vamos a tener antes de que el capitán descubra que le falta la llave?

-Pues no lo sé, pero ya has visto lo que ocurre. No se puede respirar.

-¡Eso era antes! ¡Por la mala ventilación! ¿Sabes el tiempo lleva esa puerta abierta?

-No sé. Diez, quince minutos…

-Pues yo digo que ya podemos entrar. Bajemos.

-Entrar sí, como antes. El problema será resistir.


Charlotte se incorpora y lanza nuevamente escaleras abajo.


-¡Vamos! No perdamos más tiempo!


Ella tiene razón: el hedor aún siendo tan insoportable como antes está ahora más oxigenado. Apesta igual, intoxica menos.


El olor a fuel-oil hollín anticongelante ácido de baterías grasa y aceites procede directamente de debajo de sus pies: segundo sótano. En ese punto se aloja el motor con toda su servidumbre: depósito, baterías, generador. Todo lo relacionado con la vitalidad del barco. Si se quería anular a ese gigante, su avance o sus sistemas, bastaba con provocar una avería. O bien accionar la palanca de color rojo con cartel en cinco idiomas que dice: PARE. No sabiendo si era el lector o la maquinaria quien se detenía.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 118 (novela corta alargándose)



-¡¡Puaghh!! ¡¡Esto es asqueroso!! ¡Vámonos, me ahogo!
-¡Es verdad!... Me estoy mareando. ¡Abre la puerta! ¡Que entre un poco de aire o me muero aquí mismo!


Fausto retrocede rápidamente escaleras arriba, recordando sus peores momentos de asfixia cuando ascendía de lo profundo del mar para alcanzar la superficie y el aire: el día que se tiró para terminar con todo y sólo encontró un nuevo comienzo. Abre con precipitación la puerta de entrada para subir corriendo hasta la rejilla donde la brisa de cubierta le devuelve la vida. Otra vez. Otra vez respirando con angustia y violencia, otra vez al límite de la disnea subacuática. Pero en esta ocasión no está solo. Sin terminar de recuperarse torna sobre sus zancadas en busca de Charlotte.

Ahí está ella, tirada en el suelo, amoratada y fría. Carga sus cuarenta y ocho kilos en los brazos y se la lleva al exterior, donde ocultos bajo las puertas del enjaretado permanecen diez minutos. Clavándose los cantos de las escaleras en la espalda. A decir verdad, últimamente cada vez que tiene problemas con el suministro de oxígeno una escalera aguarda después del desenlace.

Mientras en esto piensa, y observando la desesperante recuperación de Charlotte, por la mente le cruza la idea de hacerle un boca a boca, sin saber cómo ni cuánto. Dos peros se lo impiden: el primero que no conoce la técnica; el segundo que por este motivo sus primeros auxilios degenerarían en un beso: no por deseado es oportuno. En su experiencia asmático-sexual no quería al otro lado a un ser inerte, sumiso y ausente. O eran colaboradoras sus amantes o no había intercambio de experiencias que valiera la pena.

-¡Ahh! Qué… Qué ha pasado…
-Que casi nos ahogamos ahí abajo. Tú peor que yo, has perdido el conocimiento.
-Ayyy… ¿Sí? ¿Mucho rato?
-No, poca cosa. Un par de minutos tal vez.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 117 (novela corta alargándose)



Pero al volver el rostro Fausto ya no la encuentra, la niña ha desaparecido; igual que en la ocasión anterior: vista y no vista.

-¡Yo no veo nada! ¡Vámonos de aquí! ¡Nos van a descubrir!

Él no se mueve. Si la imagen ha sido terrible, la repentina ausencia es desconcertante. Sobrecogedora. Escalofriante.

Del brazo le toma Charlotte y lo arrastra consigo. Cuando él despierta de su estupefacción, ya están frente a la puerta de la bodega. El ruido de la llave en la cerraja le devuelve al mundo de los mortales. Porque la niña no sabe en qué universo está.

