domingo, 29 de junio de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 153 (novela media)



Fausto cruza el entrepuente cámara en mano dispuesto a registrar la presencia. Ya en el exterior, casi a tientas, busca a la niña. Agudizando la vista para extraer del fondo de sombras una silueta que la identificase. Charlotte le sigue a prudente distancia. siendo difícil adivinar su próximo movimiento no le apetecía ser arrollada por un brusco cambio de dirección. El viento sopla a rachas, frío y húmedo. Un oleaje incómodo balancea el barco retenido con el ancla. Fausto nervioso trata de localizar a su niña. Rebusca entre la maquinaria, por los armarios y cajones adosados a los mamparos. Todos candados excepto uno; poco se ve pero dentro no palpa más que herramienta. Y huele a herramienta.

Halla unos peldaños soldados a la pared que ascienden al techo del entrepuente. No se atreve a subir, entre los movimientos del barco, las rachas de viento y sus recuerdos. Demasiado reto para encontrar una niña que sólo ve él.


-¡Faen…! ¡Vámonos!


Da media vuelta hacia popa, a dos pasos pisa un objeto pierde el equilibrio cae al suelo.


-¡¡Faen!!

-¿Qué te ha pasado? –pregunta Charlotte desde su posición, prudentemente inmóvil pegada a la puerta-.

-¡Ay! ¡Que me he caído! ¡Quién me mandará a mí…! Pero, ¿qué es esto?




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 152 (novela media)



Aún así, se impone la clausura emocional y salvo los niños, desconocedores de estos trances para adultos en edad de mejorar, y el anciano, harto ya de lo mismo, cada cual volvió a su espacio. Excepción hecha del griego a quien su compañero de cuarto relegó al pasillo. Seguramente pacto entre camaradas a beneficio de quien se beneficiaba a la amante de turno. No sobraban las oportunidades de tener un escarceo en alta mar, y no sería el compañero de cuarto quien lo estropeara. Hoy por ti con suerte mañana por mí. Besos, el griego sin cama ni cuarto temporalmente, con unas mantas que le prestó el camarero se habilitó un camastro de urgencia sobre ocho sillas del comedor. Cuatro frente a otras cuatro. Ahí pasaría la noche.

Fausto y Charlotte disimularon su carencia de daños en la batalla naval reabriendo la herida de ella en el pie. Estrategia que les dejó libres de sospecha y enemigos, nadie podría acusarles de cobardía por no participar en la pelea; tampoco de provocación pues realmente no se involucraron. Una forma sensata de evitar el conflicto con ambos lados. Charlotte pensó que esa noche de reflexión y derrota sería apropiada para una segunda expedición a las entrañas del barco: lóbrego y asqueroso lugar encierro de muchos secretos.

Acordaron la hora de costumbre, en esta ocasión con cámara. Luna negra cielo negro amenazando lluvia. Fausto escudriñando el lugar de las apariciones. A las tres horas veintitrés minutos ve una sombra semidesnuda. Tenía que ser la niña porque a los demás ya los tenía controlados.


-¡Mira mira! ¡Ahí está otra vez!

-¿Qué? ¿Qué es lo que está?

-¡La niña! ¡La muchacha de otras veces! ¡Fíjate ahí! ¡Pegada a la cadena del ancla! ¿No ves una sombra’

-Yo no veo nada.

-¡Sígueme!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 151 (novela media)



Y a Fausto toda aquella estéril disputa por un dinero que en el mar carecía de utilidad práctica, le parecía una gran pérdida de cordura y energías. Algo así debió pensar el anciano, por sabiduría, que junto al niño de los ojos de rana, por lo contrario, miraban la trifulca con asombro, éste, y precaución, aquel. Esquivando con habilidad puñetazos perdidos patadas sueltas mordiscos al aire y agarrones.

Molidos a golpes todos y con la ropa hecha jirones la mitad, agotados la mayoría y avergonzados hasta lo inconfesable, progresivamente fueron cediendo posiciones e interés. Desapareciendo discreta y paulatinamente de la escena. No obstante, el griego Babis, que le había cogido el gusto a la morena española, y puesto que ya estaba casi desnuda, aprovechó la ocasión para encerrarse con ella en el camarote número siete. Jacinta, así se llamaba la pobre por castigo del padre que deseaba un hijo, algo aturdida y desconcertada por lo ocurrido se dejó arrastrar: mejor con él que con la otra española loca. Que por cierto, no perdió ripio de toda la maniobra. Más envidia a la envidia.

El holandés y el capitán, tuerto de un puñetazo y magullado respectivamente, no encontraron fuerzas para retomar el control del puente y reanudar la marcha. Así que con la aquiescencia del segundo ordenó el primero a los chinos arriar el ancla. En espera de una recuperación física general. Idea que agradeció la tripulación cansada del trabajo; y menos el pasaje, cansado del viaje. Además el suspense obligaba a todos a meditar lo sucedido y nadie estaba dispuesto a cagar con otra dosis extra de culpabilidad: quien más quien menos ya había tenido bastante con su pasado dejado en tierra como para repetir el mismo patrón error-culpa-error-quizás perdón.







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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 150 (novela media)



-¡Hijos de puta! ¡Aprovechados! ¿Quién me ha desnudado? ¿Dónde está mi ropa? ¿Dónde está esa loca cabronaaa?

-¡Aquí! ¡Ven a por mí desgraciadaaa!



A ello iba la morena si no fuera porque entre público y tripulación las contuvieron a ambas. No sin esfuerzo pues rodando por el suelo hicieron un buen par de montoneras. En el revuelto unos aprovechan para sobar, y otros para robar. La bolsa de las apuestas de la que inteligentemente se hicieron cargo los chinos, ha desaparecido. Y si bien aún no se ha proclamado vencedora tras el disputado empate técnico, las peleas a bordo se ganan por ko o no se ganan, nadie está dispuesto a perder su aportación. Los italianos acusaron a los chinos éstos a los griegos los griegos a los africanos el africano enano al coreano el coreano al malayo al holandés y éste al capitán, belga y turbio por antonomasia.

El capitán devolvió la atención hacia el pasaje y los viajeros cayeron en la trampa de acusarse mutuamente. Salir corriendo significaba delatarse aunque no hubiera nada que esconder, así que Fausto y Charlotte se hicieron los apaleados. Tirados contra el rincón entre la pared exterior de protección y el camarote número uno, ella no podía permitirse el lujo de participar en una pelea. So pena de ser descubierta en el engaño hombre-mujer


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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 149 (novela media)



Ese era su verdadero cuerpo: bonito cuidado deseable. Si no fuera porque la gula y el abandono lo habían cubierto con kilos de sebo fundente a baja temperatura. Probablemente cuajado durante más de una década. En su caso había que saber mirar bajo la piel y nunca mejor dicho.

Los africanos cuyo nombre impronunciable habían cambiado por la expresión Alter y Ego al leerla en un periódico donde envolvieron un día el bocadillo, con esmero y atención secan el cuerpo de la yacente mientras Babis no cesa su inútil masaje cardiaco combinado con la respiración asistida: besos abusones de tornillo a los ojos de su rival que alternativamente grita:


-¡Dejar ya de meterla mano sobones! –O un:- ¡Si ya está muerta la zorra pa qué seguís!


La envidia, la envidia. Como si la hubiera oído tras uno de estos insultos la morena se incorpora súbitamente y arroja un vómito de agua con algo viscoso y espeso: una medusa que flotaba por allí absorbió la desesperada. El golpe anafiláctico la paralizó, no el agua tragada. Y en cierto modo salvó pues el consiguiente laringoespasmo bloqueó la entrada de líquido a los pulmones.

El brusco movimiento asusta a cuidadores y curiosos. Y decepciona a apostantes que ya habían comenzado a reclamar sus ganancias. Este renacer deja un empate técnico que no beneficia a nadie: la igualdad de resultados no reparte capital.

Así las cosas, viéndose desnuda rodeada por dos negros y un griego barrigón con babas en la cara, sobre la cama de vete a saber qué aprovechado quizás metiéndole mano mientras ella estaba ausente transitoria, la españolita sobresaltada arremetió con la fuerza de sus kilos repartiendo tortazos a los, según ella, acosadores.


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PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 148 (novela media)



Los demás cuellos de curiosos tienen otras motivaciones: saber de qué lado caen las apuestas; curiosidad morbosa, curiosidad espantada, curiosidad revancha. Lo que la española más gorda quiere saber es si hay que seguir peleando.

Uno de los marineros griegos, de profesión trabajos brutos de vocación socorrista in extremis de nombre Babis, entra rápidamente al cuarto de los negros con su blanca pelota. En situaciones de emergencia es el sanador oficial. Oficialmente designado por la necesidad, que ningún otro sabe lo poco que sabe él. Inclina a la inconsciente para sacarle el agua del cuerpo y después la gira decúbito supino. Alternando un puñetazo cardiaco con un boca a boca de infarto; es decir, no para salvar infartados sino para provocarlos en los testigos. Abrió la boca de la agonizante y la suya de tal modo, las unió con tal vehemencia que la primera en sentir envidia cochina envidiosa fue la española rival.


-¡Eso, encima tíratela! ¡Será zorra ladrona!


Babis no la oyó, pero tampoco la hubiera entendido así que siguió con lo suyo. Entretanto, los dos negros gigantes van rasgando la ropa empapada de la mujer y secándole con una toalla el cuerpo desnudado: debajo de las capas de grasa de foca había una mujer hermosa. Siempre lo hay sólo falta rescatarla. Probablemente talla 85-70-90; ojos negros pelo negro nariz respingona pequeña dentadura completa orejas bien plegadas mandíbula recatada cuello largo brazos proporcionados dedos mediano tamaño estilizados uñas correctas pechos simétricos pezones reactivos ombligo bien recogido sexo discreto piernas rectas rodillas inapreciables tobillos delgados pies pequeños con dedos paralelos.


