miércoles, 2 de agosto de 2017

BURBUJAS


BURBUJAS




Agitaban sus mudas y negras manos por las ventanas enrejadas del vagón de mercancías.




Estuvieron pidiendo ayuda desde que abandonaron sus hogares empujados por el gas sarín y las bombas incendiarias.

Éstas quemaban por fuera, aquel abrasaba por dentro.

Conclusión: todo era un infierno.




De fariseo en fariseo quemaron todas las etapas, puestos a seguir ardiendo,

y así llegaron a una plaza porticada con las paredes cubiertas de prerrogativas.

Todas escritas con sangre y acentos de desesperación.




Al abandonar aquel pueblo fantasma un convoy extraviado en la retaguardia les dio el alto y detuvo.




Despojados de todo valor ínfimo, quedaron prisioneros a merced de un enemigo compasivo que no los matara allí mismo en un juicio sumarísimo con sentencia rápida.




Cuarenta y nueve horas, cinco palizas, tres violaciones y noventa insultos después estaban maniatados contra la pared y frente a tres perros policía con los colmillos ensangrentados del último evadido.

De él no quedaron ni las suelas de goma.




Con siete golpes de culata subieron al vagón que en el viaje de ida había transportado mulos y yeguas.

Aún olían y sabían a estiércol sus paredes de madera carcomida.

Al suelo, resbaladizo y húmedo por los orines, le faltaban varias tablas. Bajo este, las ruedas chirriantes del eje trincharían a todo aquel que osara deslizarse para escapar.




Fue un viaje de silencios y lágrimas. De terror y desesperación. De pena y tormento.

Un viaje por las estaciones más solitarias que jamás se vieran en olvido alguno.




Al silbar el tren la última vez, las puertas de su móvil cárcel se abrieron.

Afuera, un pelotón de ejecución abrió fuego sobre sus cuerpos apestosos y sucios.




La razón:

Que llegó el convoy con seis horas de retraso y la compañía de ferrocarriles no tenía intención de devolver un penique del billete.




Aquella noche un trozo de luna cayó del cielo,

pero a nadie le importó esa cósmica pérdida habiendo tanto que lamentar en la tierra de los abusos perpetuos.




El presidente fue ascendido en la siguiente junta de accionistas

por los buenos resultados económicos de la compañía en el último ejercicio.




Todo sea por unos magros dividendos y un poco de champán.







© Christophe Caro Alcalde




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