-Pero… La niña… La he visto…
-¡Shh! Calla. Imaginaciones tuyas, olvídala. ¡Vamos adentro!

En el interior la iluminación nocturna del barco mantiene una hilera de bombillas encendidas en el techo. Débiles puntos de luz, pero suficientes para vislumbrar el camino: ahora otro tramo de escalera que termina en el suelo del primer sótano. Húmedo, herrumbroso y pestilente hasta la náusea. El aire viciado y asfixiante es una mezcla de mil olores. Todos malos: fuel-oil grano germinado grano en descomposición grano mohoso grano con excrementos de rata. Ratas cucarachas gusanos arañas residuos bacteriológicos residuos microbianos. Fauna diminuta diversa.
Grasa aceites ácido de baterías líquidos anticongelantes agua salada agua putrefacta aguas residuales carbón chatarra hollín madera podrida sal empapada y pringosa con varias capas de polvo adheridas. Cables mangueras herramienta lejía ácido clorhídrico orines excrementos. Pero excrementos humanos.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

jueves, 6 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 116 (novela corta alargándose)



Son las tres de la madrugada, y Fausto hace guardia junto a Charlotte que guarda la pesada llave en el bolsillo. La mar algo nerviosa, tormenta eléctrica de fondo, débiles resplandores iluminan el barco de forma intermitente.

-Ahora, vamos.

Charlotte sale del albergue en primer lugar, cuidando no pisar a los durmientes. Una suerte que el de los ojos de rana tenga sueño profundo doce horas al día; aunque a intervalos: nadie sabe cuándo toca vigilia. Ahora no los espía. Cuando Fausto cierra la puerta un relámpago ilumina la cubierta como luna nueva. Se queda petrificado.

-¿Qué ocurre? ¡Vamos!

Charlotte insiste pero Fausto no se mueve. Mirando en dirección al puente de mando. Bajo la repentina luz del resplandor la vuelve a ver. En esta ocasión claramente. Sus trenzas, su bata de colegio, sus pies, su mano con una cartera. Su ojo morado su otro ojo llorando su herida en el abdomen su sangre goteando su bata de colegio sucia sus pies descalzos su mano con un extraño bulto que pareció una cartera sus manchas en el suelo. Era ella otra vez, la niña de madrugada. Pero ahora con el terrible aspecto de haber sido golpeada, herida.

-¡Está otra vez ahí! ¿¡Pero es que no la ves!? –Fausto suplicante y asustado recrimina a Charlotte.

-¿A quién? ¿Qué? ¿Dónde?

-¡Ahí, en el mismo sitio de la vez anterior! ¡Ya te lo expliqué! ¡Mira, mira!




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 115 (novela corta alargándose)



Para evitar los ojos del capitán se van hacia el albergue, no sin antes cruzarse con los dos marinos griegos.

-Ε, εσείς! Τι κάνετε εκεί;

-Είσαι χαζός! Έπρεπε να είχες πετάξει αυτό το γράμμα και δεν θα είχαν πάρει μέρος στο στοίχημα. Εγώ μπλόφαρα. Εξ αιτίας σου μας κέρδισαν!

-Και δικής σου! Ποιός σου είπε να στοιχηματίσεις τόσα πολλά;

-Όταν δεν το΄χεις πρέπει να παίζεις με μέτρο.

-Ουφ! Ποιός με έβαλε να κάνω ζευγάρι μαζί σου! Είναι η τέταρτη φορά που χάνουμε. Εσύ θα έπρεπε να πληρώσεις το χρέος!

-Εγώ; Είσαι μαλάκας! Δική σου ήταν η ιδέα να στοιχηματίσουμε το μισθό. Εγώ ποτέ δεν υπερβάλω! Για ό,τι θα μπορούσε να τύχει! Και κοίταξε τι έγινε!

-Ωχ! ΄Ασε με ήσυχο! Ηλίθιε είσαι ένας βλάκας. Κι εγώ ακόμη περισσότερο που πήγα μαζί σου στο...