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martes, 24 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 31



Hoy escribo esto desde la cárcel. Si obviamos la falta de libertad, no está mal este sitio. Mejor que la cárcel del convento y que la prisión donde como esclava trabajé. Cinco años dos meses tres semanas y un día. En sí ya una pena media. 
Tengo televisión, piscina climatizada, gimnasio sin testosterona y tres comidas diarias. Si no fuera porque está al norte, con este clima de mordor, casi unas vacaciones de hotel. Parece que los españolitos cuidan más de sus presos que de sus ciudadanos libres. ¿Será porque el destino final de todos es la prisión y por si acaso?

Diez años de buena conducta y muchas extracciones gratis a funcionarios y presas dan algunos privilegios: libreta bolígrafo e información. La única que necesito es saber que la divina sigue divina de la muerte: babeando con respiración asistida en la habitación de una planta para terminales. En su caso, espero que no termine nunca, que viva eternamente. Eternamente ausente. Como viví yo con ella. Mientras esto siga así, estoy feliz.


Sólo hay un pero que poner a esta situación: el puñetero subdirector es un paisano convencido e hipócrita defensor de que nuestro régimen socialista es el mejor invento político social del hombre. Que la culpa de nuestra situación es de los yanquis.
También me culpa por abandonar la patria, y me persigue. Por gusana.
Tendré que hacer algo al respecto. Cuando él tenga una caries, y yo en mi mano la anestesia.


Como dije al comienzo de este relato, queda demostrado cuánto para mi supervivencia maduré.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 30



A continuación el cuadrante opuesto. Lo mismo, despacio, dejando que la anestesia le entrara por completo, sin atoramientos sin desperdiciar una gota. Le infiltré toda la encía, superior e inferior. Los labios y especialmente el frenillo que produce más dolor. El paladar blando, el duro, la úvula, las amígdalas, el arco palatofaríngeo, el palatoglosal, el de triunfo el de la puerta del Alcalá, todos los que conocía o me inventé. Con mi jeringuilla bien cargada repasé como en un examen todas y cada una de las partes de la boca que tanto había tenido que estudiar para olvidar después. No en esta ocasión. Con toda la basura que escupía por ahí me pareció que su estado no era tan malo como cabía esperar.

Le infiltré una segunda jeringuilla en la lengua, que despacio se hinchó como un globo. Pronto la boca no le cabía en la boca. Hizo un amago de huída, pero era tarde; la anestesia alcanzó el cerebro y perdió el sentido. Cinco deliciosos minutos observando a aquel ser inmundo hasta que se sumió en el coma. Con el último chupito de anestesia metido en el fondo de la garganta entró en parada. La reanimé, por el prurito profesional y porque no quería que muriese en mi consulta. Ni nunca. Yo buscaba otra cosa. <> -le dije- <>

Una hora de tensión de mi ayudante más tarde se la llevó la ambulancia, perdida ya definitivamente como era mi intención. Se le acabó joder a los demás. Dos días después la policía me llevó a mí.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 29



Una mañana de octubre, una nueva clienta reservó cita para extracción y posterior implante en sesiones sucesivas. De momento, quería el agujero y presupuesto. Otro agujero. Cuando la tuve sentada en mi sillón dentista último modelo quinientos empastes para pagarlo, no me lo podía creer, toda relajadita y pizpireta yo que estaba. Fingiendo un asunto urgente salí corriendo de la consulta en dirección al lavabo. Ya frente al espejo casi se me saltan los ojos de alegría. Y lágrimas. Ella, era ella. No otra, sino ella. Sólo podía ser ella no hay quien la iguale ni la supere. Ella: la Divina.

¿Cómo llegó hasta mí? Seguramente por casualidad. ¿Por qué no supo que era mi clínica? Nunca me llamó por mi nombre, así que no lo conocía. ¿Por qué no me identificó? Por mi mascarilla blanca antibabas y bichos. Yo era un ser tan anónimo para ella como cualquier otro. Y como había sido siempre. Ante mí, la deliciosa oportunidad de la venganza.

No pude evitarlo: aprobé con nota el cursillo intensivo de vilezas que aprendí en la puta madre patria. Tras una somera inspección visual y un mínimo de conversación, una de las ventajas de la profesión es la no obligatoriedad de oír parlotear al cliente por razones obvias, llené mi jeringuilla de anestésico. Hasta arriba cum laude.



Primero infiltré la encía próxima al premolar a tratar, lo procedente que soy una profesional. Después la zona posterior. La anterior… No tenía prisa, quería disfrutar. Según se le fue durmiendo media boca, le miraba a los ojos, cerrados por el miedo. Hacía bien en tener pánico a su dentista: nunca se sabe cómo va a terminar ni hasta qué niveles puede alcanzar esa tortura.




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 28



Cinco años más tarde me licencié de sacamuelas. Raspaditas las notas y raspaditos los ahorros, pero lo conseguí. ¡Yo, sí, qué pasa! Sacrifiqué cinco años de mi vida para terminar unos estudios cuya duración era menor, pero… lo logré. Y sin ayuda paterna. Yo solita. Esto subió mucho mi autoestima. También la necesitaba, más que el título en realidad. Tanto que me crecí, no sé si dos centímetros a mi edad ya tiene mérito, y monté mi propia clínica. O la montó el banco y yo me enterré viva con él. Otra vez esclava. Joder con este capitalismo.

El negocio fue mejor de lo esperado. Reparar caries sacar muelas roscar implantes y atornillar aparatos a los dientes, principalmente a esos españolitos devenidos en pijos que querían lucir dentadura tardíamente, y que no sabían cuán inútil era este proceso a su edad pues los dientes migran nuevamente a su deslocalización original, era más lucrativo de lo que nunca hubiera imaginado. En un año tenía dos personas trabajando conmigo, o para mí. Viva el capitalismo.


Tanto me crecí y saqué pecho con gusto, tómese esto como se quiera, que un día en plena euforia gastadora me inscribí en un gimnasio. Buscaba menos ponerme en forma y más la testosterona. O ponerme en forma con sobredosis de testosterona, no sé y me da igual. ¡Había tanto trabajo pendiente por hacer! Creí que había enderezado definitivamente mi vida pero ésta me tenía reservado un último giro. Una verdadera pirueta del destino.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 27

-Dos con cincuenta.- ¿Dos con cincuenta? -Sí señorita.- ¿Pero dónde va este autobús? ¿A  Guadalajara? -Casi. La T4.- ¡Jodeeerrr!

Tanto tiempo tanto ahorrar tanto sufrir tanta soledad… Para acabar donde empecé. El aeropuerto que me recibió abriéndome las puertas de par en par “a una nueva vida llena de posibilidades”. Una vida de guantazos, diría yo a posteriori con la contundencia indiscutible de mis datos empíricos. Tanto tanto tanto. Para tan poco. Seguía siendo una sin papeles. Por ello huía de la pasma a la menor insinuación de acercamiento, de su proximidad. Por ello soporté a esa familia de indeseables mucho más de lo tolerable.

Denuncié a aquel cabrón abogado por no haberme asegurado en cinco años de trabajo y exceso de horas. Quité la denuncia porque entre su verborrea, sus amenazas de cárcel por inmigrante ilegal, y la ruina económica que me iba a suponer un pleito contra él, aparte de todos los amigos mafiosos dispuestos a echarle una mano rompiéndome las piernas hasta dejarme inválida, me acojonó.  Hoy me arrepiento: no hice justicia conmigo misma. Y me lo merecía, yo, también lo valgo.

Sin embargo, el asunto destapó una realidad: mi estancia en el país esos años me proporcionó de forma automática los papeles que tanto necesitaba gracias a una estrambótica ley de Zapatero. ¡José Luis, te quiero!




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 26



Me sentí el ser más desdichado de la tierra. La imbécil más imbécil en el universo ingente de los imbéciles. Aquella a quien se podía pegar insultar despreciar expulsar arrojar quemar si hiciera falta. No había consecuencias por todas las cosas que me hicieran a mí. Sólo yo sufría las consecuencias de mis errores.

Allí mismo, en la acera, me lié a patadas contra lo único que no podía devolverlas: mi equipaje. Hasta que reventé la maleta. Desahogada, llorando de rabia e infortunio, me tiré en el suelo. A mi espalda la gigantesca puerta cerrada del convento me hacía parecer aún más insignificante y desventurada. Pero por mala que sea una experiencia, esto sí lo aprendí de jovencita que a esa clase no falté, siempre puede empeorar. Y ésta lo hubiera hecho a gran escala de no ser porque entre mis virtudes, que las tengo, está la agilidad. Como un gato salí corriendo con mi equipaje malamente agarrado en cuanto vi dos motos de eso que eufemísticamente llaman policía de proximidad. ¿Proximidad a quién? A mí no, porque me las piré antes de que las motos aparcaran en la acera al otro lado de la calle.



Bien es cierto que el tráfico me echó una mano, que los policías tardaron más de lo calculado en cruzar hasta la puerta del convento, desde donde probablemente les habían llamado para deshacerse de la chusma mendicante como yo; pero también es cierto que salté como una gacela sobre setos y bancos; que corrí como un guepardo calle abajo: que me colé como una anguila en el primer autobús que encontré parado con la puerta abierta.





