lunes, 26 de febrero de 2018

FRUTA MADURA



FRUTA MADURA 



Él dejó los estudios por unas partidas de mus con amigos, cervezas y chocolate.

Aceitoso y bien liado. A compartir hasta matar.



Ella, porque para ser estheticien pensó que sólo necesitaba unas buenas manos.

Llenas de arcillas y untuosos varios más que de letras y números infinitos.



Él dejó el mus por la portería:

de la discoteca donde trabajó seis años y un mes.

Ella se mancha las manos de barro cada día.

Limpiando el barro de los zapatos de los demás donde pasa escoba y fregona cada tarde de cada semana del año.

Y alguna más: son esas horas que se hacen y nunca se pagan por el que paga.



El mundo de la belleza y los cuidados exquisitos ha quedado para las compañeras que trabajan en oficinas y compiten por cuál entalla la mejor cintura y calza las tetas más altas.



Ella las observa y medita acerca de los arreglos que podría hacerles por poco dinero.



Él la observa a ella desde su carretilla para trasladar palets por toda la fábrica.



Se conocieron en el turno de noche:

él hacía otra vez de portero en la oscuridad y ella daba lustre al suelo; para quitarle esa otra oscuridad.



Esto fue hace veintisiete años y veintiocho semanas. Viven juntos desde entonces en una buhardilla de cuarenta y nueve metros redondos.



Sin hijos. Sin padres ni perros ni amigos ni gatos.

Dos peces de colores en un tanque de cristal les observan cada noche como si fuera la única, mientras ellos comen palomitas fieles a su cita con Netflix.



Una vieja manta para los cuerpos, gruesos calcetines para los pies y el mando del televisor como el cuenco de las palomitas,

compartido en el centro, son todo su tesoro y su patrimonio.



Amor mutuo y enorme cuando el control remoto no tiene un único propietario.



Piso de alquiler muebles de baja gama ropa de mercadillo comida del Lidl caprichos del Cash Converters sueños…

Los sueños los regalaron a otros más necesitados. Ellos nunca les iban a sacar partido:

renunciaron a todos tras su primer despido.



Hoy hablan poco pero se dicen mucho.

Se miran mucho y se desean siempre.

No tienen nada porque les sobra aquello que no puedan darse

el uno al otro.



Quizás por esto

y un poco de lo otro

hoy son felices

como ninguno.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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