A empujones entran los tripulantes en el camarote número seis. Después se oyen una serie de golpes. Charlotte y Fausto en el albergue, donde el niño espía de los ojos de rana trata de comunicarse con los demás niños: sólo quiere jugar. Y aunque difícilmente, se entienden mucho mejor que los adultos. Por supuesto, el espía se les queda mirando.

-¡Ja ja ja! ¡Mira que son estúpidos esos dos! ¡Yo no tenía juego y han picado!

-¡Estúpidos y ciegos! ¡Tres veces he cambiado las cartas delante de sus narices y ni se han enterado!

-¡Estúpidos, ciegos y fanfarrones! ¡A quién se le ocurre apostar la paga contra una ronda! ¡Ja, ja, ja! ¡Este mes cobramos doble!



Fuera del albergue, otros dos tripulantes portugueses se burlan de los primeros y encierran en el camarote número cinco. Con doble vuelta de llave. Al poco rato, se oyen gemidos.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 114 (novela corta alargándose)



-¡Vaya mal gusto! Y sigue buscando.

En un rincón dos paragüeros vacíos en otro una silla con bufandas, y abrigos amontonados en el tercero atados a una vieja percha de madera como ahorcados. El gran armario en el cuarto. Dentro de él, buceando igual que un calamar entre mecanismos incomprensibles e inútiles, ropa con olor a humedad y agujereada por la polilla, Fausto al borde de la asfixia.

-Nada. No encuentro nada.

-Mon dieu! Tiene que ser esa.

-¿Qué?

-Sí, mira. Ahí. En el techo.


Colgando de una cuerda clavada junto a un plafón central, entre un salmón disecado dos cabezas de congrio varias mandíbulas de tiburón colas ahumadas de lamprea dos sextantes tres telescopios extendidos, una llave grande y antigua de hierro forjado.

-Claro, con ese tamaño no puede llevarla del cuello.

-Una suerte.

Ella, aparta para no pisarlas docenas de cartas de navegación que atadas en rollos hay sobre la cama, se sube y alcanza la llave. De un salto ya está en la puerta.

-Mon dieu! ¡Vámonos!


Charlotte abre apenas una rendija, afuera sigue la fiesta. Cruza nuevamente el marino bruto que no se percata de su presencia. Cuando el pasillo queda despejado, salen del camarote como quien es perseguido por el diablo. O por un mesías redentor que tanto más les puede dar.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 113 (novela corta alargándose)




Al lado de la cama una mesilla sobre ella un transistor de galena encima de él tres despertadores de cuerda. En los cajones dentro de la mesita, documentos botones agujas hilo monedas cartas sin abrir cordones para los zapatos más relojes de cuerda peines cortaúñas navajas de afeitar pañuelos de nariz sin estrenar cepillos de ropa cepillos de calzado tabaqueras papel de liar cuatro rosarios cartas de juego dados dardos dos filarmónicas cuadernos de notas sin usar plumas sin tinta calcetines para remendar. Bajo la mesilla diez copias de Moby Dick y cuatro de Viaje Al Centro De La Tierra. Todas dedicadas por él para él con la frase: <>

Bajo la cama botas de agua botas de tierra.

-¡Ey, mira! ¡Unas Bodysaver!