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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 25



Metí como pude la ropa a toda prisa y me largué de allá a la carrera. No sin antes dejarles un recuerdo que los señores no olvidarían: manché con Betadine y la sangre de mis heridas la más vieja de mis bragas y la anudé en la manilla de la puerta. Para que imaginaran lo más asqueroso que sus sucias mentes podían imaginar. Y aunque por una razón sólo figurada, conociéndoles debió dolerles mucho.



Once euros en el bolsillo, ¡cómo había subido el transporte público entre las obras del alcalde y la crisis!, y yo llamando a la enorme puerta del albergue de monjitas. Un precioso picaporte con forma de mano recogiendo la esfera del mundo, o algo así, sonaba como un martillo en el interior. A pesar del estruendo veinte minutos tardó en aparecer una desconocida con pocas ganas de atender al público. El contacto del contacto de mi padre había muerto. <> -me dije. Aunque razonase como una chica de setenta la vieja llegaba casi a los noventa. Cinco años son la vida entera para la edad anciana.

Con pocos modales y la cortesía justa la displicente me sugirió largarme. Dos invitaciones en una misma jornada debió ser una señal que no supe interpretar. No se hizo carne el verbo para esta ocasión: me vieron en la calle y me ofrecieron un lecho. ¡Y una leche! Al final capitalismo y socialismo no eran tan distintos: si no tienes contactos no tienes nada. Los chanchullos y amiguismos de siempre mueven el mundo. O lo que sea.



Pensé en volver a la línea circular. Había un par de estaciones más y con los vagones renovados… ¡Joder, no podía creer lo que estaba ocurriendo! ¿Era verdad o un déjà vu invertido? Cinco años en ese país esclavizada… Y estaba como el primer día. Sin amigos sin nadie a quien pedir ayuda sin dinero en la cartera con el equipaje a cuestas sin bocadillo de reserva. <<¡Puta mierda de vida esta la mía!>> -grité. <<¡¿Por qué todo me ocurre a mí!?>> <<¡¡¡Hostiaaa!!!>> -adiós definitivamente a la educación materna.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 24



¡Y qué regusto da, joder! No dirigir la palabra a quien no la merece, al que tienes enfrente, a un metro, por la mera satisfacción… de hacerlo. Sin más. Ni hola ni adiós, nada. Y ver cómo se le queda la cara de bobo ofendido las primeras veces. Después termina acostumbrándose como cualquiera por la cuenta que le trae, pero hasta entonces… ¡Buah! Es casi orgásmico.

La borracha dio la espalda al portal acarreando su basura, no sé si era al revés y la basura le arrastraba a ella, olvidando a uno de sus perros en el interior. Que aprovechó la oportunidad para mearse en la maceta de costumbre. Yo disfruté con la anécdota: también aprendí a extraer diversión de la maldad. Sí, definitivamente estaba madurando.


No lo suficiente: en el rellano del quinto junto a la puerta de mi cárcel, una maleta. Mi maleta. A su lado una mochila, mi mochila. Sobre ambas un montón desordenado de ropa, mi ropa. Por el suelo, revuelto de cosas, mis cosas. Los nervios se me pasaron instantáneamente cediendo el paso a la desazón y el pánico. Estaba despedida, era evidente. Pero mi drama no era el paro repentino sino la pernocta. ¿Dónde cojones iba yo a pasar la noche? Siempre ajustada de dinero, para ahorrar, llevaba dieciséis euros en el bolsillo. Sin tarjeta de crédito, para no gastar y porque el banco me cobraba doce euros a cambio de un mantenimiento ficticio, tampoco podía sacar dinero ni pagarme una habitación a débito. Era “saaabado a la nocheee”, por alguna razón esa canción me vino a la cabeza y me fastidió aún más; no estaba yo para cachondeos, pero sí estaba jodida. De modo que la primera solución desesperada fue volver al principio: al convento de las amables monjitas.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 23






Aprendí también que en las comunidades de vecinos españolitas existían categorías propias. Una jerarquía social paralela a la otra sociedad y tanto más excluyente. A la cabeza los propietarios con más años de antigüedad en el edificio. Seguidos por propietarios más jóvenes. Después inquilinos autóctonos luego animales y plantas. Detrás de toda esta fauna, los inquilinos extranjeros. A su vez en este apartado también había subcategorías y sudacas junto a negros rivalizaban por el último puesto del escalafón. En la otra hoja, donde nadie mira, estaba yo. Quién me lo iba a decir a mí que en mi país miraba a los morenos de soslayo; por no decir de otra forma que hoy vergüenza me da reconocerlo. Pero sí, yo era una ni-ni. Con minúscula, no se puede ser menos en la vida. Ni propietaria ni inquilina. Nada de nada. La xhica, yo. La gran ausente la transparente. La que nadie saludaba para no desperdiciar energía. Yo, sí. La xhica del quinto alojada por misericordia y caridad en casa de Divine, la Señora. Esposa y propietaria junto al Señor Abogado. Gente respetable y de categoría. Además de propietarios con bastantes años de antigüedad.



La alcohólica del sexto pasó ante mis narices con sus bolsas de basura malolientes y sus dos perros malolientes. La maloliente ella no me saludó, como de costumbre, y yo menos aún. En ese edificio de altivos engreídos recibí varias clases de una asignatura que mi madre con sus buenas maneras eludió. Pero que era materia indispensable en este mundo: tratar a los demás como te tratan a ti. MAL.




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 22



Tal portero automático, en cambio, era un grito de chulería cuando los hijos pulsaban el botón. Al estilo: <<¡Abre basura sudaca! ¡Somos nosotros abre ya!>> El marido nunca llamaba que para eso tenía su propia llave del castillo. Y como corresponde a la profesión se colaba en el hogar sibilinamente y por sorpresa para cazar a no se sabe quién en no se sabe qué paranoia delictiva suya. Cree el ladrón.

Y la divina, pues igual. Dios los cría. Seguramente quiso sorprenderme metiendo mano al monedero, estaba convencida de que por mi condición de inmigrante era una ladrona; o a mi chico, estaba convencida de que por mi condición de inmigrante era una fulana. Ni lo uno ni lo otro que además chico no tenía por falta de tiempo y oportunidades; tampoco en esa cárcel había derecho a un bis a bis. Sin embargo, ella sí que era un putón verbenero que sisaba guita de los sobres de corrupción de su marido, quien no lo supo nunca. Cree el ladrón, otra vez.

El abejorro molesto que libera el pestillo zumbó sin que nadie preguntara quién era. Y porque no hacía falta pues me veían por la cámara así ahorraban el saludo. Entré tropezando. Estaba más nerviosa de lo que imaginaba. Todo el día por ahí, dando vueltas a las calles y a lo que tenía que decir es lo que trae: te vuelve loca.



Abandonaba el ascensor la vecina del sexto con la basura. La recuerdo bien. Otra guarra solitaria y alcohólica con dos perros enanos que se meaban en la terraza, en la escalera, en el portal. Nadie decía nada porque era propietaria; uno de los nuestros, de ellos, por tanto.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 21



Cuidando no era lo mismo que educando, pues ésta fue una de las pocas responsabilidades que no me fue encomendada, pero haber tenido entre mis brazos, aunque sólo fuese para vestirlos sin quererlos, los próximos skinhead ultraderecha o neonazis me sobrecogió. Y me sentí culpable de genocidio anticipado. ¿Cómo me trataría a mí la historia de convertirse alguno de ellos en el próximo líder fascista? Yo, que solía tener la culpa de todo lo malo que me había ocurrido en la vida, y cuando no me la echaba igualmente, también sería juzgada y condenada por esto. Las horas de confusión horribles que pasé imaginando para la humanidad el peor de los escenarios provocados por estos salvajes a los que había atendido, me tuvo en un estado de ansiedad y nervios tan intenso que casi se me pasa otra vez la hora de regreso a presidio. Pero casi.



A las nueve menos diez de ese funesto día, del día de autos que el cretino padre cínico abogado bautizaría después en su habilidad para retorcer la verdad y hacer de ella algo irreconocible, pulsaba rabiosa, temblorosa y cubierta de tiritas y manchas de Betadine, el botón del aparato electrónico. Timbre que, cuando se trataba de mí, en casa de la divina sonaba algo así como un lamento: <<Ábreme por favor por favor ábreme no me abandones no me dejes en la calleee.>> No he dicho que dormí otras dos veces más en el rellano por idénticos motivos con similares resultados. Nunca tuve llave de esa prisión y por eso mismo: ¿cuándo se ha visto que un reo pueda abrir la reja de su celda?




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 20



Planeando cientos de estrategias y discursos que le iba a espetar a la divina en toda la jeta y al ausente de su marido. Pensé mil cosas que decir y ninguna buena. Esos cincos años de humillación y agravios no habían dejado en mí sino cicatrices y malos recuerdos. Durante mi larga estancia a la sombra, al fin y a la postre no era más que un preso con permisos extraordinarios, me di cuenta entonces de que nada positivo había recibido de esa familia. Los cuatro estaban al mismo nivel de indeseables, y lo peor es que no era probable que mejorase, más al contrario. Esa educación, no confundir con mala educación, esa educación en la maldad en el agravio la vejación la soberbia y el desprecio a los demás, estaba germinando en la siguiente generación, los niños, en forma de sujetos antisociales, psicópatas y excluyentes. Para los muchachos la sociedad que no pertenecía a su alta sociedad estaba hecha de escoria. Y esto teniendo en cuenta que su realidad era clase media acomodada, ¡qué hubiera sido de tener apellido ilustre y posición!

