jueves, 7 de septiembre de 2017

CANCIONES DE CUNA



CANCIONES DE CUNA






Corría el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Sembrada de lápidas sin rostro y paganos agujeros en la tierra con anónimos cuerpos enroscados.



Por el día las calles olían a estiércol de caballo, cerdo o vaca según la cuadra más cercana.

Para los pobres ovejas y cabras.

Los últimos miserables que no alcanzaban para una gallina o un conejo disimulaban el hambre con asados de ratas y alimañas.



Los niños jugaban a la guerra con espadas de madera; las madres parían nuevas criaturas para llenar el vacío de los hijos muertos; los padres jugaban a perder la vida con espadas de acero en lejanas o cercanas tierras de reyes codiciosos.



Por la noche, entre sobrecogedores aullidos de lobos e infinitos miedos, los chirridos metálicos de jaulas colgando de los árboles oscilaban con el viento;

susurrando la más siniestra de todas las nanas que jamás haya mecido cuna alguna.



Eran tiempos de dominio y sumisión, de abusos, traiciones, delaciones y venganzas.

Y cuando no amenazaba el noble con un destierro o usurpación de bienes y esposas,

aterraba la iglesia con excomuniones o juicios de pena capital.

Inquisitorios los unos y los otros, culpando de todas sus desdichas al infeliz villano,

mandábanlo matar por carecer de apellido y riquezas que le compraran un asomo de justicia.

Alguien innoble debía pagar por todos los pecados. Mejor aún cuando eran los ajenos.



Con cada nueva sentencia un nuevo encargo al herrero más cercano:

otra jaula donde encerrar y colgar hasta morir de sed calor o frío al condenado.

A medida como un traje de etiqueta y con firma del artista del fuego y yunque.

Los más sádicos, introducían variantes ad hoc para que el usuario soportara el mayor de los tormentos.



Los chirridos metálicos de jaulas que colgando de los árboles oscilaban con el viento,

llenaban las noches de un espanto que se metía por las puertas y ventanas de las casas.



Esta era la canción de cuna de todos esos niños que nacieron miserables

vivieron apestados

se criaron como perros asustados.



Por el día, esos niños descubrían que la nana era cantada por los muertos que en sus jaulas de hierro aguardaban la muerte

y que otros pasado ya este trámite

se pudrían picoteados por ojos de rencor y por los cuervos,

cubiertos de moscas e insultos, devorados por el odio y los gusanos.



Era el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Con mil razones para huir

un negro pasado para escapar

un presente bajo el yugo del miedo al fuego eterno.













© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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