También unas Bodysaver, zapatos de charol sin usar cuatro cañas de pescar tamaño gran escualo diez rollos de sedal bien enrollados dos salvavidas soga una maraña de red o una red hecha una maraña. Por el suelo, papeles garabateados sobre notas anteriores maletas llenas de ropa juguetes para nietos imaginarios herramientas de pesca subacuática para buzos con apneas. De las paredes cuelgan retratos de desconocidos, incluso para él, toallas chubasqueros gorros de agua gorros de lana gorros de montaña gorros de playa gorras de caza; lo mejor: ocultando la escotilla una hoja de periódico con seis años de antigüedad. Quemada por el sol, manchas resecas de sangre, alguna escama pegada. En la parte superior dos fotografías: en la izquierda una mujer hermosa. A la derecha un cadáver descompuesto. El antes y el después de la última novia del capitán. La que quiso volar pero se equivocó de pájaro para surcar los cielos; cayendo donde viven los peces. Sin más causa que la falta de aire por amor se ahogó y ya está. La desconocida por el club de la alta sociedad al que no pertenecía. El capitán guardaba desde entonces aquella hoja como penitencia. Y allí donde dormía la colocaba tapando la ventana, no dejándose ver desde el otro lado y robándose la luz a modo de castigo; como si aquel suceso tuviera él que vivirlo una y otra vez en las tinieblas.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

miércoles, 5 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 112 (novela corta alargándose)



Ella tiene razón: el cuarto del capitán es puro caos y desorden. Aquejado de un Diógenes moderado, el capitán ha ido acumulando cualquier objeto, artilugio o mecanismo por ridículo o inútil que pudiera ser. Su foco delirante son las averías mecánicas en el barco, por eso guarda todo aquello que ligeramente recuerde a una máquina, o a un trozo de ella. Aunque también todo lo demás. Visto el escenario Fausto ha reservado rápidamente el armario como centro de su búsqueda, porque para el resto es como rebuscar entre un desguace de cachivaches domésticos y no tiene paciencia para tanta atención.


El enfermo también esconde su lado nostálgico, casi poético. Sobre la cabecera de la cama cuelga una docena de fotografías, blanco y negro, de diversos barcos comandados por él en anteriores expediciones. Fausto sabe apreciar la calidad de las imágenes y exclama: <>. Claro que ni él ni nadie más en el carguero conoce que están todos hundidos. Por una u otra razón, el capitán con su torpeza los había perdido en el fondo del mar. De los siete mares en realidad, que en eso fue muy generoso. Tanto como capaz a la hora de salvar el pellejo pues de todos había sido el único superviviente, obviamente. Hubo uno, un cascarón de madera con bandera somalí que empotró en un arrecife y que en apenas veinte minutos desapareció de la vista, del que sobrevivieron él y un cocinero. Quiso la casualidad que por una discusión acerca de un filete poco hecho estuvieran ambos en el momento crítico en el lugar oportuno. Pero el capitán no gustaba de testigos que pudieran contar sus desastres, así que despachó a puñetazos a aquel desgraciado hasta que soltó el cajón donde estaban agarrados. No sabiendo nadar, chapoteó como un perro con una piedra al cuello hasta que irremisiblemente se hundió; como un perro con una piedra al cuello: asesinado con toda la crueldad imaginada por su dueño. De esta forma, eliminando a todo aquel que pudiera narrar otra versión del naufragio, y cambiando de identidad tras cada desastre, conseguía hacerse nuevamente a la mar como experto marino al frente de navíos con dudosa reputación y sospechosas cargas.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 111 (novela corta alargándose)



Siempre hay un hilo para un descosido y una envidia que alimentar. Una griega sin gracia ni educación saltó al improvisado salón de baile envolviendo con ambos brazos al capitán como una araña a su presa. Dejando un café frío en un sucio vaso de cristal sobre la mesa, y un marido resignado al ridículo sobre la silla. También muy frío. Cipriano él Proserpina ella. Es el momento idóneo para Charlotte.


-Ahora, vamos al cuarto del capitán.

-¿Qué? Sí, a por la llave.

-Pero, ¿y si alguien nos ve?

-Te digo que esta es nuestra oportunidad. Están todos muy entretenidos con la música, ¡no hay más que mirarlos! ¡Vamos!