Imaginé entonces que los nuevos hijos bien podrían degenerar en adolescentes violentos que queman mendigos en cajeros automáticos, que dan palizas a borrachos. Que roban a abuelas en las calles y violan a niñas no buscando placer sexual sino el sometimiento, la deshonra y el ultraje. El placer del dolor a los demás. Los vi rapándose la cabeza, poniéndose brazaletes negros y odiando al resto del mundo hasta aniquilarlo. Pero lo que más asco me dio fue el hecho innegable de que yo había estado cuidando a esos monstruos en lugar de ahogarlos en la bañera, como era mi deber de buena compañera y ciudadana.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 19



El guantazo contra el suelo de tierra y grava fue espectacular. Y espectacularmente humillante. Con la falda tapándome la cara y no las bragas, esas que tanto le gustaba mirar al hijo puta niño, éste se apercibió de que con el golpe estaba yo aturdida y desconcertada. Fue entonces cuando se acercó corriendo con su hermano pequeño… A darme patadas. Sí, patadas y no disculpas. Intuía yo por alguna razón que era un maltratador, y ahí estaba el monstruo. Por fin salió con toda su rabia. Patadas patadas patadas. En el estómago en la cara en la espalda en las piernas en el culo. En el otro lado del culo. Patadas y más patadas con sus zapatos puntera dura… para dar patadas suponía que al balón. Patadas y también insultos.

No es necesario explicar que todos los demás niños se rieron de mí. Fui el saco de hostias más vapuleado y humillado en la historia moderna de las niñeras. Fui el hazmerreír más hilarante que se recuerda en ese parque y en todo Madrid. Seguramente, en todo el país. Este lindo lugar lleno de españolitos comprensivos solidarios y amables con sus hijos de la madre patria. Fui… fui la mayor imbécil que yo haya visto jamás.

Un vómito no sé cuántas patadas y una insuperable humillación más tarde, estaba en pie otra vez sacando coraje de mi rabia, no existe bebida energética que lo supere. Arrastrando a esos egoístas cabrones por la oreja me los llevé hasta el portal donde los dejé asustados dirección quinto piso en ascensor cohete. De ahí marché al hospital a que me lamieran las heridas. A su modo.

Tres horas de espera, cuatro puntos, doce tiritas, una radiografía lumbar y muchos unturruteos de Betadine por el cuerpo después, fue arrojada a la calle con una receta de ibuprofeno. Con el mundo de hijos de puta por delante, recordando cómo habían consentido mis amigas las niñeras que ocurriera lo ocurrido, deambulé muerta de rabia e indignación durante horas.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 18



Pero como digo, con el sol y una aparente tregua entre rivales, me llevé a los niños al parque. Sábado por la mañana, último sprint de soportarlos antes de mi posible domingo vacacional. Era su cumpleaños después de todo e hice un esfuerzo en ser amable; quise consentir al consentido. Mi otra chantajista, la conciencia, llamando a las puertas de la culpa.

El sujeto ya llevaba largo tiempo tras la idea de que me subiera a un pequeño artilugio giratorio donde unos y otros no paraban de impulsarse y dar vueltas hasta ver quién soportaba más el duelo. Yo ni muerta me sentaba en aquel chisme, me mareo como una loca al primer giro. Pero se lo permitía al niño pues en su afán competitivo se dejaba propulsar llegando casi a perder el sentido. Es ahí cuando yo entraba en escena a socorrerle, a fingir, y disfrutaba viéndole fuera de combate. Tanta maldad en ese cuerpo de niño y sin embargo tan indefenso en aquellos momentos. Tan tierno que daban ganas de comérselo, por los leones del zoo.

Aquel día que lo cambiaría todo, accedí. Sentada en la diminuta silla azul de las cuatro disponibles, el mocoso comenzó a girar el aparato. Para la tercera vuelta ya noté el subidón y le pedí que se detuviera. Ingenua de mí, era una trampa. Tanta candidez en ese cuerpo de mujer crédula… No puede ser, no pudo ser. El cabrón ya tenía el plan elaborado hacía tiempo. Desde el primer día que me invitó a jugar en su columpio, probablemente.

No sólo no frenó el aparato, sino que viendo en mí los efectos del mareo, comprendió que me tenía atrapada. En sus manos como un gorrión para aplastarlo hasta morir. Y siguió impulsando el chisme. Y yo girando a mayor velocidad. En la décima vuelta dejé de sonreír para comenzar a gritar. No de diversión. <<¡Para, te he dicho que pares!>> A la número quince suplicaba: <> En la veinte cesé la cuenta y pocas después me solté. No encontré otra forma de escapar de aquella noria horizontal. Salí despedida como una muñeca.




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 17



Cinco años duró mi abstinencia que es como decir una vida. Los mismos cinco años dos meses tres semanas y un día que trabajé como una esclava para esa casa que es como decir la eternidad. Sesenta y dos meses comiendo sobras, pasando sueño, soportando desprecios de los niños y su madre. Vacío e indiferencia del padre. Sesenta y dos sobrecitos con seiscientos cincuenta euros sumaban: cuarenta mil trescientos euros. Administrando bien mis recursos y estudiando a tope para no suspender, ya casi lo tenía: el presupuesto necesario para pagarme el fin de mis estudios, y reconvertirme en una sacamuelas de provecho.

Saboreaba yo las mieles del triunfo, por el objetivo económico alcanzado y por haber sobrevivido a aquel llamémosle hogar para este párrafo, cuando el destino me tenía preparada la mejor de sus piruetas. Una maniobra doble salto mortal que nunca imaginé. No la vi venir y el hostión fue inevitable y brutal.

El día de autos, como luego lo llamaría el abogado cabrón y repentino padre, fue aquel en que la criaturita mayor cumplió doce años. Doce años y ya era todo un hombrecito… déspota. Fiel reflejo de su madre orgullo de niño. Lo que ocurrió fue tan simple y surrealista al mismo tiempo que hoy en mi recuerdo casi me parece un mal sueño. Si no fuera por… Es igual, vuelvo al asunto.

Era uno de esos días soleados de Madrid, frescos y apacibles de primavera donde la ciudad se va despertando de letargo invernal y comienza a florecer. Donde una se cree que tiene toda la vida por delante para comérsela. Nunca se adivina en qué momento la vida abre la boca como un sapo enorme para comerte a ti, mosca torpe y errática que no sabes de dónde vienes y avanzas a golpes y trompazos.



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lunes, 23 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 16



Los niños, engendrados por las razones más variopintas incluida el efímero deseo de tenerlos, eran molestos herederos plenos de derechos que una vez abiertos sus ojitos al mundo suponían un lastre insoportable a la permanente búsqueda de felicidad y diversión.

Quisieron a sus hijos el tiempo que duró la ilusión de que llegaran al mundo, el corto proceso del viaje y engorde, la emoción de apertura del nuevo juguete. Una vez en destino, enfrentados ya a la realidad, se acabó el interés y comenzó el martirio. Es ahí donde entrábamos nosotras, las niñeras, cuidadoras, amas de cría. Incluso nodrizas cuyas tetas repletas de leche se vendían para amamantar a unos bebés que no les pertenecían, cuyo vínculo paterno-filial era inexistente. Con el único fin de que los pezones de sus verdaderas madres no se ajaran por los tiempos de los tiempos. Y a sus maridos, o mejor aún amantes, les siguiera apeteciendo comérselos mientras ellas dejándose extasiar clavaban sus tacones en el techo.

Este era el caso de la divina. Cuyos ecos de sus contiendas sexuales con el abogado de los sobres, y con más de un sospechoso amigo del abogado de los sobres, llegaban a mi habitación minúscula y mis oídos sensibles. Siento decir para mi sonrojo que eché de menos algún botones de gimnasio con el que compartir experiencias culturales. Sí, sé que aquel tiempo de niñera fue un desperdicio. Con una castidad forzosa de la que nunca me pondré al día: los polvos perdidos no se rescatan. También faltan tipos de gimnasio en el mercado donde sobran fofos y babosos que me dan arcadas sólo de pensar.




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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 15



Guerra de engaños de trampas de seducción. Esta parte era la mía. Si el niño perdía la cartera y no podía comprar sus jodidos donuts con coca cola en el colegio para almorzar durante el recreo siendo el único niño desdichado sin su capricho pobrecito qué pena más grande, era yo. Si no encontraba las tareas de la escuela y marchaba sin ellas a que el profe le endilgara otro cate por vago, era yo. Si añadía sal y no azúcar a la leche puag qué asco quiero vomitar, era yo. ¿Desaparecido el mejor de sus bolígrafos, de sus juguetes su videojuego un calcetín? Era yo. ¿Problemas con el agua a la hora del baño, muy fría muy caliente poca presión jabón en los ojos mal aclarado picor en la piel? Yo. ¿Recados de los amigos que no llegan a destino o lo hacen mal? ¿Mensajitos de alguna chica vueltos del revés adiós a la amiga para siempre te odio y probable bofetada? Yo detrás.

Gracias a aquella guerra sin cuartel y silenciosa desarrollé un instinto para el puteo, la jodienda y la venganza que ignoraba poseía. Cada una de mis cabronadas era más sutil y dolorosa. Disfrutaba con el resultado del acto de hacer daño a aquel hijo puta niño como nunca con nadie en toda mi vida. Comprendí entonces el verdadero arte de la maldad y pensé en crear una congregación de maléficas, al estilo de mis monjitas de convento, para reunirnos todas las semanas e intercambiar experiencias. La sede principal podía ser el parque de juegos mientras fingíamos vigilar las actividades lúdicas de esos monstuitos que se nos habían confiado. En su lugar, elaboraríamos estrategias de dolor y sufrimiento para aquellos cabrones egoístas.

Claro que, el adversario no era tonto y tenía de su parte al peor enemigo: el poder. Los padres. Despreocupados comodones y más egoístas que los críos cuya finalidad en esa etapa de su existencia era descargar toda responsabilidad de crianza en los cuidadores y el colegio.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 14



Que las cosas pueden ponerse muy feas sólo con la intervención… ¿divina? En mi caso sí: Divina. Pues fue ella la que me castigó por lo ocurrido con su hijo dejándome en la puta calle. Sólo el vecino de rellano me vio pasar ahí la noche cuando volvió de parranda a las cinco de la mañana. Notablemente borracho me preguntó: <<¿Quiedzes endtradr zdeñoditaa?>> No me reconoció y tanto mejor. Sin esperar la respuesta cerró la puerta y quizás tropezó con algo porque oí el hostión que se dio contra el suelo. Pensé que quizás se había matado porque ya no supe nada de él en toda la noche.

Al otro lado de la puerta, estaba yo. Así que, técnicamente, esa fue la primera noche que dormí con alguien en la bendita madre patria: España. Y con un galleguito borracho que ni me tocó. Otra gran conquista del emigrante que no se contará a familiares ni amigos, quienes sólo creen lo que quieren oír: que la vida te va mucho mejor desde que te fuiste.


Definitivamente, la guerra con el niño de su madre se había desatado: comencé a odiarle. Aunque a quien debía odiar sin remisión era a su madre, por acción pues ella lo estaba educando con esas convicciones; y a su padre, por omisión: permitía sin intervenir que la madre malcriara de tal guisa a sus vástagos.

También aprendí cómo es el proceso, lento pero sumamente efectivo, de la creación de un tirano. Para este caso dos con el esfuerzo de uno porque el hermano pequeño imitaba al grande y averiguó por sí mismo que bien podría ser yo el objeto de sus peores deseos. Los conflictos se sucedieron y fueron in crescendo. La guerra es lo que tiene: siempre busca aniquilar al enemigo no importan los métodos que la convención de Ginebra es para nenazas. Mi guerra con los hijos de puta, era total. Guerra de desgaste y no relámpago. Guerra de acoso, de intoxicación, de desinformación, de propaganda, de ideas, de acusaciones: él me acusaba la divina le creía yo callaba y era reprendida.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 13



Otro vecino con maneras de desconfianza y cara de desprecio abrió la puerta y me colé tras él. Nos habíamos visto en un par de ocasiones, por eso no llamó a la policía, pero nunca hablado. Esta tampoco para qué. Bien sabía él porque la divina se lo había contado que yo no era más que la xhica, así que no valía la pena desperdiciar saliva con inmigrantes parásitos. Yo sabía y él sabía que yo lo sabía porque esto se nota y hace notar que me consideraba carne de tercera. Como los amos, por detrás de las mascotas. Y como éste tenía una pequeña colonia de grillos en su casa, porque no estábamos sordos, también por detrás de éstos. En realidad mi vida le importaba menos que el sobaco de su grillo más feo.

No le culpo. Yo era la extranjera, la mujer que robaba el trabajo a sus hijos la que vivía de subsidios la que holgazaneaba en su país que no era nada en la vida porque había nacido y me habían criado para estafar robar mentir vivir de la caridad. Todo menos trabajar y convertirme en una persona decente y provechosa como él.

Y digo no le culpo porque la lección de arrogancia y humillación me fue… cómo diría, divinamente aplicada. Justa, vamos. ¿Y por qué? Porque en mi país tratamos igual a los negros. Aprendí que esa manera natural de identificarlos como escoria vagos y maleantes a la que me había acostumbrado en aquella particular subcultura desde niña no era tan natural. Ni mucho menos. Aprendí, por sufrirlo en carne propia, que los negros también tenían su corazoncito, su autoestima, su necesidad de ser algo más que algo: alguien. Que las oportunidades no son iguales para todos como mi sociedad me había hecho creer, y que no era cierto que quien no las aprovechó fue porque no quiso. No no no. Descubrí el valor educativo de una buena hostia, pues la vida reparte hostias para todos pero sólo unos las reciben.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 12



Otra noche sin cenar. Yo, no el crío cabrón. Que a su madre le contó el muy hijo puta que había querido enseñarle las bragas. No me despidió ahí mismo la divina porque era sábado y al día siguiente llegaban invitados a la casa, donde mi presencia como doncella florero servil ante sus amigos era indispensable. Más por razones estéticas de frívola grandeza que prácticas. La divina era tan buena anfitriona como hipócrita.

Pero en esa primera afrenta seria con el niño consentido y educado hacia la tiranía no me salió gratis. Dos semanas más tarde pasé mi primera noche en el rellano. Sí, como un mendigo durmiendo en un portal, pues yo en el rellano frente a la puerta del piso donde servía como esclava y sin cartones. Falta de hábito, la cosa me pilló desprevenida. Pensé aquel día que quizás me conviniera conocer mejor los alrededores para buscarme la vida en situaciones de emergencia como la presente. Por no hacerlo hube de conformarme con tirarme sobre el felpudo donde los santísimos señores limpiaban sus zapatos, la metáfora era tan evidente que sangraba, y dormir recostada contra la pared.

Las razones del castigo fueron simples: una. Llegar tarde. Ya me indicó la divina la hora de vuelta a casa para esos pocos días donde sus graciosas majestades me concedían unas horas de libertad condicional. Pero me dejé llevar por el entusiasmo, básicamente de dar vuelas por ahí sin hacer nada y no gastar, y se escapó el tiempo: 21:05 horas. Estaba pulsando el botón del portero automático, ya he dicho que era un edificio de gente con aspiraciones a clase alta no que la tuviera, por ello el portero electrónico y no de carne, pero nadie abrió.

Tarde, cinco minutos tarde. Insistí hasta tres veces, engañándome al pensar que no me habrían oído.



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domingo, 22 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 11



Otra noche sin cenar. Yo, no el crío cabrón. Que a su madre le contó el muy hijo puta que yo había querido enseñarle las bragas. No me despidió ahí mismo la divina porque era sábado y al día siguiente llegaban invitados a la casa, donde mi presencia como doncella florero servil ante sus amigos era indispensable. Más por razones estéticas de frívola grandeza que prácticas. La divina era tan buena anfitriona como hipócrita.

Pero en esa primera afrenta seria con el niño consentido y educado hacia la tiranía no me salió gratis. Dos semanas más tarde pasé mi primera noche en el rellano. Sí, como un mendigo durmiendo en un portal, pues yo en el rellano frente a la puerta del piso donde servía como esclava y sin cartones. Falta de hábito, la cosa me pilló desprevenida. Pensé aquel día que quizás me conviniera conocer mejor los alrededores para buscarme la vida en situaciones de emergencia como la presente. Por no hacerlo hube de conformarme con tirarme sobre el felpudo donde los santísimos señores limpiaban sus zapatos, la metáfora era tan evidente que sangraba, y dormir recostada contra la pared.

Las razones del castigo fueron simples: una. Llegar tarde. Ya me indicó la divina la hora de vuelta a casa para esos pocos días donde sus graciosas majestades me concedían unas horas de libertad condicional. Pero me dejé llevar por el entusiasmo, básicamente de dar vuelas por ahí sin hacer nada y no gastar, y se escapó el tiempo: 21:05 horas. Estaba pulsando el botón del portero automático, ya he dicho que era un edificio de gente con aspiraciones a clase alta no que la tuviera, por ello el portero electrónico y no de carne, pero nadie abrió.


Tarde, cinco minutos tarde. Insistí hasta tres veces, engañándome al pensar que no me habrían oído. Otro vecino con maneras de desconfianza y cara de desprecio abrió la puerta y me colé tras él. Nos habíamos visto en un par de ocasiones, por eso no llamó a la policía, pero nunca hablado. Esta tampoco para qué. Bien sabía él porque la divina se lo había contado que yo no era más que la xhica, así que no valía la pena desperdiciar saliva con inmigrantes parásitos.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 10



Este discurso me soplaba el señor abogado cada vez que me entregaba el sobre. Pronto descubrí, porque el servicio no es tonto y se entera de todo y lo que no lo husmea, que era él quien manejaba el tema económico y los sobres. Era un abogado después de todo, y ya se sabe que estos a menudo cruzan la frontera de lo legal siempre de lo ético. El señor recibía visitas más que sospechosas y mucho más que inoportunas en ocasiones, sólo para entrar al despacho a intercambiar sobres como cromos de fútbol infantiles. Parecía un juego de niños: te cambio tu sobre molón lleno de documentos raros por el mío guay repleto de billetitos mira qué jeta tiene el rey en esta foto. Yo me enteraba de sus maniobras sencillamente poniendo la oreja. Y porque al ser yo un personaje tan infravalorado durante tanto tiempo un día dejas de existir. Para el señor abogado, pues la divina me seguía dando por saco. Pero él… Él no. Yo desaparecía durante veintinueve días hasta el treinta en que me entregaba un nuevo sobre blanco con dinero negro de sus muchas operaciones ilícitas, el mismo discurso exculpatorio y vuelta a empezar.


Mi vida transcurría en esa casa de españolitos cabrones con mucha pena y ninguna gloria. Pero mi meta de licenciarme como sacamuelas sin ayuda paterna, porque tampoco podían, era tan poderosa que soporté con estoicismo bajezas humillaciones insultos y canalladas. De la madre y sus niños de los niños y su madre, que para esto rivalizaban con gusto.

Un día el niño mayor ya con nueve años comenzó a insultarme. <<¡Eh, tú! Basura sudaca. Da saltos o empiezo a pegarte.>> <<¿Para qué quieres que salte?>> -pregunté llenitos mis ciento cincuenta y seis centímetros todos ellos de ingenuidad. <<¡Para verte las bragas!>> -respondió el hijo puta de crío.