Charlotte sale disparada hacia el cuarto número uno. En el pasillo un tripulante fornido y poco amigo de conversación saluda con un gesto de cabeza. Ella responde igualmente, disimulando. Fingiendo que va a los servicios. Él se le queda mirando: es de los que tienen dudas respecto a su género. Fausto a pocos metros vigila su espalda. Cuando el marinero desaparece Charlotte cambia bruscamente de dirección hacia el camarote. No está la puerta cerrada con llave: suerte o confianza de autoridad. Entra y Fausto le sigue como una sombra. Ya en el interior, corre el pestillo.


-Tiene que estar aquí esa llave. En algún cajón o algo así.

-Busco en el armario, para ti el resto.

-Quel garçon intelligent!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 4 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 110 (novela corta alargándose)



“You've been locked in his arms
Ever since heaven knows when
Won't you change partners and then
You may never want to change partners again”


Para el segundo remolino la mormona ya se ha mareado, es la falta de costumbre a una vida disoluta. Demasiadas negativas en su ideario, poco espíritu de conquista para el cuerpo. “Change Partners” la salva del ridículo pues a punto de caerse entra el verso adecuado. Y el capitán fiel al título cede el puesto al hombre más cercano. La suerte o mala suerte cae sobre el bigote más grande que jamás ha paseado por ese barco. Rizado canoso peinado y repeinado, al bigote acompaña un hombre de baja estatura ancho de espaldas grueso de caderas fuerte de piernas. Un tocho que se dice. Dedos como salchichas manos toscas como patatas. Brazos de mulo barriga cervecera nariz de pimiento orejas al viento y ojos traslúcidos. El alcohol, que comienza por inflar el abdomen sigue por diluir la densidad de pensamiento y termina por reducir capacidades físicas. Todo a un nivel testimonial. El austríaco de nacionalidad huido de la gran guerra buscado para rematarlo por desertor, muerto ya estaba desde que abandonó a su compañero en el campo de batalla, ni levantarse pudo.

Mejor para ambos: la mormona tampoco; bien sea por al fisicidad del baile el éxtasis de las sensaciones o la asfixiante tenaza de la náusea contenida por la fuerza del pudor y del orgullo. Ella queda sentada a su lado y él, tras un eructo de camaradas la rodea con un brazo por el cuello, no sin antes decirle: 
<>



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 109 (novela corta alargándose)



Una señora de negro riguroso sombrero con tocado falda por debajo de la rodilla medias gruesas también negras y zapatos de medio tacón no se atreve a negarse. ¡Era el capitán! Y ella una mormona convencida y practicante a la que su marido había abandonado… por eso mismo. Y que por eso mismo estaba en el barco: rumbo a una nueva vida con distintos personajes e invariables costumbres. No pudo rehusar la oferta.

El capitán era fiel al lema de una novia en cada puerto, pero con matices: mejor en cada viaje. Para dejarlas en tierra más tarde y salir con su buque zumbando. Fue en una de esas retiradas de emergencia que se ahogó la última amante: al descubrir que su capitán se alejaba del puerto a bordo del barco se lanzó ingenuamente desde el muelle. Al agua. Creyó que al verla chapotear su corazón se ablandaría: era de noche, había poca luz y mucho frío. Aunque sólo fuera por compasión la rescataría, arrojándole un salvavidas que tampoco esperaba más.

Creyó mal porque lo que se ablandó fue su sesera: no la vio el práctico y le pasó un remolcador por encima. Otra que desapareció sin dejar estela de su vida. Pero cuando semanas más tarde su cadáver semidescompuesto apareció en una playa del adriático frente a las residencias de la alta sociedad, las influencias y las autoridades movieron tierra y agua para averiguar su identidad, no fuera a ser la ahogada una de los suyos. La prensa nacional se hizo eco la internacional eco del eco, tanto que un periódico viejo con el que el pescatero envolvió la merluza que vendió al capitán para que el cocinero de abordo la cocinera en su cena, abría primera página con dos fotografías del cadáver, antes y después del suceso. Pura crónica.