No acepté y la hubiera dado un bofetón de buena gana en su cara de niño bobo de no ser porque perdía el trabajo.

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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 9



Levanta a los críos hazles el desayuno llévalos a la escuela haz lo comida esto no me lo dijo en la presentación limpia la casa corre a la escuela a recoger las criaturas dales de comer come si puedes devuélvelos al colegio sigue limpiando la casa recógelos del colegio llévalos e extraescolares llévatelos al parque a pasearlos como a perros y como pitbull se hostiaban a la primera ocasión corre a casa con los energúmenos cúrales las heridas escucha la bronca de la madre luego del padre a la cama sin cenar. Ellos no, yo. Al día siguiente vuelta a empezar.

La divina tampoco me dio más uniforme que el que tenía puesto, así que debía lavarlo por la noche, secarlo, plancharlo y perfecto para la mañana siguiente. Ni que mis comidas de una hora más tarde que los amos-sí-bwana se debían a que yo recogía la mesa, y comía las sobras. Nunca generosas todo lo contrario. La comida del convento hubiera sido una poderosa razón para ingresar en la orden. Nunca probé unas tetas de monja como en ese lugar. El postre, no de las otras. Y es que había probado muchas y me las metía en la boca ansiosa hasta atragantarme. Hablo del postre, no de las otras. Que ya he dicho que a mí me pone la carnaza de gimnasio hipertrofiada de testosterona. Qué le voy a hacer no pediré perdón por ello.


Las anécdotas en casa de los galleguitos de mierda son tantas que no me da lengua para contarlas. Una vida entera podía estar largando y no acabaría. Cuando se pasa mal los días se estiran como chicle. Como estiraba yo el dinero del sueldo, pues después de dieciséis eternas horas de trabajo, incluso más, seis días a la semana mínimo veintiséis días al mes, recibía en mano un sobre del marido con seiscientos cincuenta euros. Me di cuenta de que no alcanzaba por mucho la categoría de mil eurista: yo era mierdaeurista. Con cama y comida no te puedes quejar aquí tratamos bien a la gente no somos unos explotadores racistas.



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 8



En honor a la verdad, debo cedir que la divina fue honesta desde el primer minuto: me trató como una mierda nada más llegar. Y dejó claro que nunca cambiaría mi categoría social en esa casa: yo era personal de tercera. Por delante perros gatos y hámsteres. El sueño de un futuro a tope de posibilidades en una madre patria abierta de corazón y brazos, no sé si decir de piernas para otros hijos de dios, reventó esa misma noche en mi nueva habitación. Un cuchitril más pequeño que la celda del convento pero sin reja en la ventana, vistas a un patio triste y probablemente cotilla como todos los patios. Mejor lo de la reja ausente: la mansión era un quinto piso de un edificio clase media estirada; si las cosas se torcían mucho podía resolver mis problemas saltando por la ventana. Las monjitas no podían decir lo mismo y quizás por eso se latigaban de cuando en vez. Era lo más cercano que podían estar del suicidio sin pecar; aunque ya se mataban voluntariamente un poquito cada día.

Una semana y tres euros más tarde me encontraba en la facultad consultando precios y tasas para terminar mi carrera de sacamuelas. Había oído que en España estos oficios eran bien cobrados, y a mí sólo me quedaban dos años y un par de asignaturas martillo que arrastraba como un preso a su bola de hierro. Para mí era de plomo.

Hice mis cuentas: con el sueldo prometido necesitaba trabajar sin vivir cinco años para pagarme dos cursos y posibles flecos. Joder con el mundo libre capitalista pleno de posibilidades. ¡Acababa de llegar y ya estaba enterrada!



En la casa con la divina la convivencia fue chunga desde el principio. Esa familia de españolitos no movía el culo más que para cambiar de asiento, y yo tuve que corregir al alza, al alba, mi hora de madrugar tres veces. Pasé de asistenta a sirvienta en una mañana. De sirvienta a sierva antes de comer, y de sierva a esclava para la hora de dormir. Un récor de ascenso social sin precedentes. Aunque lo mío fuera descenso en caída libre.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 7



La chica era muy mona, debo admitirlo con envidia. Pelo moreno más largo que el mío y con unos reflejos preciosos que yo no encontraba, uñas de porcelana labios gruesos ojos verdes buenas tetas y doce centímetros más alta que yo. La muy zorra era guapa de cojones y no sólo tenía empleo, sino que me estaba ofreciendo otro: a reventá estaba la plaza. Le hubiera dicho que no por envidia cochina de no ser porque mi situación declinaba hacia la angustia y mi monedero al vacío. Acepté aquel trabajo de mala gana como alternativa urgente a la mendicidad.



-Hola buenos días encanto. Bienvenida a esta casa mi nombre es Divine pero todos me llaman Divi excepto tú que me llamarás Señora y siempre me tratarás de Usted. A mi marido ni te dirijas es un abogado muy ocupado y no tiene tiempo para tratar memeces. Mis hijos son dos te has de ocupar de ellos, cinco y siete años. Cuando te sobre tiempo debes limpiar la casa. En los horarios soy muy estricta desayuno a las ocho cero cero comida a las trece treinta cena veinte treinta para ti una hora después que no comes con nosotros eres personal de servicio. A mis amigos y a las visitas sólo los buenos días de Usted no les robes su tiempo que es gente muy importante. Libras los domingos que no tengamos compromisos donde te quedarás cuidando a los niños. Tú volverás a casa a las veintiuna horas después la puerta ya no se abre del resto ya iremos hablando puedes empezar ahora mismo ahí tienes tu habitación sobre la cama el uniforme no apoyes en ella esa maleta asquerosa ni la mochila sucia que traes. No me digas tu nombre que no lo vamos a usar aquí no eres más que la xhica. Mi vida. Pasa ya te puedes cambiar que hay mucho trabajo que hacer.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 6



Cuatro euros de metro y autobús más tarde iba calle arriba hacia el convento. Efectivamente, el contacto de mi padre, que al final se enteró sin mucho traumatismo de mi fuga con cerebro y le dio casi igual, funcionó. Él era ella, tenía ochenta y dos años aunque aparentaba cien y razonaba como una de setenta. ¡Pura juventud!

Por no sé qué perspicacia notaron mi cara de hambrienta y me dieron de comer: otro desayuno de muerte. Leche pan mantequilla plato de arroz con leche cremoso que era la vida misma, o la muerte pues mataría por otro aquí y ahorita, y una bandeja de pastas de monja que pa qué te cuento. Me hubiera quedado a vivir allí, con esas bondades alimenticias, de no ser por todo lo demás.

Me vieron cara de sueño y me invitaron a dormir. No sé cómo tomarme esto ahora que lo escribo pero entonces ni lo pensé. Tenían razón, para qué disimular. Acomodada en una celda pasé todo el día durmiendo, el jet lag el shock traumático el interrogante colgando del cuello, lo que fuera pero estaba agotada de verdad. Y la noche despierta pensando en lo incómoda que era la celda. Si bien, comparada con el metro la mismísima alcoba del rey. Otra vez, eché de menos al botones imaginario o astro obsesionado de gimnasio. ¡Ahhh! ¡Cuántas oportunidades perdidas de darse alegrías al cuerpo sólo por los prejuicios!


Al día siguiente salté de la dura cama al suelo y del convento a la calle sintiéndome una mujer renovada. Se ve que la vigilia en austeridad activa no sé qué motivaciones y una quiere comerse el mundo. A ser posible antes de que éste se lo coma a ella. Nueve euros cincuenta céntimos más tarde iba por mi cuarta agencia ETT. Que se diferencian del INEM en que la sonrisa es más hipócrita y el personal más chupasangre: convertían la desesperada necesidad de encontrar un empleo en un suculento negocio. Siempre los poderosos estrujando a los débiles… ¡Y yo quejándome del comunismo!


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 5



Así que, debo confesar, pasé la noche en la circular dando vueltas agarrada a mi equipaje como una loba. Pensando que quizás no había aprovechado convenientemente la habitación: cabalgando sobre el botones podíamos haber enderezado el colchón; o roto la cama por completo lo mismo da. Y devorando no sin pena nostálgica mi segundo bocadillo junto a mi fruta bomba: adiós hogar adiós. Sentí definitivamente el corte del cordón umbilical con el último mordisco.

Supe que era la hora del amanecer cuando un tropel de gente invadió el vagón y me despertó: hora de currar los afortunados del trabajo mal pagado. Caras muertas de sueño, de cansancio, de aburrimiento, de asco… ¿Y yo buscaba integrarme en ese grupo de sonámbulos laborales? Joder, ¿en qué momento confundimos el diseño del mundo?

<> En la Plaza Mayor me pareció un regalo. Tomé dos: ochenta y siete euros en mi caja para toda una vida.


No sé si fue la cafeína o el subidón de calorías de la porra hiperaceitada pero recordé inesperadamente que mi padre tenía un contacto en España que conocía a unas monjas que quizás… Llamé. A mi madre no a mi padre. Olvidé el cambio de hora y les metí un susto de muerte. A los dos. Como la muerte que casi me sobreviene después: ¡por cinco minutos de conversación diez euros! ¡Joder con el capitalismo! ¡Mamá, ¿a que aquí sí me dejas decir tacos? A todos los países precios especiales excepto al mío. ¿Será por comunista el castigo capitalista? Aunque bien mirado, el precio fue muy especial de verdad: setenta y siete euros en el bolsillo y bajando. Necesitaba inocular un antídoto antes de que fuera demasiado tarde. 



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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 4



Pagado el hotel, su ducha corriente su baño regular su habitación maloliente y su colchón demoledor, marché con las escasas pertenencias del salteador trotamundos a hacerme un hueco en el mundo. Era una gusana, y no sabía entonces que el hueco no sería tumba sino nicho. Con ciento siete euros un bocadillo en el estómago y otro en la mochila de las misiones junto a una fruta bomba, papaya para los no iniciados en el doble sentido de las palabras, me fui pizpireta y saltarina como una muñeca a la agencia estatal de empleo. Nombre ambicioso y críptico donde los haya también conocido como INEM. Ahí una bella señorita tan llena de voluntad como falta de recursos me dio los buenos días, la hora, un caramelo, una colección de folletos, un mapa de la ciudad, una difusa ilusión. Y nada de trabajo. <> -me respondió a mi primer interrogante de loro parlante: <<¡¿Pero no tiene nada de nada?!>> <> Ya he advertido que lo podía demostrar.

Es decir, a tomar por culo por ahí que en la calle siempre hay sitio para otra pringada más dicen que en el metro se puede dormir. Tuve miedo a que me robaran mis noventa y un euros, ¡la vida qué cara está joder!, y me instalé en la línea circular vagón del centro asiento primero. Es más tranquilo los pasajeros suelen acomodarse por inercia hacia el final.


Recordando dónde había dormido la noche anterior, el hotel me parecía ahora un cinco stars tope glamour. Incluso el botones se me antojaba como un tipo macizo de gimnasio. Con sus abdominales y su chocolatina bien perfilada. No sé por qué oscura razón pero los tipos de gimnasio, con su sudor, su jadeo su testosterona a borbotones, siempre me habían puesto cachonda. Puedo decir esto ahora que no me oye mi madre.


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HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 3



A mi madre le dije adiós, no podía mentirla; a mi padre hasta luego, a él sí, y con una mochila prestada de un solidario que había entregado dos años de su vida en misiones a cambio de un reconocimiento por escrito, esa mochila y un bienvenido ha hecho lo correcto por la patria; más una maleta de mi primo el guajirito moreno que no la usaría en la vida me largué de la prisión. Mi país, era y es una prisión más grande que Alcatraz con tiburones en el mar controlando al que se escape nadando. Yo elegí la puerta falsa: viaje de estudios quince días ideal para cobardes.

Cuando la gorda bruta del aeropuerto estampó con zafiedad el matasellos en mi pasaporte, supe que había cruzado la última frontera. Esa que un ciudadano mediocre con aspiraciones a capitán general defiende con obstinación y necedad por obra y milagro de un uniforme recién planchado rematado en una gorra de plato: los altos vuelos siempre presentes.

Con estos funcionarios auxiliares sin estudios acumulando poder no hay quien razone. Ni pueda, y en un chasquido de dedos o un guiño mal interpretado ya estás en la cárcel por desacato. O atentado o desobediencia o insulto o lo que sea a su mierda de autoridad siempre me cagué en ella. En silencio y a espaldas de la moderación e imperturbabilidad maternas. He dicho mierda otra vez contra toda educación, bien, me voy metiendo en el papel.

La idea era vivir libre y si fuera posible mejor. Por eso yo desde la ignorancia y candidez que me caracterzian elegí España como destino total. ¿He dicho que también soy imbécil? Lo puedo demostrar.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 2



Otro paraíso tropical echado a perder por el delirio socialista de un hijo de galleguitos que quería transformar el mundo sin transformarse a sí mismo. Más bien su idea era la de cambiarnos a todos según su imagen y semejanza a base de populismo, demagogia, oportunismo, victimismo y horas y horas y horas de discursos radiados y televisados que mis padres junto a toda su comunidad de ingenuos inteligentes se tragaron durante décadas. De tal forma que el pensamiento fue uno y el seguimiento completo. Todavía me resulta difícil entender cómo fue que tanto cerebro amueblado sometido dócilmente a la doctrina siguiera a ese mesías zalamero y embaucador. Pero así fue, y quizás por eso. Una generación perdida. Y la mía y la siguiente pues el que no huyó, también.

Por todo esto mi objetivo, y el de aquellos que conocía en mi círculo vital más próximo en edad, era marchar. Lejos y si pudiera ser para siempre, que allí la situación necesitaba al menos tres generaciones más para enmendarse. O cuatro si descontábamos la mía cuyo escepticismo era tan grande que no se planteaba siquiera el hecho de intentarlo. No estábamos dispuestos a perder la vida arreglando lo que habían roto nuestros padres. Con un voluntario por familia ya era suficiente. Los demás, a prosperar. Si esto puede ser pues partiendo de las más bajas cotas de desarrollo personal no parecía muy difícil, y bien lejos.


Así las cosas, con mi carrera de sacamuelas sin terminar y los límites de mi paciencia altamente superados, opté por huir, que era como desaparecer.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 1



HUMANIDADES ENFRENTADAS




Arrojé la maleta al suelo con rabia nada más poner los pies en la habitación.

Un botones-chico-para-todo-baboso se me había quedado mirando en el pasillo después de indicarme el número de puerta: <> Como si yo no fuera capaz de cotejar llave con habitación. Trescientos tres en ambos lados, ¡no hacía falta ser un matemático!

En realidad, el fingido amable joven quería su propina. Por eso se quedó mirándome con cara de lelo. Después de entregarme la llave me devolvió la maleta añadiendo: <>

La mano se le quedó abierta y la sonrisa helada cuando le dije gracias dando un portazo. Sabía que había estado mirándome el culo toda la maniobra: coge maleta, por aquí sígame pase ha tenido un buen viaje de dónde viene se quedará con nosotros mucho tiempo deseo que su estancia sea agradable llámame no lo dude estamos para servirla, devuelve maleta.

Y digo que me había mirado el culo porque su rostro de bobo se reflejaba en los cristales del ascensor. Envejecidos y demodé como todo el hotel: no me podía costear nada mejor. En realidad, éste tampoco pero quise darme un último capricho antes de sucumbir al hundimiento del cambio.

Aquel veintitrés de marzo de mil novecientos noventa y nueve fue el primer día del resto de mi vida, que no diré de mierda porque mi madre me exigió tanto ser bien hablada que aún hoy, treinta años y un día después con edad de cadena perpetua, me cuesta trabajo desprenderme de ese corsé educativo. ¡Jodida burguesa educación!

Fue por mi madre, y mi padre, y mi país y su falta de oportunidades de cambio y de futuro, que abandoné la tierra que me parió.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 17 de junio de 2014

EL ALIENTO EN LA NUCA

EL ALIENTO EN LA NUCA




Aquel tipo de la barba rala con uniforme combate-o-muere

sedujo a los idealistas con aspiraciones a personas elevadas.



Los pragmáticos los cínicos los independentistas verdaderos

quedaron fuera de su discurso revolucionario e insolidariamente solidario:

o conmigo o enemigo.



Huyeron a tiempo los avispados. Quienes no

se dejaron arrastrar por la corriente que acabaría ahogándolos a todos.

Salvaron el pellejo y poco más quienes nadando contra corriente

abandonaron el lugar.

Que aquel río no iba a la mar que caía en el abismo.

Los que no lograron escapar fueron arrestados y arrastrados a morir

asesinados por contestatarios a la revolución.

Por orden y gracia del tipo con la barba rala y uniforme combate interno:

el enemigo se hizo fuerte desde dentro.



Con lengua de encantador cuentos de flautista y engaños de ilusionista

sedujo por igual a intelectuales campesinos obreros de la construcción.

De la construcción de un país en el comienzo del cierre por derribo.



Abajo esos palacios de virreyes abajo las mansiones de burgueses

Abajo fábricas de empresarios incapaces de pensar en grandes planes.

Abajo el orden establecido para inventarse uno nuevo.

Abajo normas y leyes para reescribirlas todas.

Abajo la convivencia y arrestar por desobediencia.

Abajo el viejo poder:

Ya el malabarista de las palabras eternas tiene pensado uno nuevo.

Llámase poder absolutista y absoluto.



Abajo los que no están de mi lado cuidado con los que están a mi lado:

no se acerquen demasiado.

Abajo, en el fondo del mar todos abajo.

Abajo callados abajo subordinados abajo postrados.

Abajo malnacidos no oséis levantar la voz ni la mirada.

No quiero opiniones no piensen no imaginen ya lo hago por ustedes.



Intelectuales campesinos obreros artistas y deportistas.

No me guiñen un ojo no me examinen de reojo.

No me hablen al oído no susurren no me dicten no mediten.



No se crean como sean no me toquen los huevos y obedezcan!!

No recuerden lo que fueron. Y aquel que no, fuera o muera.



Aquel tipo de la barba rala con uniforme camuflaje se camufló en lo que nunca fue:

un solidario.

Y como un depredador, tirano solitario, vive en su palacio de virrey arrebatado.

Arrebatado el palacio a sus legítimos propietarios: el pueblo en el abismo.

Arrebatado él hoy en su locura.

Donde morirá venerado sin que se haya hecho justicia:



No ajusticiado.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PATOLOGÍAS I

PATOLOGÍAS I



El idealismo es un malestar general del individuo

cuyos síntomas se manifiestan:

violentas convulsiones palpitaciones sudoración

sobreexcitación del neocortex histeria individual

o colectiva.



Con frecuencia remite sin secuelas gracias a una dosis mantenida

en forma de píldora diaria. De vida diaria.



Con el tiempo el individuo se recupera llegando incluso

a olvidar por completo el episodio.



En ocasiones, la enfermedad se enquista conduciendo al sujeto

al internamiento.