Como una espina se le clavó en la garganta de la culpa aquella imagen imborrable, y el capitán renunció a conquistar corazones desde entonces. En su lugar se acompañó de la botella: le daba más coraje con mar brava y menos discusiones al día después. Salvo por un dolor de cabeza insoportable, todo eran ventajas.

Ah… pero Frank… Frank era mucho Frank. Y no podía evitar la tentación de un baile.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 108 (novela corta alargándose)



De ella ahora recuerda su cuerpo de ensueño y su lengua bífida: dos idiomas le enseñó. Inglés y camboyano. Que habían de sumarse al italiano de la segunda novia, al francés y holandés de la primera en viaje de placer sin retorno financiado por sus padres como premio de consolación al final de su carrera, al fin que la terminó después de un último curso prolongado cuatro años tentativas todas sin éxito. Así que gracias a todas ellas y sus habilidades intelectuales el camarero malayo casi podía entenderse verbalmente con cualquiera. Y donde las palabras no llegaban tenía una solución inapelable: los puños. Subcampeón en peso medio del título para toda Asia. Sin duda, el camarero era el hombre para todo, todos y todas.


-¡Ponme otro té! Renji.

-Que no es Renji, mi capitán. Se dice Ranjit. Ran-jit.

-¡Pues lo que yo he dicho! Déjate de explicaciones y prepárame ese té.

-¿Rocas o hierbas?

-Hoy ponme rocas. Mejor en la taza que en la quilla del barco. Esta noche ha sido terrible.

-¿Mala mar? Yo he dormido como un lagarto.

-No, mala conciencia.

-¿Por qué mi capitán?

-Calla. Calla y sube el volumen.


“Must you dance every dance
With the same fortunate man?
You have danced with him since the music began
Won't you change partners and dance with me?”


El capitán se arranca en solitario unos pasos de baile al ritmo de la inconfundible voz de Sinatra. A todo vatio por los altavoces de la cantina mientras pasajeros asombrados no saben si reír o disimular.


¿Me acompaña, madeimoselle?








© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 3 de marzo de 2014

SOBRE GUJSTOS



SOBRE GUSTOS




Ya me gustaría ya.

Olvidarme de lo que soy, pero más de lo que fui.

Que lo que soy no le interesa a nadie y lo que fui no me interesa a mí.



Ya me gustaría hacer borrón y cuenta nueva sin que nadie me pasara la cuenta,

por eso,

por lo que soy pero más por lo que fui.



Ya me gustaría que os fuerais todos a la mierda,

y que en ella me olvidarais de verdad. Como aquí,

pero sin pagar. Que caros me salen vuestros platos rotos

a precio de vajilla nueva: mira el sello,

es de prestigio no dejes tus babas en ellos.



Ya me gustaría liberarme de este momento presente.

De retocarlo mejor aún poder eliminarlo

Y reescribir la historia como a mí me dé la gana,

más la parte de esa historia que es historia mía sola.

Y deducir lo deducible y reducir lo prescindible y eliminar

lo innecesario lo superfluo lo engañoso lo baladí lo inútil.

Todo lo que me atonta que no es poco y todo lo que me duerme.

Que tampoco.



Tanto es este tanto excedente que no sé si tengo tiempo

de arreglar los sueños rotos.

Otra vez pedazos rotos por este suelo ardiendo del infierno.

Y ya estamos con lo mismo ya estamos donde suele.

Que no que no que no aguanto otro chaparrón.

Que siempre caen chuzos de punta y más de uno se clava al corazón.



Ya me gustaría salir de esta tormenta ciclogénesis explosiva nuclear,

riesgo alto de elevada mortandad: no de cuerpos sí de mentes.

Pues demente debo estar para no explotar nuclearmente

y retroceder a la génesis de mi cuerpo de mi mente… ¿Transparente?



Ya me gustaría, ya.

Ser algo más, o algo menos.

Y no otro perro royendo los mendrugos.

Los que unos pocos nos tiran a la gente.







© CHRISTOPHE CARO ALCALDE