En casos extremos

a la muerte por obstinación.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

TOMADACA

TOMADACA




Mis problemas nada le importan al mundo. En consecuencia:

sus problemas nada me importan a mí. Aunque sé

que los males y maldades de rufianes que mueven el mundo


tienen consecuencias en mí.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

lunes, 16 de junio de 2014

PPT

PPT




Aquel hombre con elegante sombrero de patriarca,

no de patriarca gitano como dijo ese guajirito español

galleguito de nacimiento poco patriota por convicción,

alzó los brazos unidas las manos en señal de victoria

o resistencia o ambas que en su resistencia está la victoria,

antes de partir.



-Vine, pasaron casi cien meses y más de cien lunas pero vine al fin.



Me voy con la cabeza erguida como siempre.

Como avanzan los guerreros al lugar de la contienda.

Y no sé si volveré.



Me voy al paraíso que perdí donde la vida derramé

gota a gota campaña tras campaña

haciendo armando defendiendo grandes planes.

A vueltas y revueltas hasta alcanzar que el respirar

sea también una gran revolución.



Me voy como un soldado al frente donde mueren los valientes

y el que no muere se entierra en la trinchera.

Vuelvo pues a mi trinchera con el corazón herido

y algo de felicidad en el alma:

la esperanza es la esperanza.



Marcho alzando el puño de la gloria

que a veces sólo aguarda a los que aguantan.

Si son tiempos donde vencer es resistir,

resistiré.



Resistiré igual que amé a mis hijos a todas mis mujeres

a la madre de todas las dichas y desdichas:

Madre Revolución.



Marcho guajirito anónimo cuida de mi pitirre

o me tendrás de vuelta dándote guantás en el cogote

hasta que aprendas galleguito bobo.



Y aquel hombre del sombrero distinguido

recogió sus sencillos objetos siempre personales:

cinturón de pantalón en huelga de piernas caídas,

billetera de CUC´S en el abismo del desplome,

reloj con segundos de acero y horas de plomo

que caerán todas encima de todos pase el tiempo o lo que pase,

y cruzó el arco que no celebra triunfos y sí define terroristas

sin que saltaran las alarmas.



Mal calibrada estaba la máquina pues no debieron,

no debieron,

dejarlo marchar.



Este país de los mediocres los inútiles y vagos

no puede permitirse derrochar otro talento

sin lanzar la pregunta más elemental:



¿Cómo fue que lo lograste viejo?

Cómo es que estás lúcido y entero.

Que a pesar de los reveses los contraataques

los asaltos al poder de las ideas,

sigues vivo y pleno de ideales.



Pero en este país de galleguitos asustados

con la crisis del dinero que no alcanza para fiestas como antes

nadie pensó nadie dijo nadie vio.

También es el país de los ciegos loros parlantes.



Y desde mi lado cómodo de la frontera lo vi partir

sin una lágrima en el rostro

No sé si heridas en el alma del olvido,

Que el viejo es viejo entero y no se arredra

así con naderías.

Como hacen los que no conocen las trincheras.



Victoria sí, que la victoria es resistir.



Queda por saber si el vacío que has dejado,

resistirá.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

domingo, 15 de junio de 2014

COSECHA SEGURA

COSECHA SEGURA




Aquí los campos de trigo.

Allá los de cebada.

Más lejos los de avena centeno y espelta.

Donde la vista no alcanza están los campos de maíz y arroz.



Pero todos, aquí allá acullá,



todos son campos de batalla.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

VÍNCULOS

VÍNCULOS




Ya estuvieron por aquí los hijos de la gran puta.


Que sí que sí que son unos hijos de puta que los hijos no son míos


que son hijos de su madre. La puta.




La que no sabe quién ni quienes son los padres.


Los que engendró estando yo en los mares


trabajando los campos las minas las fábricas de esclavos.


La cárcel de este condado de este estado.


El que sólo es un campo abonado para los hijos


de todas estas hijas de puta.




Ya estuvieron por aquí los hijos de su madre


y aunque odiarlos quisiera


nacerme del alma no me nace del corazón tampoco.


De los huevos no puede ser ya dije que no son míos.




Cómo no quererlos si soy yo quien los ha criado.




Ya volverán cuando quieran


los hijos.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

viernes, 13 de junio de 2014

GOOD BYE, PEOPLE GOOD BYE



GOOD BYE, PEOPLE GOOD BYE



Se fueron todos.

Nadie por aquí ya están todos largados o escapados.

O huidos o expulsados.



Adiós al pueblo a las gentes del lugar a forasteros.

Adiós paisaje adiós lunas y lunáticos.

Adiós paisanaje sano y enfermo.

Adiós viejos y muchachos.

Justos y pendejos prudentes e insensatos.

Castas y putas trabajadores y gandules.



Se vayan todos, nadie se arriesgue a que le caigan las piedras.

Después de la fiesta, la comida la bebida los bailes y las flores,

queda lo mejor a los mejores: piedras como castillos desde el torreón

donde párroco y alcalde saludan a visitantes.

¡Bienvenidos míster y mistera!



Y después roca a cada uno en la cabeza.

A reventar al que se marcha sin pagar.

Que aquí se paga por todo, bueno o malo o regular.



Piedras, piedras para echarlos a todos y para salir corriendo.

Piedras pesadas como sermones rodantes como discursos.

Piedras de unos y otros. Es lo más sano que hay en el campo.



Se fueron todos, ¿no se fueron?

¿Queda alguno? Hay que lincharlo.

Y después…



Sola queda la novia en el convite con todos los muertos.

A los pies de sus zapatos bajo las ruedas del carruaje.

A los cascos de los caballos. Pisoteados como barro.

Sola queda la novia cuando acaba la farsa.

Sola queda como sola vino como sola vivirá.



Que a su lado no hay sino fantasmas.

Adiós, gentes y malas gentes.

Presentes y ausentes, malogrados y vigilantes.

Atentos y confundidos.

Dejad sola a la novia, que el vestido

es tiempo de irlo rompiendo.




Adiós.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

EN LOS BANCOS DE LA PLAZA



EN LOS BANCOS DE LA PLAZA




Cuentan los antepasados, una historia difícil de creer.

No por inverosímil, ni por antigua ni moderna.

Sino por cierta.

Que la verdad no hay quien la soporte no la repitan no la cuenten.

Den con ella de comer a los sabuesos. O a los buitres a los cocodrilos.

A los cerdos.

Rómpanle los huesos, háganla sufrir.

A esa gran hija de puta, la verdad.



Hablan los corrillos de abuelos de cómo ocurrió lo ocurrido.

Por qué pasará lo que está cantado y qué poco caso hacen estos jóvenes

soberbios.

Hartos de sí mismos, plenos de contenidos: vanos e inútiles como la guerra

al envejecimiento y el tiempo. Éste pagano lujurioso que siempre desnuda

a la verdad.



Superadas las expectativas y dejado atrás todo objetivo razonable,

los arrogantes jóvenes han subido el listón

para saltar más alto correr más rápido más lejos.

Estos jóvenes estos putos jóvenes dopados de irreflexión y falsa seguridad.

De discursos breves mirada corta oídos sordos.

Jóvenes sabios tanto como jóvenes necios. Jóvenes ávidos:

de irrealidad y hostias.



Cuentan los antepasados a los jóvenes muchas historias. Alguna cierta.

Mientras se ríen a carcajadas fingen que escuchan.

Mañana estos jóvenes sin pelo ni dientes ni fuerzas ni ganas y ajados de arrugas

narrarán historias de sus antepasados.

De lo que ocurrió cuándo ocurrió por qué lo hizo.

Quién fue el culpable.



Historias que serán ciertas en parte, inventadas algo, adornadas muy,

a otros jóvenes altivos faltos de interés,

por escucharlos.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

A SALTO DE DÍA

A SALTO DE DÍA 


¡Ya está bueno llegó el día!
Y cuántos debieron pasar para alcanzar este día.
Y cómo y de qué manera y por qué no es este lugar ni hora ni día
para venir a contarlo.

Días blancos, días que se quedaron en blanco.
Días negros, días para no recordarlos.
Días grises, ¡los más abundantes!
Que la vida no es blanca no es negra es un amplio espectro
de grises.

También días de colores, ¡éstos los favoritos!
Pues son los días que hacen que la vida además de volar,  
sepas cuándo es vida vivida.

Están los días azules. ¡No dejen uno sin gastar! Son días para viajar.
Los de color rosa: han de tener los justos.
Que la vida la impulsan los sueños
pero se avanza despierto.

Días amarillos para correr. La forma, ¡mantengan la forma y las formas!
No son pocas las veces que superando el fondo, mejoran el contenido.

Días marrón chungo, éstos para salir corriendo.
Contra lo que no se puede, no se puede. Y mejor que chungo… chollo.

Entre carrera y carrera los verdes. Son días de la esperanza:
en que todo puede cambiar y mejorar.
Que no está todo hecho ni dicho ni tan siquiera pensado
¿y con ello qué nos queda?:
lo que queda se llama ilusión.

Otros los días rojos, éstos son rojo pasión. Ya tú sabes.
No me los dejen de lado pues sin ellos… todos se van echando.

Días malva para velar ausentes naranja para distraer a la gente.
Sienas bermellones cerúleos veronés prusias.
Días de todos los colores para sacar los colores.
Para ir y virar. Para hacer lo que les venga en gana.
¡Que hora va siendo de mandar al carajo a todo y a todos!
los que no se avienen
a ir por donde ustedes quieren. 

Pero hoy, para Alejandra y Solomon será un corto día blanco.
Ella está blanca por fuera él es blanco por dentro y la noche

háganme el favor de pasarse esta noche en blanco
que mañana será otro día y el color…

Bueno ya se verá. 






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE